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El misterio de la guía de ferrocarriles Este no es el Poirot de siempre, pero funciona y resuelve casos igual

‘Agatha Christie: El misterio de la guía de ferrocarriles’ adapta la novela publicada por la autora en 1936 dándole una vuelta a su mítico personaje en cuanto a tono y aspecto.

John Malkovich, en 'Agatha Christie: El misterio de la guía de ferrocarriles'. | Movistar

En esta adaptación de The ABC Murders que hoy estrena #0, de Movistar+, John Malkovich y Sarah Phelps hacen suyo al mítico Hércules Poirot otorgándole un aire distinto más allá de su bigote. Acabado, solo y repudiado, el detective belga se encuentra ante un nuevo y personal caso que resolver.

Hacerse mayor no resulta fácil y, en ocasiones, puede llegar a ser uno de los capítulos más tristes y solitarios de la vida de un ser humano. Este ‘nuevo’ Poirot ha sido apartado de la sociedad como un mueble viejo que no sirve para nada; es alguien a quien ya no merece la pena escuchar y que supuestamente ha perdido las habilidades que antaño le hicieron uno de los mejores, sino el mejor, en lo suyo. Ante un panorama así, el protagonista de El misterio de la guía de ferrocarriles se convierte en la encarnación de una reivindicación: escucha a tus mayores.

Nacido en 1920 de la mente de Agatha Christie, este detective de rasgos fácilmente reconocibles e ingenio agudo ha vivido una larga vida en el mundo literario -su última aventura la protagonizó en 1975- y ha visto cómo le adaptaban una y otra vez en la pantalla. Allí estaba él, con su característico bigote puntiagudo apuntando hacia arriba. Con los rostros de Albert Finney, David Suchet, Peter Ustinov, Ian Holm, Tony Randall, Alfred Molina, Kenneth Branagh… Altanero, divertido y con su propia seña de identidad que siempre ayuda a distinguirle de cualquier otro colega gremial. Sin embargo, el Poirot de Sarah Phelps, responsable de El misterio de la guía de ferrocarriles, es algo distinto a lo que el público está acostumbrado a ver cuando de él se trata. Se presenta ante el mundo con perilla.

John Malkovich se convierte en esta miniserie de la BBC en un hombre arrinconado, al que sus antiguos colaboradores de Scotland Yard no escuchan y del cual reniegan. Algunos dicen de él que le ha podido la vanidad. Otros, que no ha sabido asimilar su nueva situación, la de jubilado. Sea como fuere, lo cierto es que hay alguien que no está dispuesto a renunciar al talento de Poirot para resolver misterios enrevesados. Y ese no es otro que el asesino en serie que firma sus crímenes y cartas como A.B.C.

El afamado detective belga vive como un refugiado en un Londres, en de los años treinta, en el que se extiende una corriente contra los inmigrantes. Llevo 19 años viviendo en Inglaterra, pero me siguen tratando como a un extraño, un usurpador, se llega a quejar en un momento el personaje. Los de fuera no son bien vistos en este Londres prebélico y él lo sufre en sus propias carnes. Con un panorama así, en una ciudad más gris aún de lo normal, más oscura y sumida en la Gran Depresión, él intenta vivir con dignidad los años que le queden.

En el centro Rupert Grint, durante un capítulo de la miniserie. | Movistar

En el centro Rupert Grint, durante un capítulo de la miniserie. | Movistar

Se alimenta de los recuerdos de tiempos mejores, pero también peores, de las cartas de admiradores y detractores que aún guarda. La llegada de las misivas de A.B.C. dan una nueva razón a su existencia como retirado de la primera línea de investigación. El asesino le ha propuesto un reto, un juego, y él siente que debe recoger el guante. Se lo prometió a las víctimas, se repite una y otra vez. Así, entre cartas y asesinatos, las muertes violentas se suceden siguiendo un patrón, el que marca el abecedario.

Alice Ascher, asesinada en Andover, es la primera víctima. Después viene Betty Barnard, en Bexhill. Y la lista continúa.

En cada escenario, una guía de ferrocarriles ABC abierta por la letra correspondiente. Con cada crimen, una carta para Poirot. La clave, la razón de ser de esta miniserie, es descubrir en qué momento el asesino será cazado y cómo lograrán hacerlo. Todo detective necesita un criminal/asesino a su altura, que suponga un desafío para su intelecto. El Sherlock Holmes de Benedict Cumberbatch tenía al Moriarty de Andrew Scott en su segunda temporada. El Hércules Poirot de John Malkovich tiene al asesino del ferrocarril. En ambos casos se trata de algo personal. Y, en lugar de Lestrade, el inspector Crome, interpretado por Rupert Grint.

El misterio de la guía de ferrocarriles se desarrolla como una historia crepuscular llena de rincones oscuros

El misterio de la guía de ferrocarriles se desarrolla como una historia crepuscular llena de rincones oscuros a los que contribuye la particular atmósfera londinense sumada a la apuesta por una estética un tanto expresionista en la que muchos de los planos podrían estar colgados en cualquier museo. El juego de luces y sombras, de color y oscuridad, muestra una paleta al servicio de un guion con distintas lecturas posibles y todas ellas complementarias. Trata sobre hacerse mayor y ser arrinconado, sobre ese pasado que todo el mundo tiene, sobre traumas, anhelos, sueños frustrados… Al final, todos los personajes de esta adaptación de la novela de Christie comparten una razón para su existencia, la búsqueda de reconocimiento.

Los tres capítulos que componen la producción están salpicados de flashback que retrotraen al espectador a algo que ocurrió en el pasado de Poirot antes de refugiarse en Inglaterra en 1914 procedente de su Bélgica natal. Hasta el final se juega con la pregunta de quién es en realidad Hércules Poirot y a qué se dedicaba antes de convertirse en detective. La clave está en su muletilla, “mes enfants”, que repite una y otra vez.

Quienes busquen una historia de Poirot al uso, en la línea de las adaptaciones anteriores, no la encontrarán. Ya lo avisó le propio Malkovich en las entrevistas previas al estreno en Inglaterra. A cambio, darán con una miniserie bien propuesta, desarrollada y resuelta que aborda temas como la vejez, la inmigración, el ascenso del fanatismo y la necesidad de ser útiles a uno mismo y a la sociedad para sentir que la vida tiene un sentido hasta el final.

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