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Pamela Yates "El feminicidio guatemalteco es una herencia de la violencia de la guerra"

La premiada cineasta norteamericana, que no cree en la neutralidad cuando filma, busca dar voz a quienes decimos que no la tienen.

Pamela Yates, cineasta.

lula gómez

Pamela Yates (Estados Unidos) es cineasta y activista por los derechos humanos. Sus películas sobre crímenes de guerra, masacres y barbaries tienen un claro objetivo: denunciar la situación de los más vulnerables. El nombre de la documentalista, miembro de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de EE.UU, está -en gran parte- unido a la historia de Guatemala. De ahí y de 35 años de viajes al país centroamericano salen tres de sus películas y una historia: la de una guerra civil y un genocidio de más de 200.000 víctimas, según la ONU. Allí filmó Cuando las montañas tiemblan (1983), Granito: cómo atrapar a un dictador (2011), utilizado como evidencia forense en el juicio por genocidio contra el dictador Efraín Ríos Mont; y 500 años (2016).

Yates, que cuenta entre otros reconocimientos con el premio especial del jurado de Sundance por Cuando las montañas tiemblan, es además cofundadora de Skylight Pictures, una productora sin ánimo de lucro que busca hacer un cine intencional. Está en España para hablar de cómo hacer documentales e involucrar a los movimientos sociales. Invitada por la Asociación de Mujeres de Guatemala, dará mañana, día 14, una charla sobre cómo hacer cine y activismo. La cita será en la Casa Encendida.

Reivindica la voz de los mayas, que hablan de “la larga noche de los pueblos”, que serían los 500 años de resistencia ante los opresores. ¿No es una espera eterna?

Sí, pero también la resistencia es eterna. Y esos 500 años, que es el título del tercer documental sobre Guatemala, hacen referencia a esa parte del juicio en la que Juan Francisco Soto habla –ante toda la judicatura, por primera vez en la historia de las Américas– del genocidio de los pueblos indígenas. Imagínate, ¡un país tan pequeño como Guatemala, denunciando esa historia ante el mundo! Aquello fue un antes y un después en la resistencia.

Pero así y todo, si nos vamos a 2019, esos pueblos siguen muy oprimidos.

Sí, claro. Pero también es cierto que parte de su cultura se basa en esa fuerza para poder resistir. Y eso es lo que ocurrió en el juicio a Ríos Montt: se cambió la narrativa de quienes contaron lo qué pasó en Guatemala. Antes allí nadie hablaba de genocidio, ni de las masacres. Nadie.

Pero insisto, resistencia, sí, pero si uno mira la historia reciente del país, el panorama es muy duro. Impera la impunidad, han entrado grandes multinacionales hidroeléctricas y macroproyectos en los territorios que fueron arrasados por el ejército, y la "primavera" que vivió Guatemala en 2015 parece un tanto apagada… ¿No es desalentador?

Sí. Sin duda. Pero también hay que mirar los triunfos. El hecho de que se instalase una agencia mundial para luchar contra la impunidad, el de haber ganado el juicio contra el dictador y la presencia de las ONGs con proyectos de cooperación internacional son éxitos claros. Lo que ocurre es que cuando uno lucha contra el sistema, el sistema se pone en tu contra. Es como una ola y ahora estamos viviendo la reacción a esos logros que obtuvimos. Así es la historia. Pero cuando se entiende esa dinámica, se saca fuerza para seguir luchando y frenar lo que está pasando. Guatemala vive un momento muy malo, una auténtica crisis constitucional.

Hablas de cambiar la narrativa pero, ¿cómo sería la historia si la contasen los propios indígenas?

Tanto en Granito como en 500 años tratamos de contar la historia desde la perspectiva maya. De los cinco protagonistas, cuatro son mayas. Solo uno es descendiente de españoles.

Pero sigue siendo una historia contada por blancos.

Sí, claro. Toda la razón. Eso queda para la próxima generación, para gente como la activista de 500 años. Cuando yo llegué a Guatemala, en 1982, lo hice para investigar el papel que estaba jugando Estados Unidos allí. Lo que pasa es que una vez sobre el terreno, me di cuenta de que las personas que tenían la visión para cambiar Guatemala eran los mayas. Entonces decidí trabajar con Rigoberta Menchú. La contacté y la traje a Nueva York, donde vio todas las escenas que habíamos filmado, una historia que, por cierto, no tenía un hilo conductor y que solo encontramos cuando ella decidió contar su propia historia. La filmamos hablando directamente a cámara, algo que no se hacía entonces. Esa fue nuestra forma de contarlo con una perspectiva maya.

Pero es cierto, seguimos siendo blancos contando su historia. Por medio de Skylight Pictures estamos trabajando en Guatemala para que cineastas y documentalistas locales cuenten la historia de su país.

¿Y qué quieren contar esos nuevos cineastas guatemaltecos?

La memoria histórica. Qué pasó y por qué pasó allí.

Por cierto, ¿qué es un país sin memoria?

Es un país condenado a repetir la historia. Pero lo bueno es que Guatemala tiene memoria y el hecho de querer adquirirla o reapropiarse de ella es el camino.

Y Occidente, ¿tienen Europa y América del Norte memoria sobre la responsabilidad de sus hechos allí?

Lo que está pasando hoy con la enorme migración centroamericana hacia Estados Unidos habla de un país que no tiene memoria. Porque para entender esos movimientos migratorios hoy habría que mirar de dónde viene esa realidad, de unos problemas provocados por nosotros durante la Guerra Fría. No, Estados Unidos no tiene memoria: no hemos revisado tampoco el genocidio que cometimos con los indígenas de nuestro país.

Hablas de activismo. ¿Dónde queda entonces la neutralidad?

La neutralidad no existe (se ríe). No niego que estoy contando una historia desde una perspectiva, pero siempre la menos conocida, y la más escondida por los poderosos.Yo trato de que en mi forma de narrar haya siempre unos protagonistas, las víctimas, pero también incluyo a los antagonistas. Y hay hechos... mediante los cuales construimos una historia universal sobre el bien y el mal. No somos periodistas. Tenemos esa libertad artística y técnica para poder expresar la historia con esa intencionalidad y mirada desde los derechos humanos.

¿Cómo se financia el cine que hacéis desde Skylight? ¿Quién paga 35 años de investigación para una historia?

Nos financiamos a través de fundaciones e individuos particulares que creen en lo que hacemos. Aparte, contamos con unos mercados donde podemos cobrar, hablo de ciertas televisiones y circuitos educativos en los que hay dinero. Pero además de eso, buscamos también modelos alternativos de distribución En muchos espacios, ofrecemos nuestros documentales gratis. En Guatemala, por ejemplo, le dimos la película a la principal plataforma pirata. No pretendemos vender la historia de Guatemala a los guatemaltecos.

Parte de nuestra práctica, como activistas de derechos humanos, es pensar cómo hacemos nuestras películas y cómo las distribuimos. Queremos desarrollar un cine colaborativo en vez de uno extractivo. No podemos llegar a un país, grabar su historia, llevarla a festivales y contar que somos excelentes cineastas. Hay que colaborar con la gente local y entender que el proceso debe ser de ellos.

Es importante estar y permanecer conectada a las personas y lugares donde se trabajan los documentales. No para hacer otro documental, sino porque hay que seguir trabajando con las personas que han colaborado. Si uno quiere hacer cambio social, debe de comprometerse de por vida.

Vienes a España invitada por la Asociación de Mujeres de Guatemala, que denuncia el salvaje feminicidio que vive su país. ¿Por qué un país normaliza la violencia hacia sus mujeres?

Esa violencia contra las mujeres se explica por la guerra que vivieron. El feminicidio es una terrible herencia de aquel entonces. Cuando un país permite la impunidad, la impunidad lo transforma. Además a eso hoy hay que sumar la variable del narco. La violencia ataca a los más vulnerables, y débiles: en este caso a las mujeres.

¿Habrá que esperar otros 500 años para hablar de una nueva Guatemala?

No. Yo tengo mucha fe y esperanza en las nuevas generaciones. Ellos van a liderar una apertura democrática en el país.

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