Otra vez Podemos

Otra vez Podemos

Hace cuatro años, en el teatro del barrio, en Lavapiés, nació Podemos. Dijimos que cuando se acaban los caminos es cuando verdaderamente empieza el viaje. El PSOE y el PP, decía la calle, se empeñaban en ser demasiado parecidos, e Izquierda Unida creía que le bastaba esperar para recoger los pedazos. Ciu andaba en subiendo el 3% al 4% y el PNV rezando para que sus votos fueran necesarios en la Carrera de San Jerónimo. Desde Europa, de donde siempre vino un ejemplo de democracia, ahora venían memorándum que exigían recortes y ceder soberanía.

Aunque la Constitución era imposible de reformar, cambiaron el artículo 135. Y pese a la Transición y sus maravillas, nos dijeron que no teníamos la madurez política para que nos preguntaran qué nos parecía eso de dar prioridad al pago de la deuda sobre el gasto social. El 15M, tan luminoso, ya no convocaba la preocupación de las élites y era el momento de hacer algo. Al menos siete millones de personas no tenían a quién votar. Montando un partido no hacíamos sino continuar la desobediencia que habíamos practicado siempre, y como sabíamos que la política no debe ser una profesión, no teníamos miedo en asaltar unos cielos en donde no teníamos la más mínima voluntad de quedarnos a vivir. Yo aquí estoy, en la frontera. Y mi sensación es que sigo haciendo lo mismo. En el 15M, dijo El Roto, los jóvenes salieron a la calle y súbitamente, todos los partidos envejecieron.

En estos cuatro años, España ha cambiado. No solamente porque Podemos esté en los ayuntamientos de Madrid, Barcelona, Santiago, Coruña, Cádiz, Rivas, siendo más eficientes y además, sin robar, sino porque los viejos partidos saben que ya las cosas son diferentes y que la impunidad no puede ser la misma. Hace cuatro años no hubiéramos imaginado a Urdangarín y la Infanta en el banquillo ni al Rey de las cacerías de elefantes disculpándose por mentirnos o abdicando, no hubiéramos imaginado a 850 cargos del PP imputados y Trillo hubiera seguido asustando a los jueces para que no movieran un dedo; hace cuatro años no hubiéramos imaginado a guardias civiles y a policías diciendo que el PP es una asociación para delinquir o que Rajoy cobró sobresueldos en B ni hubiéramos imaginado que la militancia honrada del PSOE iba a ganarle el congreso a Felipe González y Rubalcaba después de que le cortaran la cabeza a Pedro Sánchez por temblar y ser cobarde. Hace cuatro años no hubiéramos imaginado a las mujeres de España empoderadas y diciendo que ni una más frente a la parálisis de los políticos y ni se nos habría pasado por la cabeza que cambiar la Constitución estaba tan cerca.

Cuatro años después, Podemos ha crecido a golpes sin perder la memoria de a qué vino. Ha tenido debates internos duros pero no se ha roto, para disgusto de las empresas de medios de comunicación. Se ha demostrado una fuerza que se parece mucho a los españoles y que por eso a veces es espectacular y otras veces decepciona. Podemos tiene muchas caras nuevas y afanes originales. Los que no mientan, estarán en el futuro de esta fuerza política. No es una cuestión de táctica ni de intentar no molestar. No se trata de sustituir a unas élites por otras. Se trata de dar la batalla eterna por la dignidad frente a los que quieren pisotearla.

Como ha pasado otras veces en la historia, ha sido en las cosas de la trascendencia donde ha tropezado con más ruido. No con la religión, que ahí el compromiso social del Papa Francisco ayuda, sino con la relación entre Catalunya y España. Las naciones no saben de matices. Como en la Primera República. Como en la Segunda. Desde Luis Napoleón Bonaparte, la derecha sabe que se lleva a su terreno a una parte de la izquierda si el color de la bandera y las notas del himno las ponen los reyes y las dibujan los banqueros. Ni Podemos ha sido capaz de ponerle aún rostro a una nueva España que reescriba su futuro ni Catalunya ha sido capaz de utilizar esa enorme fuerza popular para hacerse entender en el conjunto del Estado. En Catalunya han ganado las derechas -aunque les haya votado gente que se quiere de izquierdas- y el PP ha vuelto a pensar que tiene impunidad.

Tras el fracaso en Catalunya, Podemos ha hablado de volver a empezar. Es bueno caerte de vez en cuando, porque te levantas más humilde, más sabio y con más fuerza. En las series, el capítulo piloto te convoca y la primera temporada te interesa, pero cuando realmente te enganchas es a partir de la segunda temporada. Que es también cuando le ves el perfil a los que te están jodiendo la vida, el trabajo, las pensiones, la vivienda, la salud o los estudios. Podemos siempre fue solamente una herramienta. Tiene que regresar a esa humildad. De lo que se trata es de empuñarla para que sea útil, y para empuñarla hay que bajar a los talleres donde está esa fuerza que sigue creyendo, pese a todo, que merece la pena luchar sin perder la sonrisa. Se llama pueblo, está esperando en sus muchas necesidades. Es bueno recordar que fue quien nos puso en marcha.