Ciudadano autosuficiente

Ahora que ya pasó el Black Friday

Ahora que ya pasó el Black Friday

Comprar tiene mala prensa entre los dedicados a la salvación del planeta, es decir veganos, bicicleteros, recicladores y demás ralea. Esta especie de secta tiene incluso un contra-Black Friday, el Día de No Comprar Nada (Buy Nothing Day). Lo malo es que tienen razón, pero no porque comprar sea algo intrínsecamente malo, sino porque lo que nos venden no es bueno. Y eso se aplica a demasiadas cosas, desde la comida basura a base de aceite de palma y azúcar a los coches contaminantes de motor de explosión. Esta basurización del consumo consiste en vender de manera masiva bienes y servicios de mala calidad, muchas veces de usar y tirar.

¿Qué podemos hacer ante la basurización del consumo? Pues básicamente usar el viejo sistema del billete congelado. Este método tiene muchas variantes y consiste simplemente en pensarlo varias veces antes de comprar cualquier cosa, todo el tiempo que dura el deshielo de los billetes que guardamos dentro de un vaso de agua en el congelador. Pensarlo muy bien ha sido el método habitual de toma de decisiones de compra desde que algún sumerio avispado inventó el dinero, allá por el 5.600 AC. El método del billete congelado se puede combinar con el sistema del  comprador de ganado, que consiste en examinar cuidadosamente el bien o servicio que nos quieren colocar para buscarle los defectos, mataduras y vicios más o menos ocultos.

Siguiendo estos métodos, tardaremos mucho más en comprar y seguramente compraremos mucho menos, pero lo pasaremos en grande. Comprar, a pesar de la mala prensa que tiene, es un gran placer. Y además, mueve la economía, ¡que todos tenemos que vivir y comer! Pero comprar de manera masiva e indiscriminada ciertos días del año con el señuelo de rebajas falsas no resulta placentero, sino más bien lo contrario.

Como este es un blog con moralina pero también práctico, vamos a dar varios sabios consejos para comprar bien o por lo menos algo mejor.

Parece mentira, pero muchas veces compramos sin saber para qué vamos a usar nuestras compras, qué provecho vamos a darles. Podemos evitarlo visualizando la compra como una inversión, destinada a un fin. Por ejemplo, una micro-cámara compacta con wifi o similar, que te vendrá al pelo para llenar tus redes sociales de bonitas fotos, tu gran afición. O una bicicleta que te permitirá moverte sin gastar un duro en gasolina. También podemos pensar en nuestra compra  dentro de un año. Si la ves dentro de un armario cogiendo polvo, no la compres. También, una manera de comprar ropa es pensar cuánto tiempo vas a usar esta ropa en el futuro (6 meses, un año, 10 años...)

También puedes usar la triple prueba de la compra sostenible: eso que vas a comprar...

¿Contribuirá positivamente a mi economía? ¿Prestará buen servicio por un precio razonable? Si es un artículo duradero, ¿Me hará ahorrar dinero a largo plazo?

¿Es placentero y saludable? ¿Contribuye a un buen vivir, o es otro trasto más?

¿Ha sido fabricado y puede ser utilizado sin dañar el medio ambiente?

Si piensas que eso es mucho preguntar cuando lo único que quieres es comprar un par de camisetas que has visto en oferta, tienes razón. No hay que exagerar en nada, ni siquiera en la sostenibilidad de la compra. Pero sí es cierto que puedes introducir un poco de mesura y cuidado en tu vida de comprador más o menos compulsivo... al menos hasta que se descongelen los billetes.

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