Rosas y espinas

Un diletante morirá el 1 de octubre

Casi no me atrevo a decirlo, pero a mí me está encantando este nuevo episodio de La amenaza fantasma en el que España se rompe. Qué emoción que esté a punto de romperse España. En casa, incluso inclusa, a veces celebramos cada paso suicida de ambos ejércitos siderales hacia el desastre total con cierta algarabía, como los niños cinematógrafos que disfrutan lo indecible cuando su héroe se encuentra sometido a las más tremendas amenazas y vejaciones. Lo que pasa es que en esta entrega de la serie interminable los guionistas se han olvidado de buscar héroes. Solo hay antihéroes, como en El Padrino, y hago el símil sin disimular: no va sin segundas.

El otro día, disparatando al calor de esas ideas disparatadas sobre las que suelo disparatar para escribir mis artículos, y así con poco esfuerzo pagarme el whiskie, los yates y el beluga a vuestra costa, el otro día, decía, estaba desesperado intentado pergeñar alguna boutade que no hubiera dicho antes cualquier otro boutadista. No fue fácil, pues el género de la boutade ha enseñoreado tanto nuestra política, nuestro pensamiento, nuestra literatura, nuestro periodismo, nuestra economía y nuestra sexología, que ya resulta sisífico encontrar un argumento estúpido que todavía no haya sido utilizado alguna vez por un ignaro más veloz que tú. Los boutadistas primero acabaron con los filósofos, y hasta consiguieron borrarlos de los programas educativos. Ahora incluso quieren exterminar a los diletantes como yo, cosa imperdonable, pues boutadistas y diletantes somos especies hermafroditas casi hermanas. La única desemejanza entre nosotros es el impudor, y el impudor no se detecta en el ADN. Y su evidencia en las tertulias catodifrénicas no es determinante como prueba científica.

Llevamos siglos dirimiendo si España es una, grande y libre, o muchas, pequeñas y libertarias. Y lo único que hemos logrado entre todos es diseñar una España liberticida, en su pluralismo o en su unidad. En todo caso, no nos acomplejemos. Le pasa también a toda Europa, a EEUU, a China, a África, al orbe mundo entero. La diferencia entre liberticidas y libertadores cada vez es menos densa. Tanto que la presunta tierra de libertades está gobernada por el liberticida Donald Trump, y bajo el baldaquino de la cuna de la libertad europea, Francia, dormita un banquero que gasta erario público en polvos antirreflejo para salir guapo en cámara. Lo de Venezuela, que os lo explique Inda. Y, mientras, los refugiados y los dreamers. Y los paraísos fiscales. Las bombas de hidrógeno, con lo bien que sienta el oxígeno. Los huracanes contra los que no se debe disparar. No nos quejemos de país, amado Forges. Quejémonos de mundo. Es más grande e indibujable, pero también es más nosotros.

Volviendo al tema de los disparates, dejadme decir el mío. A veces pienso que el procés es como el 15-M: la manifestación de la necesidad de ir hacia otro sitio, aunque no se sepa hacia qué sitio se va. El sitio de donde venimos es tan perverso que cualquier otro nos valdría para convivir mejor, o ser más justos, o cualquiera de esas biempensantes chorradas (que tanto comparto). El procés, como el 15-M, es transversal: de la derechona convergente a la CUP. Cualquiera podría pensar que, por una vez, la gente no es rehén de una ideología o un partido. Sino viceversa.

El 15-M nos puso a todos cuerpo de salir a la calle, a la verbena, a la noche, como neoadolescentes en fiestas patronales. Y ahora queremos salir a la calle por cualquier cosa. Porque cualquier cosa es mejor que lo que estamos haciendo.

No soy catalán ni independentista, ni todo lo contrario, pero en mi ágrafa opinión creo que España es como ese enfermo que se niega a ir al médico, y hay que llevarlo a la fuerza. Se resiste también con fuerza, y quizá, aunque enfermo, aun tenga más fuerza que vosotros. Catalunya está hoy llevando a la fuerza a España al médico. Habrá víctimas. Algún diletante. Esa gente asquerosamente librepensadora que persiste en recordarnos que nadie tiene la razón.

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