Otras miradas

De la tribu del pueblo al sueño panarabista

Javier López Astilleros

Documentalista y analista político

Continúa la guerra siria en Idlib (Siria), a la espera del ejército sirio y los comandos rusos para dar el golpe de gracia a los rebeldes y a los mercenarios transnacionales.

En realidad, nada de lo que ha pasado en el país es excepcional. Se podía prever. El resentimiento dormía en las mazmorras de una multitud, hasta que aparecieron los resquicios suficientes para alzarse en una desdichada revolución que es mejor no mentar.

Pero el proceso de inestabilidad comenzó décadas atrás, casi desde su fundación. Y no hay mejor obra para conocer el origen de este agrietamiento que "Inundación en el país de Baaz" (2003), una obra donde todo lo que se cuenta es verdad, aunque se trate de una fábula que desnuda con la metáfora el sueño panarabista. Es difícil encontrar un trabajo mejor, y que describa con tanta precisión, el proceso de descomposición nacional de un país-matriz de múltiples confesiones religiosas.

Su director, Omar Amiralay (1944-2011), es su propio trabajo, un destructor de mitos y ensoñaciones. Utiliza los símiles entre las grietas aparecidas en las presas de agua construidas durante los primeros tiempos del Baaz, y su propuesta política. Y esto lo expresa un rostro arrugado y absorbente, el de Diab El Mashi (1915-2009), un antiguo seij de la tribu y el clan, aunque alardee de la gran nación árabe. Fue el diputado más joven, y también el más viejo en el país más gastado de Oriente, después de más de medio siglo en el parlamento. El autor nos dice: esta es la cara del partido, y se está rompiendo como sus presas. Sin embargo, han pasado 15 años, y los Assad continúan en la cúspide. En el 2016, el hijo de Diab, Mohamed Jair al Mashi, sufrió un atentado del ISIS. Dos suicidas se estallaron las entrañas, y mataron a 11 personas.

El activista Amilaray imaginó, una década antes de la guerra, el colapso de un proyecto político que camina hacia el cementerio de elefantes, aunque todavía sin encontrarlo.

En este cuadro coloreado de tragedia, siempre hay unos invitados que no aparecen, aunque son también protagonistas: los Hermanos Musulmanes (HM), los mismos que fueron purgados y masacrados por Hafez Al Assad en Hama. Los hermanos no lo olvidaron, y por eso en esta guerra fueron con todo. Para eso contaron con el apoyo de Turquía, Catar e incluso de los salafistas-wahabíes, pagados por el reino saudita. El imperio organizaba la orquesta, aunque todo parece olvidado, porque el caos y la confusión fragiliza la memoria.

Pocos esperaban la victoria de Bashir Al Assad y sus aliados, quiénes triunfan a pesar de la fuerza de las metáforas. Esto supone una auténtica humillación para los que iniciaron esta guerra, aunque al menos han conseguido destruir el tejido social y productivo del país.

Los Assad saben que los HM siempre vuelven, porque son creyentes de un milenarismo de carácter político, al que llaman califato, sueño que aún hoy goza de buena salud. Conocían y conocen la volubilidad de los HM, porque son sus vecinos, y llevan décadas asesinándose, a veces en silencio.

Pero los HM siempre desearon, y desean, el poder. En 1979 mataron a 50 militares alawitas, y un año después intentaron asesinar a Hafez Al Asad, tras lanzar un par de granadas a su paso.

Pero las metáforas de Amiralay no tienen la capacidad para cambiar nada. Más bien expresan la pornográfica crudeza del poder, por eso sus autores son objeto de escarnio y persecución.

A la profundidad de la reflexión poética se le suele dar un valor moral y excepcional, pero las consideraciones y realidades políticas son de una especie diferente. El alawita y marginado Hafez, fue fiel  a Rusia (URSS), país desde donde recibió formación como piloto, y le hizo soñar con el poder con tan solo 35 años, desde sus tiempos de ministro de Defensa. Fue durante ese periodo cuando Siria perdió casi toda su aviación y parte de su territorio, en la llamada guerra de los "seis días".  En 1970 dio un golpe de Estado incruento, y se hizo con el Baaz.

Pero la ira de los HM surge siempre en el momento adecuado, como una especie de fatalidad inconclusa, para manifestar un conflicto entre el laicismo étnico nacionalista, y la socialización de la religiosidad salafista.

Si Amiralay era un activista sincero, preocupado por un país esclerótico, un profeta que vaticinaba el fin que nunca llega, no se sabe muy bien lo que es el director británico Orlando Von Einsie. Dirigió, y ganó el Óscar (2017) al mejor documental por "The White Helmets", los famosos cascos blancos sirios, calificados como la protección civil rebelde, regada con millones por el imperio y su socio preferente, el ratón tico.

Tiene poca credibilidad esta organización fundada por el militar, y dicen que mercenario, James Le Mesurier, entrenados por Turquía, al menos antes de la evacuación que les montó Israel el 22 de julio del 2018.

Es cierto que escarbar bajo los escombros, como los blancos cascos hacían, es ingrato y arriesgado, pero las sospechosas amistades de los miembros de esta "ONG" no parecen avalarla, salvo para ganar el máximo galardón de Hollywood.

Orlando Von Einsie llegó tarde, tan solo para reconocer los escombros y los cadáveres. Sin embargo, entrevistar y vivir con los zombis de esa Siria pre bélica debía de ser más difícil, porque convives con muertos-vivos, aunque las posibilidades artísticas son evidentes.

En "Inundación en el País del Baaz" hay un punto hipnótico: mientras se escucha el sonido del Adan (llamada a la oración en el Islam), caen los copos de nieve sobre los minaretes intactos y petrificados de la gran mezquita, hoy destruida, de Alepo, un símbolo derrumbado. Y lo hace con una quietud que congela el corazón.

Es probable que Orlando Von Einsie haya visto la película de Amiralay, y por eso ha copiado el recurso fácil de la  llamada a la oración al final de su película. No ha caído en la cuenta, o no lo ha sabido ver, lo insultante que resulta para un musulmán ambientar con "este canto" el infierno del hambre y la destrucción siria, aunque ya parece lo natural.

Que den el Óscar póstumo a Amiralay.

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