La oveja Negra

'Tigres de Cristal': todo lo que tiene que tener una buena novela

William Holden, con el rostro curtido por un millón de whiskies, cabalga despacio por las calles del pueblo. Viste uniforme, como el resto del Grupo Salvaje con el que pretende atracar el banco. De pronto, algo llama su atención. En el suelo, varios niños se ríen divertidos mientras contemplan como unas hormigas devoran a un escorpión. ¡Bam! Mis neuronas acusan el golpe. Nunca he podido olvidar esa escena. Sam Peckinpah creó uno de los momentos cinematográficos más sencillos y a la vez más contundentes para mostrar la crueldad intrínseca a la condición humana. La violencia está dentro de nosotros. Como un parásito. Desde la niñez.

Sé que ahora está de moda presentar la infancia como un tiempo azucarado y cursi, una sucesión de unicornios, arcoíris, cachorritos y nubes de algodón de tonos pastel (¡la insulina, por favor!). Pero los niños no son así. Los niños son crueles. Y mucho. No todos, indudablemente, pero sí un alto porcentaje. Solo hay que analizar lo que pasa, ha pasado y, lamentablemente, temo que pasará en cualquier aula de colegio o instituto. El acoso escolar o bullying. Vejaciones, insultos, agresiones físicas... siempre hacia el distinto, el inadaptado, el más débil. Como si fuera algo instintivo. Y lo más cruel de todo es la causa: lo hacen porque les parece divertido. Como ver a un grupo de hormigas despedazar a un escorpión.

Toni Hill nos habla del acoso escolar en su última y soberbia novela, Tigres de cristal, publicada por Grijalbo. Pero es solo una excusa para tratar temas mucho más profundos como la culpa, la venganza, la búsqueda del perdón o la fatalidad. Esa estrella negra que flota sobre nuestras cabezas, empujándonos a cometer errores una y otra vez. Y digo que la novela es soberbia atendiendo a la tercera acepción del adjetivo: "Que destaca o sobresale entre los demás por sus buenas cualidades". Eso es lo que hace Tigres de cristal, destacar.

Diciembre de 1978. Un niño aparece muerto en las Casas Verdes, en una ciudad satélite cercana a Cornellà. Dos compañeros de colegio son los sospechosos del crimen. Alguien los ha delatado.  Pero solo uno de ellos paga por lo que ha hecho. Diciembre de 2015, el destino toma apariencia de casualidad y hace que los dos niños, Víctor y Juanpe, ya adultos, se reencuentren. Uno es un hombre de negocios en apariencia exitoso. El otro es un buscavidas cansado de ser el perdedor de todos los juegos. Lo único que les une es lo que ocurrió en 1978. El crimen. La culpa. En el barrio continúa viviendo la familia del niño asesinado. Todo parece distinto ya, pero algunas cosas no cambian nunca.

Toni Hill hace un despliegue de todo su talento literario demostrando su dominio de los recursos narrativos (saltos temporales, uso de narradores en primera y en tercera persona, ambientaciones de distintas épocas y lugares) para construir una novela apabullante por su riqueza. En ella, como si se tratara de una porción de vida, se encuentra humor, amor, crueldad, violencia, crítica social, intriga... Una de las novelas más redondas que he leído en los últimos años. Leerla es como contemplar una ola que, poco a poco, va creciendo y creciendo. Hasta hacerse descomunal. Y cuando finalmente rompe, arrasa con todo. Conmovedora y brutal, profunda y divertida. Una obra equilibrada tanto en su estructura como en su contenido. Una de esas novelas de las que uno se siente orgulloso solo por el hecho de haberla leído. Me quito el sombrero y alzo mi copa. Por Tony Hill y sus imprescindibles Tigres de cristal.

 

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