Aquí no se fía

Rato, en plan Rato

La temporada que lleva en la cárcel no le ha bajado los humos a Rodrigo Rato. Su comparecencia de esta semana ante el tribunal encargado de enjuiciar la salida a Bolsa de Bankia fue todo un derroche de chulería. Estuvo impertinente y retador con la fiscal, a la que respondió con su suficiencia característica. Y sembró dudas sobre la sinceridad de la aparente contrición que mostró en octubre, poco antes de que a sus espaldas se cerraran las puertas de la cárcel de Soto del Real.

Si entonces tuvo el inopinado detalle incluso de pedir disculpas por sus errores, esta vez volvió a ser el Rato de siempre: discutidor, altanero, desdeñoso hasta el punto de pedir que no se le hiciera perder el tiempo. Como si todavía fuera un ocupado vicepresidente económico del Gobierno o un gerente del Fondo Monetario Internacional con la mesa repleta de complejos expedientes o un asesor de lujo de entidades financieras deseosas de exprimir su envidiable agenda.

Quizás no se dio cuenta de que, desde su condena a cuatro años y medio de prisión por las tarjetas black, es un preso más, que al menos en esta materia ni siquiera puede apelar ya a la presunción de inocencia. Y que tiene muchas papeletas para sufrir un nuevo revés judicial si su única línea de defensa es endosar a los reguladores el fiasco de la OPV de Bankia, que Rato pilotó en calidad de presidente.

Ciertamente, sorprende que se vayan a ir de rositas los responsables en aquella época del Ministerio de Economía, de la CNMV y del Banco de España, que debieron velar por la limpieza de la operación. Y tiene razón Rato en que todos ellos demostraron un gran interés por colocar Bankia en el mercado y que la factura de su recapitalización la pagaran los inversores. Pero de ahí a pretender que él sólo era un mandado, va un trecho largo.

No se le pagan 2,7 millones de euros al año a un mandado, por más que tenga el florido currículum de Rato, ni da éste la impresión de ser un hombre que se deje manejar fácilmente. Lo que sí tiene es una cierta propensión a descargarse de mochuelos. Lo demostró cuando echó la culpa de la derrota electoral de 2011 a Aznar y a su "puta guerra" y cuando salió por piernas del FMI justo antes de que estallara una de las mayores crisis financieras de la historia. Ahora, en su línea, quiere que otros se coman el marrón de una salida a Bolsa catastrófica, si no fraudulenta.

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