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Las máquinas que leen la mente necesitan traductor

Un estudio afirma que algunos investigadores en el campo de la neurociencia social han exagerado los resultados de las resonancias magnéticas funcionales

DANIEL MEDIAVILLA

En noviembre de 2007, The New York Times publicó un artículo que pretendía predecir las tendencias del voto indeciso en las elecciones presidenciales. Para hacerlo, empleó un sistema de resonancia magnética funcional (fMRI, de sus siglas en inglés) para observar los cerebros de ciudadanos que aún no habían decidido el sufragio, mientras se les mostraban fotografías de los candidatos. Los científicos que realizaron la prueba observaron, por ejemplo, que la imagen del republicano Mitt Romney activaba la amígdala, y la de Hillary Clinton el cingulado anterior. La primera reacción se interpretó como ansiedad, y la segunda, como muestra de sentimientos enfrentados. Curiosamente, los candidatos que apenas provocaron actividad cerebral fueron John McCain y Barack Obama.

Pocos días después, un grupo de 17 expertos en la materia firmó un documento criticando la falta de rigor de los autores del estudio y calificó sus conclusiones de infundadas. Según explicaban, la actividad en una determinada zona del cerebro como la amígdala puede estar relacionada en la producción de una amplia gama de emociones, desde la ansiedad al placer. Los resultados eran espectaculares, pero poco fiables.

El estudio no había pasado el filtro de las revistas científicas, pero un artículo aceptado para publicación en Perspectives on Psychological Science muestra que éstas también pueden verse cegadas por la espectacularidad de las imágenes de un cerebro en acción y las conclusiones que se pueden sacar de su análisis. El artículo, escrito por Edward Vul, estudiante de doctorado en el MIT, y dirigido por Harold Pashler, de la Universidad de California en San Diego, llama la atención sobre la correlación “improbablemente elevada” que algunos investigadores establecen entre activación cerebral y formas particulares de comportamiento. En el documento se señalan 31 artículos en los que los autores cometieron errores fundamentales en el manejo de datos y estadísticas. Algunos de estos artículos se publicaron en revistas tan prestigiosas como Nature o Science.

Una herramienta útil
Los autores no creen que la fMRI no sea útil para conocer el sustrato neurobiológico de la psicología humana; solo enfatizan la necesidad de cuidar el manejo de la estadística. De opinión similar es Pío Tudela, director del Grupo de Investigación en Neurociencia Cognitiva en la Universidad de Granada. “No tengo la menor duda de que la técnica de neuroimagen está haciendo muy buenas aportaciones al estudio del cerebro”, afirma Tudela. “Pero se trata de una tecnología muy interdisciplinar en la que deben participar desde personas que conozcan los mecanismos físicos de la máquina hasta los problemas estadísticos y de análisis. En ese proceso, es probable que haya errores”, apunta.

El artículo de Vul deja entrever que no solo los investigadores deberán elevar sus estándares. Según Tudela, “la posibilidad de hacer una afirmación muy espectacular puede llevar a las personas que revistan los artículos a favorecer este tipo de estudios”. “En algunos sectores de la investigación había mucho malestar porque algunas revistas como Nature daban más cabida a artículos que primaban lo espectacular”, añade.

Identificar la región del cerebro que se activa cuando una mujer sufre por la pérdida de su pareja o localizar las áreas donde se toman las decisiones morales son objetivos con indudable atractivo, pero éstos son fenómenos, probablemente, más complejos que un incremento del flujo sanguíneo en una zona determinada de la corteza cerebral. Es la opinión de Nikos Logothetis, director del Instituto Max Planck de Cibernética Biológica, que anima a completar los estudios que usan fMRI con herramientas que miden ondas cerebrales o la actividad de las neuronas.

Cuando a principios de los 90 los primeros investigadores comenzaron a ver las primeras imágenes de los escáners cerebrales, vieron como se abría una ventana para estudiar el cerebro en acción. La ventana sigue ahí, pero ahora los científicos saben que está muy sucia.

Una de las posibles aplicaciones de la tecnología de resonancia magnética funcional (fMRI) es la detección de mentiras. En EEUU se han invertido millones de dólares para intentar convertirlo en un detector de falsedades fiables, pero, pese a los avances, está muy lejos de ser perfecto y aún no se acepta. Menos escrupulosos han sido en India, que se ha convertido en el primer país en condenar a alguien basándose en un escáner cerebral. En junio del año pasado, en un juicio por asesinato, un juez citó de manera explícita un escáner como prueba de que el reo guardaba en su cerebro un tipo de “conocimiento experimentado” sobre el crimen que solo podía tener el asesino. La acusada fue sentenciada a cadena perpetua.

Ed Vul, investigador del MIT y autor de un artículo crítico con las imprecisiones que pueden cometerse en el análisis de las resonancias, afirma que el fMRI no le parece un sistema fiable como detector de mentiras. “Los datos del fMRI son demasiado ruidosos, muy sensibles al movimiento y requieren mucha cooperación por parte de la persona que está siendo escaneada”, explica Vul. “Es fácil sabotear un test de este tipo aguantando la respiración, moviéndose...”, continúa. Pío Tudela, director del Grupo de Investigación en Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Granada, considera una aberración una condena como la de India. “No hay garantías en una prueba de este tipo, nunca imputaría a nadie sobre la base de un detector de mentiras”, remacha. Aditi Sharma, la condenada, ha insistido en su inocencia.

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