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Las playas de Japón guardan la memoria de Hiroshima

Diminutas esferas y otras raras partículas halladas en la arena relacionan la desaparición de los dinosaurios con el efecto de la bomba atómica.

Playa de la península japonesa de Motoujina

MALEN RUIZ DE ELVIRA

Las playas de Japón guardan la memoria de Hiroshima, la ciudad destruida por una bomba atómica estadounidense en las postrimerías de la II Guerra Mundial. No es un recuerdo simbólico sino físico, aseguran geólogos que han encontrado raras partículas minerales en algunas playas cercanas a la ciudad, cuya única explicación sería que se trate de los restos materiales de su destrucción debida a una explosión nuclear.

Mientras que se han estudiado en detalle los efectos sobre la población de la bomba atómica y los niveles de radiación, así como el análisis y la secuencia de datos históricos, hasta ahora no se había pensado con el mismo interés en qué pasó con los restos de los edificios y estructuras volatilizados por las altísimas presión y temperatura alcanzadas en la explosión. Ha sido un geólogo veterano, experto en vida marina, el que, al analizar en detalle la arena de algunas playas de Japón y encontrar cosas muy raras, tiró del hilo que ha llevado a la conclusión de que al menos allí persiste la huella de la tragedia.

Después de varios años de estudio con técnicas de rayos X, entre otras, los resultados indican que la arena contiene pruebas de la lluvia radiactiva posterior a la explosión, los restos de la destrucción, explica el Laboratorio Lawrence Berkeley de Estados Unidos.

La clave está en las diminutas partículas vidriadas casi siempre esféricas, a veces individuales y a veces fusionadas, que el geólogo Mario Wannier descubrió en 2015 al mirar al microscopio la arena de playas de la península de Motoujina, cercana a Hiroshima. Lo que Wannier buscaba eran las huellas de vida marina, que permiten a expertos como él deducir la salud de los ecosistemas marinos, pero lo que vio le recordó inmediatamente, aunque solo en parte, a los indicios que llevaron a elaborar la hipótesis de que el impacto de un meteorito en la Tierra causó la desaparición de los dinosaurios.

“Algunas de las partículas me recordaron inmediatamente a otras esférulas que había visto en muestras de sedimento del llamado límite K/T”, dice Wannier. Es el límite entre los períodos Cretácico y Terciario (ahora llamado Paleógeno) que marcó el inicio de una extinción biológica masiva a escala planetaria hace unos 65 millones de años y que se caracteriza por una abundancia anormal de iridio y por partículas esféricas. La causa sería un gran meteorito que cayó donde ahora está la península de Yucatán, cuyo impacto levantó y modificó mucho material que luego cayó a la Tierra en forma de pequeñas gotas vidriadas.

Sin embargo, Wannier encontró en la arena de las playas otras partículas más raras, de entre 0,5 y 1 milímetros de diámetro, de consistencia gomosa algunas y de diversos materiales recubiertos de vidrio o silicio otras, que le resultaron exóticas y no pudo identificar. Por eso recurrió a colegas de la Universidad de California y del citado laboratorio, después de ir a Japón a recoger más muestras y tomarse el trabajo de clasificar en seis grupos diferentes 100.000 partículas de todos los tipos.

El estudio publicado en la revista Anthropocene concluye que se trata de la lluvia radiactiva producida por una bomba A, como la que fue dejada caer sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Además de producir decenas de miles de muertes instantáneas, la bomba destruyó totalmente una gran zona de la ciudad y afectó al 90% de sus edificios y estructuras. “Tienes una ciudad, y un minuto más tarde no la tienes”, dice Wannier. “¿Y te preguntas, dónde está la ciudad, dónde están los materiales? Es todo un hallazgo, una historia increíble”.

Como en toda investigación, los lazos personales son importantes. Wannier recurrió a su antiguo compañero de estudios en la Universidad de Basilea (Suiza) Rudy Wenk, que ahora es catedrático de Mineralogía en Berkeley. Con el microscopio electrónico analizaron la composición química de las muestras y vieron que muchas esférulas solo se parecían externamente a las del límite K/T, llamadas tectitas.

Dentro de ellas había, por ejemplo, aluminio, silicio, calcio, carbono, oxígeno y también hierro y acero, que se corresponden adecuadamente con los materiales de construcción comunes en Hiroshima, como el cemento, el acero, el mármol y el caucho. Después los científicos pasaron, junto a otros colegas, a utilizar técnicas todavía más potentes. La conclusión fue que las partículas se formaron en condiciones ambientales extremas, a temperaturas superiores a los 1.800 grados centígrados. Todos estos datos junto con su abundancia en las muestras lleva a Nobumichi Tamura, un científico de origen japonés que ha participado en la investigación, a asegurar: “La hipótesis de la explosión atómica es la única explicación lógica de su origen”.

Ahora, el tesoro geológico vislumbrado lo persiguen otros muchos científicos, sobre todo los japoneses, que buscan algo similar en los alrededores de Nagasaki, la otra ciudad destruida por una bomba nuclear. Falta por estudiar si persisten elementos radiactivos en la arena. Al final, si se acepta académicamente, se habrán definido unos nuevos mineraloides (vidrios), las hiroshimaítas, como ya existen las trinititas, debidas a la vitrificación de la arena del desierto, tras la primera explosión de una bomba nuclear de la historia, en Trinity, área de pruebas en Nuevo México. Formarán parte del triste legado de la mayor catástrofe puntual causada por el hombre.

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