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Disidencia, felipismo y yonquis: los sinsabores de la contracultura española

El investigador Germán Labrador pasa revista en 'Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986)' a los anhelos y fracasos del underground en los años de la Transición.

'2 de mayo', algarabía carnal sobre Daoíz y Velarde.- FÉLIX LORRIO

Hay muchos muertos en el ensayo de Germán Labrador. Mucho ácrata, mucho moderno y mucho pasota. Mucho compromiso también, y algún que otro cínico. “Los cínicos quieren culpar a todo el mundo de su cinismo, lo que molesta de la contracultura es que fue muy pura”. Un camino de pureza cuyas cunetas se fueron llenando progresivamente al son de una cultura cada vez más domesticada.

Labrador: "Lo que molesta de la contracultura es que fue muy pura"

En efecto, la historia de la contracultura en España dejó bellos cadáveres, otros no tan bellos y algunos supervivientes. En Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986) (Akal), Labrador pasa revista a ese mito de la transición española como construcción historiográfica que olvida y obliga a olvidar la existencia de una ciudadanía democrática más allá de la lógica de las instituciones que dicen representarla. “Mientras algunos llegan al poder, otros se mueren”, sintetiza el autor. Parte de una generación destruida y olvidada cuya muerte nos habla de un compromiso con una democracia de verdad, con esa nueva vida que anhelaban.

Del ’68 al ’86 se inventaron muchas luchas, algunas irrepetibles y otras que, en cambio, se han ido reencarnando y ahora emergen acicaladas, como recién levantadas. Pero no. “Todo lo que existe porta marcas de cómo fue construido, guarda la huella del tiempo de lo que destruyó al hacerse”, apunta Labrador en la introducción de este extenso volumen. “Lo que ocurrió en esos años es que se buscaban nuevas formas de vida que conjugaran de un modo diferente cultura y política. Pedían, además, que esta búsqueda tuviera lugar más allá de las elecciones democráticas y del Parlamento. Querían, a fin de cuentas, unir estética, política y vida cotidiana”, añade el joven académico al otro lado del teléfono.

"Aquella generación quería unir estética, política y vida cotidiana"

Tremenda osadía. Aderezar la lucha antifranquista con elementos rupturistas de tipo lúdico y moral. “Un lugar aún por inventar en el que se daban cita la lucha ecologista con la liberación sexual, la descapitalización del trabajo con la objeción de conciencia; múltiples frentes que anhelaban una nueva vida y se veían como parte de un mismo proyecto que luego se ha ido segmentando”. Surge entonces un desbordamiento de las formas de militancia clandestina tradicional. La nueva aleación sesentayochista proponía una forma de vida poética, vanguardista y de un marxismo heterodoxo.

Huída hacia adelante vs. asimilación

Un viaje tardofranquista con suerte desigual para sus intrépidos excursionistas. Una travesía por el desierto en la que —grosso modo— nos topamos con dos destinos posibles; la muerte o la marginalidad, y la asimilación institucional.

Insignes miembros del primer grupo de expedicionarios son gente como Leopoldo María Panero o Camarón. Dos autores que, como apunta Labrador, “llevaron hasta las últimas consecuencias su anhelo de libertad, en sus tragedias podemos percibir la necesidad más o menos consciente de cuestionar los límites de la democracia y la vanguardia”.

En cuanto a los segundos de a bordo, nos encontramos ante itinerarios diversos de una insólita movilidad. Hablamos de adalides de la contracultura como Escohotado, Dragó o Losantos. Gente que en su día abrazó la disidencia extrema o el jipismo y que ha derivado hacia posicionamientos ordoliberales o carpetovetónicos. Bandazos que el académico relativiza y trata de entender: "Las razones pueden ser diversas, desde la vuelta a casa del padre hasta la decepción con el felipismo, por no hablar de la entrada en juego del nacionalismo".

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