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Los Soprano Veinte años del estreno de 'Los Soprano', la serie que cambió las reglas de la televisión

Ha habido muchos después, y puede que quizá alguno antes, pero ninguno como Tony Soprano, ese personaje lleno de aristas y brutal al que David Chase nos enseñó a querer como personaje durante seis temporadas.

Ahora es habitual, pero entonces llegar a encariñarse con un personaje como Tony Soprano no era tan común. HBO

Han pasado 20 años desde que la doctora Melfi abriese la puerta de su consulta y dijese aquello de “¿Mr. Soprano?”, dirigiéndose al tipo de semblante adusto y complexión fuerte que estaba sentado en su sala de espera. Con ese gesto de adelante no solo le invitó a entrar en su consulta, sino a la casa de millones de espectadores que a partir de ese momento y semana tras semana se sentaron en sus sofás, como él en el diván, para conocer un poco más a ese mafioso que acudía a terapia y todo su mundo. [ATENCIÓN: ESTE ARTÍCULO CONTIENE 'SPOILERS']

Dos décadas después de aquello, cuando se lanza al aire la pregunta de cuál es la mejor serie de la historia de la televisión, Los Soprano sigue siendo la respuesta de muchos y se disputa el título con otras grandes como The Wire y El ala oeste de la Casa Blanca, que también celebra este año su veinte aniversario. En una época, la actual, en la que cada temporada se estrenan series memorables y sobresalientes, seguir figurando en los rankings siempre en las primeras posiciones es un mérito del que pocas pueden presumir. En el caso de la creada por David Chase eso se debe a infinidad de razones.

Producciones televisivas buenas siempre ha habido en todas las épocas, pero Los Soprano es única porque supuso un cambio en las reglas del juego, marcó un punto de inflexión. Nos descubrió que el protagonista no tenía por qué ser un tipo sin nada al que reprochar, que podía ser alguien trastornado en muchos sentidos, violento hasta ser capaz de matar con sus manos a alguien de su propia sangre al mismo tiempo que se presentaba como lo que él entendía como un buen padre y esposo y, pese a todo eso, conquistar al espectador. Ahora es habitual, pero entonces llegar a encariñarse con un personaje como Tony Soprano no era tan común. Él fue quien despejó el camino a los que vinieron después: Jimmy McNulty, Walter White, Don Draper… Seres humanos despreciables en muchos aspectos y grandes personajes.

Los Soprano fue importante, entre otras muchas cosas, por su planteamiento. Colocar a un mafioso en una posición tan vulnerable como la consulta de una psiquiatra nada más arrancar se vio como todo un atrevimiento por parte de Chase, pero también toda una declaración de intenciones. La que presentó aquel 10 de enero de 1999 no tenía intención alguna de ser una serie al uso, algo que se hubiese visto antes. Ni en el género mafioso ni en el del drama familiar, que de eso también hay mucho en Los Soprano. Lo prometió entonces con aquella primera escena tras unos títulos de crédito que son historia de la televisión y lo cumplió a lo largo de las seis temporadas en las que se desarrollo toda su psicología, su biografía familiar, vital y criminal y la de una nube de personajes que crecieron junto a él.

Tony Soprano es uno de los grandes antihéroes y protagonistas que han existido y existirán en la televisión, y el mérito hay que repartirlo entre quien le dio la vida en el papel y quien lo hizo delante de la cámara, James Gandolfini. Cuando hace seis años el actor fallecía a los 51 años en Roma, quedó patente que su nombre siempre viviría ligado al de su personaje. Interpretó a otros muchos más, todos ellos con ese talento que le caracterizaba, pero su muerte temprana le impidió dejar atrás la sombra de Tony Soprano. Se hicieron grandes mutuamente. Esa mirada algo triste de párpados perezosos, esa voz que se imponía al resto, ese magnetismo que desprendía y ese gesticular con las manos fueron parte del viaje que este mafioso de Nueva Jersey que decía dedicarse a la gestión de residuos hizo desde la consulta de una psiquiatra a un fundido a negro que no contentó a todos.

Porque Los Soprano también fue una de esas series en las que el final no satisfizo de manera unánime. Por suerte para Chase, el equipo de guionistas y todos los demás implicados, entonces Twitter era solo una aplicación en pañales sin los millones de usuarios que hoy en día acuden a poner el grito en el cielo cuando un desenlace no les gusta dando por hecho que ellos lo habrían escrito mejor. Que se lo digan a J. J. Abrams, Damon Lindelof, David Benioff, D. B. Weiss y tantos otros que han tenido que sufrir la ira de los tuiteros. Pero por mucho que no haya unanimidad, hay que reconocerle a su responsable que esa escena final fue tan valiente como lo fue la primera, coherente, memorable y mítica.

Más allá de Tony Soprano

Uno de los aspectos que más se le ha aplaudido siempre a esta serie es que no se lo jugase todo a la carta de un personaje principal tremendamente poderoso y potente, sino que arriesgó con las subtramas y dotó de vida y personalidad propia a todo el cartel de secundarios. Cada seguidor de Los Soprano tendrá el suyo propio, pero es más que probable que muchos de ellos coincidan en dos que contribuyeron a hacer más grande a Tony y que gozaron de líneas de texto y escenas gloriosas.

Uno de ellos fue Paulie Gualtieri (Tony Sirico). El otro, Chris Moltisanti (Michael Imperioli). Los dos queridos, respetados por el patriarca y con un final muy distinto pero igualmente épico. Desde la neblina de haber visto la serie hace mucho, Paulie surge como ese mafioso en chándal cuya fidelidad era indiscutible. El otro, como el sobrino que quiso volar y con el que Tony mostró su lado más humano, pero también esa bestia que llevaba dentro. Los dos juntos en la pantalla eran dinamita. Podrían haber tenido su propia serie y la habríamos visto.

Luego estaban esos personajes femeninos, cuidados y bien construidos que tanto importan para entender quién es Tony Soprano. Empezando por su madre y acabando por su psiquiatra. Livia Soprano (Nancy Marchand) era, como suele decirse, para echarla de comer a parte. Principal culpable de que su hijo fuese así, resultó ser una mujer cruel y desagradable que poco sabía del instinto maternal. Jennifer Melfi (Lorraine Bracco) se desveló como mucho más que una doctora, como alguien capaz de hacer frente a alguien tan poderoso como quien se sentaba en su diván y, aunque a veces con miedo, llevar las riendas de su relación profesional/personal. Y entre medias de ambas, Carmela Soprano (Edie Falco), alejada del estereotipo de mujer del jefe que solo está ahí para ver, oír y callar. Carmela tenía mucho que decir, y lo dijo.

Ellas y ellos eran de la famiglia. Algunos por su relación de consanguinidad, otros por los lazos que unen el camino de dos personas cuando sus vidas se cruzan. Pero todos importantes en esa familia más grande que iba más allá de la mansión con piscina de la que cada mañana un tipo con una bata abierta, a pecho descubierto y medalla al cuello emergía para recoger el periódico. De escenas como esa está llena Los Soprano, una serie que además de sus personajes, sus tramas, su visión de la mafia de hoy en día, de la familia, de la lealtad, la traición y hasta la religión es recordada también por sus puros, sus atuendos chandaleros, sus joyas siempre a la vista, sus patos y sus platos. Porque en una serie con personajes de raíces italianas, la comida debía estar muy presente. Los mafiosos también comen y los de la serie de Chase lo hacían a menudo y abundantemente. Aunque a veces cometiesen el pecado de congelar y recalentar la pasta. Ni siquiera Los Soprano, en toda su grandeza, era perfecta al 100%. Nadie ni nada lo es.

El 10 de junio de 2007 se emitía el último capítulo, Made in America. La serie se iba a negro y comenzaba la leyenda, que pronto se verá acrecentada con el estreno en 2020 de The Many Saints of Newark, precuela cinematográfica en la que se verá a un joven Tony Soprano interpretado por el hijo de Gandolfini, Michael. En la primera imagen vista de esta nueva historia, además del parecido con su padre, en lo que todo el mundo se fijó al ser publicada es en que llevaba la medalla que acompañó a Tony durante las seis temporadas.

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