El desconcierto

El avance elástico sobre la retaguardia de Rajoy

Rajoy, como los viejos estrategas militares, nunca reconoce una retirada, que siempre es descrita como un avance elástico sobre la retaguardia. Y eso es exactamente lo que acaba de hacer el presidente del Gobierno el miércoles en Barcelona, con la ausencia de violencia policial, y ayer jueves en el Tribunal Supremo, con Carmen Forcadell. La marcha atrás es extraordinariamente patente. Basta comparar las imágenes de la salvajada del 1 de octubre, ordenada por la actual virreina de Cataluña, con la ocupación de la estación de Sans el 8 de noviembre; o las de la Audiencia Nacional, la pasada noche del 2 de noviembre, con las del 9 de noviembre en el Tribunal Supremo, para preguntarse si los Rajoy, Soraya Santamaría, Zoido y Catalá de hace una semana son  los  Rajoy, Soraya Sanatamaría, Zoido y Catalá de hoy.

El paso atrás de la Moncloa es tan descomunal que les obliga a poner el acento en la declaración de Carmen Forcadell, a través de la Brunete Mediática, para tapar sus propias contradicciones. Mucho antes de la decisión del magistrado Llarena, a lo largo  del jueves, fueron preparando con filtraciones sesgadas a la opinión pública como si las respuestas de una procesada,  que siempre tiene el derecho a no decir la verdad, no formasen parte de una estrategia legal tendente a eludir la prisión. Sea como sea, ese paso atrás de la señora Forcadell sería teórico y no práctico como el del señor Rajoy. Explicar pues el zig -zag de la Moncloa en base a las palabras, condicionadas por su situación procesal, de la actual presidenta del parlamento de Cataluña evidencia la palpable incomodidad política del presidente del Gobierno.

No es para menos. La oposición que no se atrevió a protagonizar el PSOE, tanto con la salvaje carga policial del 1 de octubre como con el encarcelamiento de Oriol Junqueras y los siete consellers del 2 de noviembre, acaba de protagonizarla Rajoy con su nítida autocrítica práctica. Lo que aún no se ha atrevido el señor Sánchez durante un mes, la crítica a la muy errática política del Gobierno, lo ha resuelto Rajoy en tan solo siete días. Toda una lección para un socialismo, tan marchito como desorientado, al carecer de una buena brújula para sortear los numerosos escollos  de una crisis política, que únicamente podrá encauzarse con la convocatoria de una consulta popular pactada en Cataluña en la que se negocie tanto la pregunta como el quorum de votos así como la fecha de su realización. Ya pueden estar atentos a las próximas rectificaciones de Rajoy.

Este avance elástico sobre la retaguardia de Rajoy preludia la puesta en libertad de todos los presos políticos catalanes. Una vez que no se ha engrosado la cuerda de presos, prevista en el Tribunal Supremo, toca liberar a lo que tuvieron la mala suerte de ser encarcelados la semana pasada o, como los Jordis, el mes pasado. Cuanto más tarden en salir, cuanto más su fecha de salida se acerque al 21 de diciembre, más riesgo corre la Moncloa de que sean acogidos como víctimas o héroes de la lucha política de los soberanistas catalanes. Es ya la crónica de su liberación anunciada la que se desprende de las decisiones del magistrado Llarena que va a asumir todo el sumario catalán. Más la valdría a Rajoy pagar ahora que en vísperas de unas elecciones, que volverán a dar la mayoría a quienes la tenían antes del 155.

Siempre puede  cargarle el muerto del encarcelamiento de los presos políticos catalanes al Fiscal General del Estado, como si el señor Maza fuese la encarnación de la separación de poderes de Montesquieu. De hecho, ya hace algunos días que se lo vienen cargando cuando la Fiscalía de hecho es, parafraseando a Karl von Clausewitz, "la continuación de la política por otros medios".  Una cosa es que todo el bloque monárquico –PP, PSOE y Cs– necesite una cobertura mediática para esconder sus errores catalanes, otra muy distinta que el señor Maza sea un fiscal independiente en una estructura jerárquicamente dependiente del Gobierno. Quien ha definido muy certeramente la responsabilidad de la crisis catalana ha sido Varoufakis, cuando la ha definido como una alucinante idiotez.

Es producto, sobre todo, del desequilibrado trío del 155. Rajoy ha sufrido y sufre una presión extraordinaria de la nueva Falange de Rivera–" la unidad de la tierra y los hombres de España", formulada por José Antonio Primo de Rivera– sin sufrir ninguna contrapresión de un PSOE que va a remolque del PP. Cuando la grave situación social, económica, política, territorial y moral que vive hoy el Estado español hubiera necesitado y continua aún necesitando una moción de censura, el Congreso de los Diputados permanece de espaldas a la realidad social pese a la oposición democrática. Sin una alternativa progresista, que aritméticamente es posible, la crisis se agravará poniendo en serio riesgo todas las instituciones estatales. Este avance elástico sobre la retaguardia de Rajoy evidencia la absoluta incompetencia de la Moncloa. Corregir hoy lo que no se debió hacer ayer es la mejor prueba de su incapacidad.

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