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"Me alegro de que Reagan acabara con los comunistas"

El novelista estadounidense, autor de 'L.A. Confidential', cierra su Trilogía Americana con 'Sangre vagabunda'

LIDIA PENELO

Frunce el ceño cuando el fotógrafo lo enfoca. Y antes de que la cámara lo capture, enseña los dientes y, entre gruñidos, dice: 'Soy el perro rabioso'. Sin embargo, el novelista James Ellroy (Los Ángeles, 1948) no se considera un cascarrabias. 'Lo que pasa es que llevo siete semanas de promoción por Europa y estoy cansado', aclara con una sonrisa para sacudirse la etiqueta de personaje difícil. El escritor está en España para presentar Sangre vagabunda (Ediciones B), el volumen que cierra su Trilogía Americana.

¿Qué impulsó a escribir Sangre vagabunda?

Mi relación con las mujeres, una crisis nerviosa y un atlas.

¿Un atlas?

Sí, pero antes voy a contar lo de las mujeres. Mi segunda esposa me dejó, nos divorciamos y entonces conocí a Jean, una judía de izquierdas. Fue una relación tempestuosa y pasional. Yo soy de derechas y cristiano; ella, atea. Así que chocábamos. Luego me mudé a Los Ángeles, allí conocí a Karen, una casada con dos hijos, pero no conseguí que dejara a su marido y la cosa terminó. Las dos me dejaron hecho polvo. Más tarde, por Navidad, mi ex mujer me hizo el típico regalo para un ex marido: un atlas lleno de mapas.

Vale, pero, ¿cómo construyó las 733 páginas del libro?

El atlas me abrió las puertas a la República Dominicana, me documenté de los choques raciales que viven allí, las movidas del vudú, el odio hacia los asiáticos Mandé una investigadora a la República Dominicana y me trajo todo lo que necesitaba para ambientar el libro. A partir de ahí, hice un esquema de 400 páginas. Soy de los que lo planifica todo. Luego añadí los detalles, pero con una idea muy clara de la emoción que quería transmitir.

Cualquiera le encuentra un cabo suelto

De eso se trata. Este es el tercer libro de una trilogía, hay vínculos que se relacionan con las dos anteriores, como los dos personajes que sobreviven, y también está Don Crutchfield, un personaje inspirado en un amigo mío que fue detective en Hollywood. A través de él he incorporado facetas mías, de cuando era un poco delincuente y asaltaba casas y robaba prendas íntimas.

En esta ocasión, su lenguaje y los diálogos superan la crudeza habitual en sus obras. ¿Ha reprimido algo?

Como todos los personajes históricos están muertos puedo decir de ellos lo que me de la gana. Sí es cierto que el lenguaje es más fracturado. Hay mucha profanación, mucho humor a expensas de los negros, de los homosexuales. Muchos califican el libro de racista, pero las críticas no me importan.

¿Escribe de los años 50 y 60 para evitarse problemas?

Quiero revivir aquellos años y reescribir la historia secreta de mi país. La oficial no se la cree nadie. Yo tampoco. Y lo mismo pasa con la historia de España...

¿Nostalgia por una época en la que los comunistas eran el enemigo?

No soy nostálgico y me alegro de que Reagan acabara con los comunistas. Buscaba recuperar mi juventud y convertirla en una obra de arte. Al fin y al cabo soy un hombre blanco, nacido a mediados del siglo XX en California, al que le gusta lo típico: las peleas, las mujeres, los perros, los coches deportivos. Lo que no encaja es que odio el rock: me parece una mierda.

Si no lee, no navega por internet y vive encerrado, ¿cómo se da respiros?

Tengo novia y pocos amigos. Pero no tengo móvil, no tengo ordenador, no leo, no voy al cine y no piso restaurantes con tele. Mi única gran pasión es la música clásica. Me tumbo a oscuras, pienso y bebo café. Todo eso refuerza el silencio que necesito para concentrarme y crear los escenarios de mis novelas.

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