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Garzón denuncia cómo el franquismo castró los derechos y Wyoming acusa a Trillo y Rajoy de dar "caza" al juez

El magistrado inhabilitado y el 'showman' hacen una presentación cruzada de sus libros a cargo de Pepa Bueno, quien sacó a relucir los insospechados paralelismos entre ambos.

El Gran Wyoming, Pepa Bueno y Baltasar Garzón, en el Palacio de la Prensa de Madrid. / HENRIQUE MARIÑO

La oferta de presentaciones en Madrid es tan ingente que a algunos de sus protagonistas, si juegan en casa, no les queda otra que invitar a los primos de Móstoles para tratar de cubrir el aforo. Eso de presentación suena a libro, pero como se despiste le puede tocar tanto una película de Kwak Kyung-taek —un coreano— como una degustación de alta cocina patrocinada por un supermercado barato. Cuando no hay un showcase, hay un showroom. Antes se presentaban jugadores de fútbol y ahora, candidatos, que suelen ser políticos que aspiran a algo. El objetivo es acaparar la atención del público —es decir, de los medios—, de modo que en ocasiones el acto parece un velatorio y en otras, la romería del Rocío, según el tamaño del anzuelo.

Baltasar Garzón y el Gran Wyoming surcaron ayer los pasillos del cine Palacio de la Prensa como dos grandes estrellas y se dirigieron entre aplausos a un escenario dispuesto para la ocasión: una gran pantalla en la que se proyectaría su intervención y, detrás de cada autor, una pancarta con la imagen de sus libros. Si fuesen músicos, lo suyo sería rock de estadio. Aunque hubo calvas en la platea, parecía no faltar nadie, con dos bandos diferenciados: los wyoministas y los baltasarianos, todos bien avenidos, por lo que no hubo que lamentar incidentes. A la izquierda, el chaval de la Prospe, presentaba ¡De rodillas, Monzón! A la derecha, el aplicado estudiante de Sierra Mágina hacía lo propio con En el punto de mira. Habían llegado con veinticuatro minutos de retraso, como corresponde, pero fueron recibidos con afectos generosos. “Estarían hablando fuera”, le susurraba una mujer a su marido. “Es que la puntualidad en este país…”, añadía alzando el tono. Si sólo fuera la puntualidad, señora.

En realidad, uno le presentó el libro al otro, y viceversa, mientras que la locutora Pepa Bueno ejerció de mediadora. Wyoming, a priori, lo tenía fácil. Tan sólo debía adoptar un rictus más serio que el ofrecido en televisión, y el tema ayudaba: un juez que se atreve a remover el estercolero de la presunta financiación irregular del partido en el Gobierno es acorralado judicialmente con el fin de quitárselo de encima. O sea, que al magistrado de la Audiencia Nacional que investigaba los crímenes del franquismo lo aparcaron en la cuneta por el caso Gürtel.

A Garzón, en cambio, el registro irónico le viene grande, por lo que buceó en su infancia de pueblo para glosar la adolescencia de barrio de José Miguel Monzón, con quien estableció semejanzas vitales pese a su berlanguiana biografía. “Ambos tuvimos una educación religiosa: yo en un seminario, que era la forma de estudiar de los que no teníamos posibles, y él en un colegio de curas”, recordó el exjuez, que aborrece el prefijo.

- Tienen en común que son hombres comprometidos, que se confiesan de izquierdas, que escriben en la misma editorial [Planeta] y que tienen 61 años, aunque Wyoming es unos meses más viejo —había dicho Bueno.

- Quién lo diría… —interrumpió Wyoming.

- Hay muchos paralelismos. Yo llevé el mismo traje de comunión que él —detallaría más tarde Garzón—. Era de marinero.

- Más bien de Village People —ironizó el presentador de El Intermedio.

La transcripción de los chascarrillos del también músico carece de sentido, pues en la rayuela del teclado pierden la gracia innata de un showman que ha logrado hacer reír al público con el relato de la actualidad más descarnada. “Wyoming ha encontrado una forma muy inteligente y aguda de contar la realidad y la verdad”, explicaba antes del comienzo del acto la escritora Almudena Grandes. “La fórmula de su programa es muy novedosa, pero debe el éxito a su presencia y a su talento”. El resultado es un informativo gore; una comedia de terror para morirse de risa; lo que los cinéfagos llaman splatstick, aunque él sustituye las vísceras por el ectoplasma de la corrupción o el fantasma de Franco. Géneros al margen, ese dejadme solo ante los focos le viene de cuna, como recordó Bueno, pues “se crio en un capazo expuesto al público en la farmacia de su madre”, y ya se sabe que los niños que nacen detrás de un mostrador o de la barra de un bar vienen a este mundo con un máster en psicología, espabilación y verborrea bajo el brazo.

Sin embargo, Monzón también sufrió durante sus primeros años, sobre todo cuando su madre se despeñó por el barranco de la tristeza, lo que determinó su carácter. “La ironía fue una vía de escape”, afirmó Bueno, quien desveló que actualmente "le cuesta expresar los sentimientos porque le faltaron abrazos”. El autor de ¡De rodillas, Monzón! reconoció que el capítulo que le dedica ejerció de “terapia y liberación personal”, pues nunca lo había contado hasta ahora. “Entre la crianza de la prole y las noches de insomnio entró en una profunda depresión”, relata en el libro. Cuatro hijos y un aborto en cinco años. Unos dolores de muelas terribles. “La ausencia de mi madre marcó la vida de la familia. La situación era extraña porque no había muerto, ni se había marchado, estaba ausente sin haberse ido, tenía una presencia fantasmal”. Es una obra valiente, aseguró la presentadora, quien lo azuzó para que relatase cómo se hizo la picha un lío durante su primera experiencia sexual. “Un fracaso”.

Ese despertar a la vida tras la grisura del franquismo, Amsterdam mediante, también fue abordado por Garzón, que no recurrió a la chuleta. Durante el viaje de fin de curso de COU a Roma, intentó colarse en un cine para ver El último tango en París, mas tuvo que conformarse con la proyección de Cabaret.

- ¿Dónde la viste? —le pregunta a Wyoming.

- No me acuerdo, pero deduje que era mala para el colesterol. Lo que trasciende es que un hombre agarra la mantequilla con fines no previstos. Bertolucci hace un cine con mensaje y profundidad, que penetra en la mente del espectador.

A Garzón le tocó lidiar con la estrambótica mocedad del madrileño, aunque demostró que venía con los deberes hechos.

- Relata la vida en el barrio, cuando las cuestiones se solucionaban a pedradas. Entonces se vivía en los billares y, si tu padre te pillaba, tenías que tragarte el cigarro.

- Éramos unos faquires.

No quedaba otra que comerse los cuchillos del régimen, al que el exjuez llamó fascismo y no franquismo, porque el azúcar es malo, si bien tampoco hay que pasarse con el edulcorante. Sus páginas, según el hoy abogado, reflejan “la castración sistemática de los valores y los derechos”, así como los “déficits” acumulados durante tantos años de dictadura y transición, “que extienden algunas de sus consecuencias hasta hoy”. Los hitos en el camino vital de Monzón (que flirteó con el Opus y con la Organización Juvenil Española) le retrotrajeron a los tiempos de Falange, “la fuerza de choque durante la guerra y el franquismo”, que definió como una “losa”. El libro, añadió Garzón, “define exactamente el asalto al poder del Opus”, al que pertenecía el padre de Wyoming, que escribe: “El fascismo lo contaminaba todo, lo corrompía todo, lo jodía todo [...] Sus responsables no eran otra cosa que una gentuza inmisericorde que se forraba a costa de sembrar el odio, el abuso, el pánico, el dolor”.

De los aquellos maravillosos años de un adolescente del barrio madrileño de Prosperidad a las más de dos décadas de Garzón al frente del juzgado de instrucción número 5 de la Audiencia Nacional, donde combatió el terrorismo etarra, la guerra sucia del Estado y a los narcos gallegos. “Ha abarcado tanto, que cabe preguntarse: ¿y los demás jueces qué hacen?, ¿dónde están? Encarna a ese hombre en España que lo hace todo, como el de la canción de Astrud”, dijo Wyoming del magistrado, un daño colateral de las cloacas del PP por haber pisado la mina de la corrupción política. “No fue condenado el 9 de febrero de 2012”, pues “la cacería” había comenzado tres años antes, cuando Mariano Rajoy leyó su sentencia.

Entonces, el presentador de El Intermedio amplificó a través de su micrófono las declaraciones del líder conservador: “El PP cree que Garzón debe abstenerse de la causa y pide la recusación del juez. Esto no es una trama del PP, sino una trama contra el PP”. Era el 11 de febrero de 2009 y Rajoy comparecía ante la prensa rodeado de los suyos: “Todas las contrataciones de esta casa se han hecho en el marco de la legalidad. Todas, sin excepción, figuran en el Tribunal de Cuentas y de ninguna hemos recibido beneficio alguno. Y quiero dejar claro también que este partido no ha recibido ni un solo euro de las personas implicadas en el asunto que nos ocupa”.

Junto a él estaban Soraya, Gallardón, Trillo, Montoro, Arenas, Botella… Tampoco faltaban Aguirre, Mato, Camps o Barberá. “Si lo hace el PP, es una foto institucional. Si lo hace Podemos…”, ironizó Wyoming, que describió En el punto de mira como “un mosaico de nuestra historia reciente” en el que Garzón le pega “un repaso al imperio del mal”. Sin embargo, el juez que destapó el caso Gürtel fue condenado a once años de inhabilitación y expulsado de la carrera judicial por el Tribunal Supremo por ordenar que se grabasen las conversaciones entre los detenidos implicados en la trama de corrupción y sus abogados, pese a haber preservado su derecho de defensa. “Es difícil sobrevivir entre las intrigas palaciegas si eres independiente. Ese fue el pago que recibió de las personas que dirigen la Justicia, instigadas por el PP”, criticó Monzón, intrigado por saber quién estará cobrando los derechos de autor por haber descubierto la Gürtel. “Se lo atribuyó Aguirre”, respondió el abogado, quien denunció que muchos jueces ascienden a la cúpula judicial no gracias a sus “méritos”, sino a “fidelidades, acuerdos y conveniencias que, tarde o temprano, se suelen pagar”.

Garzón se acordó de Felipe y Wyoming, de Trillo. “Yo sostenía que un solo caso de corrupción debería hacer caer a un Gobierno”. Pero cuando el magistrado, que ejerció de delegado del Gobierno en el Plan Nacional sobre Drogas (con rango de secretario de Estado), le comentaba al expresidente socialista que había que intervenir en la Guardia Civil, González le contestaba: “Pobre Luis”. Pensó en dejarlo cuando, en otra ocasión, Felipe le espetó: “Las promesas electorales se hacen para no cumplirlas”. A izquierda y derecha, fue halagado y despreciado, según soplase el viento. El titular del juzgado de instrucción número 5 de la Audiencia Nacional batallaba contra ETA, los GAL o, años después, la presunta corrupción del PP: “Las personas que me denostaron me besaban la mano cuando les interesó”. Federico Trillo, por ejemplo, lo llamó “juez prevaricador”, recordó Wyoming [cuando encarcelaron a los cabecillas de la Gürtel, en 2009 el responsable de Justicia del PP dijo que el magistrado actuaba "con manifiesta ilegalidad" y "en contra de la ley"]. Garzón lo tiene claro: “Desempeñó el papel que le marcaron: coordinar la acción contra un juez al que había que tumbar”.

Fue el inicio de “una actuación concatenada y que obedeció al único designio de acabar judicialmente conmigo”, sostiene en sus memorias, donde defiende que “el juicio y condena a los que fui sometido obedecieron a razones ajenas a un verdadero sentido de la justicia”. En sus páginas también arremete contra los jueces que demostraron “una animadversión congénita" hacia él, contra Manos Limpias y Ausbanc, así como contra un “determinado sector judicial” que aceptó que un “seudosindicato” y una “extraña organización” convirtiesen la acción popular en “un instrumento de extorsión”. La conclusión es desesperanzadora: “Sabía que estaba condenado desde el comienzo. El resto fue mero espectáculo, para mayor descrédito de una Justicia suprema en la que ya no creo”.

-Es un libro muy valiente: mil páginas apasionantes —lo describió Bueno.

-Yo no hubiese presentado menos de 1.500. Todo tiene un límite —bromeó Wyoming.

Si Almudena Grandes había considerado antes de la presentación que estamos ante “un caso de injusticia flagrante”, el abogado Manuel Ollé afirmaba al término de la misma que “ese final jamás se tenía que haber producido”. La escritora cree que fue “una medida absolutamente arbitraria y el modo de destrozar la carrera de un juez estupendo”, mientras que el profesor de Derecho Penal Internacional, que ha trabajado como letrado con Garzón, va más allá: “Fue una caza en la que se cobraron su pieza. Cuando investigas, eres absolutamente independiente, te quieren coartar esa libertad y no le gustas al poderoso ni a los que desean controlar el poder judicial, te cortan la cabeza”.

-Resulta que no se conocían, me han dicho —comenta Bueno.

-Hemos coincidido alguna vez, pero él venía con una cabalgata de escoltas. Como se hacía acompañar de jueces, pues todavía había más escoltas. ¡Era un chollo para la hostelería! —responde el showman.

[...]

- Los niños escuchan Baltasar y lo abrazan. Creen que es un rey —vacila el madrileño.

- Eran mis nietos —tercia el jiennese.

Rematado el acto, Wyoming advierte desde el escenario: “A los que no quieran comprar el lote, el mío es más barato”. Los asistentes se hacen con un ejemplar para que se lo firmen los autores. El señor que los despacha asegura que ambos han vendido lo mismo. A la izquierda y a la derecha del patio de butacas, wyoministas y baltasarianos hacen fila. Huelga decir que la de Garzón es ordenada y la de Monzón, un avispero.

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