Otras miradas

Boicotear a Israel también es Orgullo LGTB+

Jon Rodríguez

Desde diferentes sectores del activismo LGTB+ se ha extendido la crítica al actual modelo de Orgullo que impera en las grandes ciudades occidentales. A veces da la sensación de ser más un escaparate desde el que se promocionan grandes empresas multinacionales que una auténtica manifestación por los derechos de las personas LGTB+, en los que tanto queda por avanzar. Es una manifestación que desde muchos sectores se ha tratado de blanquear (literal y metafóricamente) y vaciar de su propio contenido, además del carácter interseccional que desde su inicio ha tenido el Orgullo.

Este año quizá tengamos que volver a ver utilizando este escaparate para su promoción a quienes siempre se han opuesto sistemáticamente a nuestros derechos. Por ello es importante que, frente a los modelos de hombre gay, blanco y con poder adquisitivo, que se han convertido en hegemónicos, recordemos la importancia de las luchas diarias de compañeras y compañeros LGTB+ que viven con VIH-SIDA y son víctimas de las políticas austericidas y de recortes; o las de las que están detenidas en los centros pagados con fondos de la UE en Turquía o Libia, apresadas mientras se dirigían a Europa en busca de un lugar seguro, a la espera de su deportación.

También es fundamental que este orgullo sirva para conmemorar la lucha de nuestras compañeras LGTB+ palestinas, que sufren múltiples discriminaciones por su orientación sexual y/o identidad o expresión de género, y por el genocidio israelí contra el pueblo palestino, que les condena a una situación de apartheid o exilio.

Este año, las autoridades israelíes tratarán de utilizar en su maquinaria de propaganda en el Orgullo de Madrid, en el que actuará en una fiesta privada la cantante Netta Barzilai. Ella no sólo ha representado a este Estado de carácter racista y colonial en Eurovisión, sino que ha formado parte de la Marina del país durante la Operación Margen Protector, en la que fueron asesinados 2310 palestinos y palestinas en el año 2014. Esto demuestra una preocupante despolitización en el marco de una lucha que no se entiende sin su carácter de clase y antirracista, una lucha cuyo objetivo es liberarnos de todas las opresiones que nos atacan.

Pero también demuestra los esfuerzos del Estado de Israel en hacer un lavado de cara rosa a su política genocida y la fuerza de su aparato de propaganda. Tratan de hacernos olvidar la realidad de las personas LGTB+ palestinas del mismo modo en el que la extrema derecha europea ha intentado presentar a las personas migrantes y refugiadas, o a las personas musulmanas, como amenazas a los derechos LGTB+, obviando la realidad de miles de personas homosexuales, bisexuales o transgénero que hacen la travesía a Europa buscando un lugar seguro en Europa y no encuentran más que fronteras cerradas y deportaciones.

En definitiva, son dos caras del discurso de la extrema derecha, que se ha adaptado a una realidad cambiante y ahora pretende instrumentalizar nuestra lucha tratando de cooptar a una parte de ella -casualmente formada por hombres blancos con poder adquisitivo- para imponer sus objetivos de odio.

La voluntad del Estado de Israel de promocionarse como un lugar abierto para mejorar su imagen internacional es un hecho que sus propios dirigentes políticos declaran abiertamente y en lo que gastan ingentes cantidades de dinero. Intentan que en lugar  de ser vistos como un Estado militarista responsable del genocidio de todo un pueblo, se les perciba como un lugar atractivo e interesante para el turismo.

Por ello ponen en marcha costosas campañas de promoción exterior que tienen como objetivo, entre otros, la atracción de turistas LGTB+. Tal y como declaró el propio ayuntamiento de Tel Aviv, el fin es que cada uno de estos turistas se convierta en un "embajador" del Estado de Israel. Para ello, por ejemplo, han gastado millones de dólares en la promoción internacional del Orgullo de Tel Aviv o en campañas que anuncian sus líneas aéreas como LGBT-friendly.

No podemos obviar, por tanto, que mientras Netta Barzilai canta en Madrid, habrá más de cinco millones de refugiados y refugiadas diseminadas por campos en todo Oriente Medio que no pueden acceder a su derecho al retorno, y que habrá otros cinco millones de palestinos y palestinas que viven bajo ocupación militar en Cisjordania y en Gaza.

Las políticas coloniales del Estado de Israel, que impiden la libertad de movimiento o de reunión, que impiden el acceso a la educación o los servicios de salud y que violentan sistemáticamente a la población palestina, son terribles para el conjunto de la población. Pero no cuesta imaginar el impacto específico que cuestiones como la absoluta limitación del libre movimiento, o las consecuencias del bloqueo a Gaza, pueden tener sobre la población LGTB+. Por eso, no puede separarse la lucha contra el colonialismo por la lucha por la liberación LGTB+, porque no podremos alcanzar la liberación si no rompemos con los regímenes de dominación que la apuntalan.

La historia del movimiento LGTB+ nos demuestra que no existe una puerta rosa a través de la cual podamos acceder a nuestros derechos, sino que estos se conquistan luchando en las calles. No podemos permitir que otros utilicen unas fechas, que deberían ser para la protesta y la celebración de nuestras luchas, para imponer otros objetivos.

No se trata de un concierto sin más, o de una cantante popular que, de forma inocua y por casualidad, resulta ser israelí. Es un paso más en una estrategia de la que debemos ser conscientes para poder decir que no en nuestro nombre,  que nuestros derechos no son moneda de cambio ni sirven para lavar la imagen de un Estado racista y genocida.

El problema de una manifestación del orgullo cada vez más blanca y despolitizada es que facilita que nos olvidemos de la propia diversidad de nuestra lucha. La lucha por la liberación LGTB+ incluye a nuestras compañeras palestinas, las que están encerradas en CIE, las que viven con VIH-SIDA, o las que están en situaciones de explotación y precariedad. Porque todas estas realidades están directamente relacionadas con un sistema que es capitalista y también es cisheteronormativo.

Frente a esta situación en la que el Estado de Israel nos intenta cooptar e instrumentalizar la lucha, es importante que reafirmemos que no lo harán en nuestro nombre. Para ello, tenemos una herramienta valiosa que heredamos de otra lucha contra el colonialismo, en este caso el régimen blanco surafricano. Se trata de la estrategia de boicot, desinversiones y sanciones (BDS), que tuvo éxito en Suráfrica y ahora se está implementando para resistir contra la colonización israelí. No sólo allí, también gracias una importante campaña de boicot, ejemplo de interseccionalidad, como ha sido la lanzada por el colectivo británico Gays and Lesbians Support the Migrants, se ha conseguido que la aerolínea Virgin dejara de colaborar con las deportaciones.

Boicoteando productos en nuestro día a día, o con gestos como la cancelación de presencia de artistas europeos en el Festival de Cine LGTB de Tel Aviv, podemos contribuir a evitar la legitimación internacional de la realidad colonial del Estado de Israel y el genocidio del pueblo palestino. Está claro que es una herramienta útil y que está teniendo éxito porque si no, el Gobierno israelí no hubiera aprobado a principios de este año el gasto de más de 70 millones de euros en una campaña contra ella. Que rechacemos activamente el concierto de Netta Barzilai es una forma de BDS que es, en definitiva, una forma más de lucha contra la LGTB+fobia.

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