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Crece un 42% el tráfico de hachís de Marruecos a España

DANIEL AYLLÓN

Mustapha, de 28 años, despachó al último policía que llegó a su plantación de marihuana con un billete de 200 dirhams (unos 20 euros). Un soborno a cambio de no revelar el sustento que da de comer a su mujer y sus dos hijas. El cultivo de esta planta –con la que se produce el hachís– está prohibido en Marruecos, pero cerca de un millón de personas viven de actividades económicas vinculadas a su producción y venta. Además, el país se ha convertido en el primer productor mundial y principal proveedor del mercado español.

El tráfico a España aumentó un 42% en 2007, según la Guardia Civil, que incauta entre el 17% y el 18% del total enviado. Esta crecida responde a la recuperación de las plantaciones de marihuana tras las sequías de 2005 y 2006 y a la incorporación de una nueva variedad de la India, capaz de producir hasta diez veces más que las tradicionales. Sin embargo, todavía no está muy extendido su cultivo.

Entre las montañas del Rif, que pintan robusto el horizonte de la provincia de Chaouen (al norte del país), serpentea la carretera que lleva a casa de Mustapha. En la región se produce el 50% del hachís de Marruecos y las cimas de sus montañas son de color verde eléctrico, que contrasta con el oscuro de los grandes pinares. La campaña del Gobierno de erradicación de cultivos ha tenido éxito en los lindes de las carreteras, pero no en las escarpadas montañas, donde raro es el policía que logra llegar.

Hasta 2003, el Gobierno de Rabat se negó a reconocer públicamente que miles de sus ciudadanos vivían de la marihuana. Aquel año presentó el primer informe sobre este cultivo en Marruecos en colaboración con la Agencia de Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen Organizado (ONUDC): 96.600 familias vivían del hachís y tenían plantadas 134.400 hectáreas. En 2004, Marruecos aseguró que había reducido su producción hasta las 120.500 hectáreas y, en 2005, a 76.400 hectáreas. La cifra de 2003 fue aceptada por la comunidad internacional, pero la reducción del 43% de plantaciones en apenas dos años, anunciada por el Gobierno alaui, todavía genera dudas.

La región en la que sí existe un plan de erradicación efectivo es Larache, en el noroeste del país (ver gráfico). Allí, las autoridades han decidido seguir explotando su tradicional caladero de boquerones y han arrasado miles de hectáreas de marihuana.

Cuando se le nombra este plan a Mustapha, mira al cielo. “A nosotros nos destrozaría. Esperemos que no lo hagan también en Chaouen”.

En su casa, los muros gruesos la mantienen fresca mientras uno de los 400 canales de su televisión muestra a un Fernando Alonso abatido. “Otra carrera sin podio. Vaya temporada más mala que está haciendo”, dice antes de recitar las alineaciones del Real Madrid y el Barcelona. “Sabemos todo de España. Es la mano que nos da de comer”, dice mientras da cuenta del cuscús de verduras que ha preparado su mujer.

Desde hace 10 años, dos españoles y dos franceses acuden a su casa en octubre para comprarle caramelos de hachís (pedazos de droga del tamaño de una bellota envueltos en papel transparente), recién elaborados tras recolectar la plantación sembrada seis meses atrás. No son golosinas, sino porciones preparadas para transportarlas dentro del cuerpo. En el salón de la casa, los cuatro “van comiendo caramelos hasta que ya no pueden más”. Entre 300 y 500 gramos de hachís por cabeza. Con los estómagos llenos, vuelven a cruzar la frontera española para revenderlos en Europa. A él le pagan 65 euros por medio kilo. En las calles españolas, el precio de esa cantidad es de 2.250 euros.

Marruecos se ha convertido, con el paso de los años, en la principal despensa del hachís que se fuma en España, que hasta la década de los ochenta procedía en su mayoría de Líbano. Además, España es la puerta de entrada a Europa, que fuma un 80% de hachís marroquí y un 20% asiático o de producción propia.

La lucha por frenar el tráfico de personas y de hachís en el mar ha llevado a la Guardia Civil a dedicar patrullas exclusivas como las de Algeciras, Barbate o Málaga.

Además, los sistemas de control de la inmigración irregular también han servido para disuadir a los traficantes del sur de España. Desde la creación del Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE) en 2002, las rutas del hachís y el tráfico de personas se han desplazado hacia el este de la Península y las Islas Baleares. Las incautaciones en embarcaciones se realizan en alta mar o en la costa, donde les espera la Guardia Civil tras su detección.

Cádiz y Huelva son las dos provincias españolas donde se ha incautado más hachís en 2007: más de 50 toneladas en cada una. En el siguiente escalón están Sevilla, Baleares, Ceuta, y todas las provincias costeras del Mediterráneo desde Málaga hasta Girona, excepto Valencia. Esta es la única con menos de 5 toneladas aprehendidas, algo que los sindicatos policiales achacan a la falta de recursos de sus agentes. Francia o Sicilia, donde la camorra cuenta con redes y un gran soporte logístico para la distribución, son ahora nuevas preferencias.

“Es difícil pedirles que dejen de cultivar, igual que ellos no pueden exigirnos que retiremos nuestras viñas”, explica un alto cargo de la lucha contra el hachís de la Benemérita.
En el campo que Mustapha tiene destinado a su propio consumo, con cientos de plantas, una brisa levanta un fuerte olor a marihuana. Con una fina y alargada pipa en la boca, dice estar de acuerdo con el agente: “Europa no nos puede obligar a abandonar una tradición”. Fuma kef, un derivado de la marihuana más suave que el hachís y que en árabe significa placer. “Con el sol me duele la cabeza si fumo chocolate. Lo dejo para la noche para dormir mejor”.

El tráfico a la península del kef no es frecuente por su volumen y dificultades para esconder. Además, su efecto más suave reduce también su precio en el mercado. Para fabricar diez kilos de hachís, Mustapha necesita 600 de kef. Si quiere condensar el efecto todavía más, fabrica el aceite, el siguiente producto de la escala y con un efecto tres veces mayor que el hachís. De los 10 kilos de hachís, saldrá un litro de aceite, que unta en un cigarrillo para fumar. Cuenta su historia abiertamente y asegura que, aunque la Policía les persiga, “plantar y fumar marihuana no es malo. Si España lo legalizase, el negocio no estaría en manos de las mafias”.

En los últimos cinco años, España ha registrado 13 accidentes de avionetas cargadas de hachís, el último sistema ingeniado para su tráfico. El modelo de aeroplano utilizado se compra en EEUU por 25.000 euros y puede transportar entre 200 y 500 kilos. Pero la Guardia Civil no cree que vaya a tener éxito. A su juicio, las mafias están probando con ellas nuevas vías de entrada para la cocaína sudamericana, que ha desviado sus barcos al golfo de Guinea, como escala a Europa. El precio de la coca es más de diez veces superior al del hachís. “Pero no va a triunfar porque Marruecos no quiere que entre el tráfico de cocaína a gran escala en su territorio”, aseguran fuentes del cuerpo armado.

La opción sigue siendo el mar, donde las viejas pateras han dejado lugar a embarcaciones semirrígidas con potentes motores que pueden transportar sin problema 4.000 kilos.

A media tarde, el sobrino de 14 años de Mustapha entra en el salón de la casa. Su tío le suministra los papeles, filtros, cigarrillos y hachís necesarios para liar un porro y el joven se pone manos a la obra. En los pueblos de las laderas de las montañas del Rif esta escena se repite en miles de hogares. La sociedad ha aceptado el hachís como algo doméstico y social. A pocos kilómetros de su casa, Mustapha aprendió hace años el cultivo del hachís de sus padres y confía en que sus hijas también se puedan ganar la vida con su cultivo en el futuro. La mayor, de cinco años, hace sus pinitos en casa con los materiales. 

Apenas son 14 kilómetros los que separan España de Marruecos en el Estrecho de Gibraltar, pero el precio de un fardo de hachís en Cádiz es cinco veces superior a la misma cantidad en la orilla norte de Marruecos. Las mafias marroquíes hincaron sus ojos en este suculento mercado hace años y, en la última década, utilizan las mismas rutas para lanzar inmigrantes que buscan el sueño europeo que para el envío de la droga, aunque en embarcaciones separadas por lo general. Cuando el envío es de hachís, suele contar con mejores barcas y recursos. El dinero espera en la orilla.

Kilómetros atrás, la producción corre a cargo de los pequeños agricultores, que normalmente lo venden a ‘correos’ particulares. Los grandes productores realizan sus ventas de gran envergadura a narcotraficantes y el precio del gramo oscila entre los 0,14 y 0,4 euros.

La vigilancia costera de España, coordinada mayoritariamente por la Guardia Civil, es el elemento que más encarece el hachís. Esquivar a las patrulleras está provocando el alargamiento de las rutas y los gastos en gasolina, tripulación, embarcación y riesgo disparan los precios del ‘chocolate’.

En las playas y puertos españoles, una tonelada de hachís estará valorada desde los 800.000 hasta el millón y medio de euros (entre 0,8 y 1,5 euros por gramo).

En España, los ‘camellos’ pagan una media de 1,38 euros por gramo de hachís cuando adquieren una cantidad superior a un kilo para después volver a venderla.

En el último escalón, en el menudeo de las calles, el consumidor final suele pagar un precio medio de 4,48 euros por gramo, aunque depende de la provincia y facilidades de acceso. Se vende en pequeñas dosis de entre uno y cinco gramos y la mercancía de mejor calidad suele quedarse en el sur de España.

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