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Una sonda de la NASA entra en órbita de una pequeña roca espacial

Japón y EEUU exploran en paralelo asteroides similares para saber si fueron los mensajeros de la vida en la Tierra.

Ilustración de la entrada en órbita de la sonda Osiris-Rex alrededor del asteroide Bennu. /HEATHER ROPER/UNIVERSITY OF ARIZONA

MALEN RUIZ DE ELVIRA

Con el nuevo año empezó una original danza espacial, que se mantendrá, si todo sale bien, durante unos dos años. En la madrugada del 1 de enero una pequeña sonda de la NASA llamada Osiris-Rex entró en órbita del también pequeño asteroide Bennu a 110 millones de kilómetros de la Tierra. Se dice pronto, pero ha sido la entrada en órbita más delicada de la historia espacial porque, aunque sea tan lejos de nosotros, las distancias en juego son mínimas.

El asteroide Bennu, aunque tan antiguo como el sistema solar, es muy pequeño, una peonza de polvo y rocas de solo medio kilómetro de diámetro que gira sobre sí mismo en el inmenso espacio una vez cada 4,3 horas. Es un trocito de algo mucho mayor que se rompió al chocar con otro cuerpo celeste hace ya mucho tiempo, en el cinturón de asteroides situado entre Marte y Júpiter que concentra los restos de la formación de los planetas. Con el tiempo Bennu se ha ido acercando a la Tierra.

Por su pequeño tamaño y correspondiente minúscula gravedad, que una sonda llegue a dar vueltas alrededor de Bennu es toda una hazaña técnica, ya que tiene que hacerlo a solo 1.750 metros de su centro, y el equilibrio es tan precario que será necesario hacer pequeñas y continuas modificaciones en la órbita para evitar que la sonda se escape hacia el espacio, explica Dan Wibben, director de vuelo de Osiris-Rex : "Como la gravedad de Bennu es tan pequeña, otras fuerzas como la radiación solar y la presión térmica son más importantes". En el logro juegan un papel fundamental las simulaciones, alimentadas por los datos que se han ido obteniendo durante el viaje de la sonda hacia el cuerpo celeste y en la posterior etapa de exploración cercana.

Algunos asteroides tienen forma de diamante, como Bennu y Ryugu, el que está explorando la sonda japonesa Hayabusa y que es un poco mayor. Otros cuerpos celestes tienen forma de cacahuete, como Ultima Thule, que acaba de sobrevolar la sonda New Horizons a la mareante distancia de 6.500 millones de kilómetros del Sol. Desde el punto de vista didáctico, todos representan lecciones reales de física, porque su forma responde a las fuerzas que han actuado sobre la materia que contienen desde los orígenes del Sistema Solar. Esto no quiere decir que los expertos sepan explicar exactamente cómo ha evolucionado su forma, pero misiones como las actuales contribuirán mucho a aumentar el conocimiento y a, posiblemente, afianzar la hipótesis de que fueron los asteroides los que trajeron el agua y elementos orgánicos que son la base de la vida a la Tierra .

Vista de cerca de la  superficie del asteroide Ryugu./JAXA

Vista de cerca de la superficie del asteroide Ryugu./JAXA

Por lo pronto, Osiris-Rex ha detectado ya agua en Bennu. En los próximos meses cartografiará el rocoso asteroide con gran definición, lo que servirá para elegir una zona de aterrizaje con elobjetivo de tomar muestras en el verano de 2020. Si todo sale bien, las muestras llegarán a la Tierra en 2023.

Aterrizar con éxito en un asteroide como Bennu y Ryugu no va a resultar nada fácil tampoco. La superficie de ambos está llena de piedras, han descubierto tanto los japoneses como los estadounidenses. Hayabusa tenía previsto hacerlo en octubre pasado pero la maniobra se pospuso porque no encontraron una superficie plana disponible como esperaban, dice Yuichi Tsuda, director del proyecto en la Agencia Espacial Japonesa (JAXA), aunque sí dejaron caer con éxito unos robots saltarines para explorar, cuyos datos se están todavía analizando. “Tenemos suerte de poder realizar estudios comparativos en asteroides muy similares”, dijo Seiichiro Watanabe, de la Universidad de Nagoya y director científico de la misión Hayabusa, en un reciente congreso en el que presentó los próximos pasos, informa Science.

Como no han encontrado una zona de 100 metros de diámetro, que era lo previsto, para hacer sucesivos aterrizajes autónomos para recoger muestras, los técnicos japoneses van a intentar aterrizar en una superficie mucho más pequeña sobre la que además tienen que disparar proyectiles para hacer un cráter que exponga el subsuelo para su análisis y recogida de muestras. Si todo sale bien, lo que parece muy poco probable, las muestras estarán en la Tierra dentro de dos años.

El año espacial, que ha comenzado con un ramillete espectacular de hitos, como el paso de New Horizons por Ultima Thule, el alunizaje de una sonda china en la cara oculta de la Luna o el despliegue de un sismómetro por el módulo Insight en la superficie de Marte, seguirá sin duda dando noticias.

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