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'La Seducción' de Sofia Coppola “¿Qué mujer no ha conocido un tío encantador del que no deberías fiarte?”

Sofia Coppola 'reinterpreta' en 'La seducción' la 'guerra entre hombres y mujeres' que contaba Don Siegel en 'El seductor' (1971), pero no se acerca a la profundidad y turbiedad de aquella, y Colin Farrell se queda a años luz del tipo despreciable que interpretó Clint Eastwood.

Fotograma de 'La Seducción' (2017) de Sofia Coppola.

“Sinceramente, ¿tíos encantadores de los que no deberías fiarte aunque te gustaría hacerlo? Creo que todas podemos identificarnos con eso. ¿Qué mujer no ha conocido a alguien así?”. El canalla encantador de la nueva película de Sofia Coppola es Colin Farrell, único hombre en el mundo femenino de La seducción y lamentable error de casting del proyecto.

“Reinterpretación” de El seductor (1971), de Don Siegel, el filme le valió a Coppola el Premio a la Mejor Dirección en el Festival de Cannes, donde ¡en 70 años solo dos mujeres han recogido este galardón! (Dato categórico que constata la discriminación de la mujer en el cine).

Con Nicole Kidman, Kirsten Dunst, Elle Fanning y cuatro jovencísimas actrices, la “visión en femenino” de la novela de Thomas Cullinan se ha revelado como un remake innecesario del título de Siegel, seguramente el mejor de la carrera del cineasta de Chicago y una de las interpretaciones más notables y valientes de Clint Eastwood. La película de Sofia Coppola no es ni tan afilada ni tan malvada ni siquiera tan defensora de la mujer como hubiera pedido la relectura de una obra ya mayor. Eso sí, es infinitamente más remilgada estéticamente.

Un ogro en el bosque

Ambientada en 1864, tres años después del comienzo de la Guerra de Secesión, toda la acción se desarrolla en un internado femenino del Sur. Allí viven Miss Martha, la directora, la profesora Edwina y cinco alumnas, mujeres aisladas en medio de la guerra que un día descubren a un soldado yanqui herido y deciden acogerlo. La presencia de un hombre en su reducido mundo, un universo de sexualidad reprimida, de supervivencia y miedo, despertará tensiones entre ellas y avivará el peligro.

La película no es ni tan afilada ni tan malvada ni siquiera tan defensora de la mujer 

La aparición de John McBurney (Clint Eastwood) en la película de Don Siegel era la de un monstruo en medio del bosque, un ogro que asustaba a Amy, la más pequeña de las chicas. Era la amenaza. Un peligro con el que el espectador vivía desde el principio y que se manifestaba perverso desde que el atractivo soldado besaba en la boca a la niña para que no se delatara ante un grupo de confederados. Unos minutos y ya se habían presentado la maldad y lo morboso del personaje. En la película de Coppola, Colin Farrell parece asustado e indefenso, no enciende ninguna alarma.

Fotograma de 'La Seducción' (2017) de Sofia Coppola.

Fotograma de 'La Seducción' (2017) de Sofia Coppola.

'Esa' guerra permanente

La cineasta pretende que el espectador vaya al mismo paso que sus personajes femeninos, descubriendo poco a poco la auténtica personalidad del soldado. Pero en ese propósito falla lo esencial, el actor. Ni por muchas horas que hubiera concedido Coppola a Farrell para desarrollar el personaje, éste hubiera conseguido jamás el nivel de turbiedad, miseria y vileza que alcanzó Eastwood en 1971. Al Colin Farrell de La seducción te lo zampas tranquilamente. Sin embargo, el McBurney de El seductor es pura dinamita.

La presencia de un hombre en un universo de sexualidad reprimida, despertará tensiones entre ellas y avivará el peligro.

Así como el hombre es el enemigo de estas mujeres, seres humanos en 'esa' guerra permanente, la película de Don Siegel se convierte en el temible adversario de la Coppola. Si aquella nunca se hubiera rodado, ésta no decepcionaría demasiado. Todo lo que en el filme de 1971 'manchaba', en La seducción es puro estilismo y finura. Pulcritud y limpieza, con unas hermosas brumas matinales y unas composiciones estéticas de muy buen gusto, que envuelven demasiado el conflicto interior de los personajes. El problema más grave de la película de Coppola es que existe la de Siegel y, al mismo tiempo, su mayor virtud es que sirve de reivindicación de aquella.

Fotograma de 'El Seductor' (1971) de Don Siegel.

Fotograma de 'El Seductor' (1971) de Don Siegel.

Genuina prepotencia machista

Con fuerza en muchos momentos, buenas interpretaciones y lealtad al desenlace de la historia –al final, el poder siempre es el de las mujeres unidas-, La seducción es una película con algunos méritos que, sin embargo, no le han valido para defenderse de la mayor crítica que ha recibido, la de no incluir en el relato el personaje de Hallie, la mujer negra en ese internado del Sur. Interpretado por Mae Mercer en la producción de 1971, era, de todos, el personaje más digno de la película. Una mujer enamorada de su pareja, un esclavo que consiguió huir, que ya no vive como esclava, que descubre inmediatamente las intenciones del villano y que sabe que sobrevivirá más tiempo en ese mundo de guerras luchando con otras mujeres, blancas o negras.

Coppola ha respondido diciendo que “sería insultante” introducir el tema de la esclavitud como una trama secundaria. “No quería perpetuar un estereotipo ofensivo donde los hechos y la historia apoyaron mi elección de la configuración de la historia de estas mujeres blancas en completo aislamiento, después de que los esclavos hubieran escapado. Más que un acto de negación, mi decisión provine del respeto”.

Sofia Coppola en la última edición del Festival de Cannes.

Sofia Coppola en la última edición del Festival de Cannes.

Y todo el respeto para su película, que se va tornando más oscura a medida que avanza, pero que no da miedo y no conmociona, que no se tiñe nunca del negro de un mundo en el que los hombres se siguen paseando como gallos de corral, sin darse cuenta, dominados por su vanidad y su machismo, de que están solos, rodeados por miles de gallinas. Clint Eastwood se atrevió a interpretar a un tipo absolutamente despreciable, que caía derrotado por la poderosa hermandad femenina. Y con su John McBurney dejó retratada la genuina prepotencia del machista.

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