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El drama del futbolista del pueblo

Tévez, delantero de la Juventus sobrevivió a una infancia tenebrosa: abandonado por su madre, con una gigantesca cicatriz en la cara producto de graves quemaduras y criado en uno de los barrios más peligrosos de Buenos Aires. Vio a sus amigos de la niñez morir o ir a la cárcel y su padre fue secuestrado el pasado verano

El mural pintado de Carlos Tévez, en el barrio bonaerense de Fuerte Apache.

MADRID.- La vida de Carlos Tévez es una telenovela. Un argumento creado por guionistas argentinos para alguno de los culebrones que allí devoran. O bien una suerte de El show de Truman. De otro modo, es difícil de explicar tantas penurias en tan corta vida. Una infancia salpicada por un siniestro episodio tras otro que, sin duda, marcaron y forjaron su carácter en las canchas para siempre. Para empezar, Carlos Tévez (Buenos Aires, 1984) no nació Carlos Tévez. Podía haber sido Carlos Cabral, pero fue inscrito en el registro como Carlos Martínez, primer apellido de su madre, después de que su padre biológico no quisiera hacerse cargo de él.

Pasados unos meses, su madre tampoco lo quiso. Lo abandonó en los brazos de sus tíos, Segundo y Adriana, quienes lo adoptaron. Al borde de su primer cumpleaños, le cayó una olla de agua hirviendo que le abrasó la cara y parte del pecho. Le trasladaron al hospital envuelto en una manta con fibras de nailon que agravaron aún más sus quemaduras de primer y segundo grado. De ahí la gigantesca cicatriz que adorna su cara y su cuello. Una muesca que ni siquiera puede esgrimir que sea de guerra para parecer más duro. Tampoco lo necesita.

Carlitos, no obstante, era otro niño más de familias rotas e infancias tenebrosas del peligroso barrio bonaerense Ejército de los Andes. Más conocido como Fuerte Apache, una especie de favela, o una villa miseria, como allí las llaman por una razón evidente. En ella campan la delincuencia y la drogadicción a sus anchas y el delantero sobrevivió milagrosamente a ellas. “Eran cotidianas. De pequeño tenía miedo a estar preso; siempre le tuve mucho respeto a la policía”, confesó en una reciente entrevista en El País.

Aunque a algunos les pueda costar creerlo, el futbolista de la Juventus guarda en su memoria felices recuerdos de aquella niñez en las calles de Fuerte Apache, en las que jugaba a las canicas y no con muñecos o cromos como otros chavales a su edad. “Era muy pobre para coleccionarlos, nos daba justo para las canicas”. Allí dice que aprendió a valorar las cosas y de aquel vecindario marginal le viene su apodo, El Apache. El arrabal, por su parte, le recuerda, por ejemplo, con un inmenso mural. “No cambio mi infancia por nada en el mundo. Me sirvió para ser una persona derecha y saber cuáles son los valores de la vida. La volvería a vivir y siempre volvería a mi barrio. La calle me enseñó los códigos de la calle y a ser hombre. Siempre digo que la escuela me pudo haber enseñado poco, pero la calle mucho”.

Si las carencias llegaban a necesidades básicas o a la imposibilidad de tener para cromos, más aún para poseer unas botas de fútbol. Las necesitaba cuando un ojeador del All Boys se acercó al barrio a pescar jóvenes talentos para el equipo y se encontró con uno, muy tímido, que le maravilló más que ninguno. El ojeador preguntó al padre de Carlitos, albañil, si podía jugar con ellos y éste le contestó con brutal sinceridad: "No te lo puedo mandar porque no tiene zapatillas". El empleado de All Boys halló rápido la solución: "Le puedo conseguir algunas prestadas, déjame llevármelo". Mientras el fútbol profesional lo llamaba, la vida se llevaba al hombre que no le quiso. Su padre biológico moría acribillado a 23 balazos en plena calle. El joven contaba sólo cinco años. Quizás no recibía palizas, pero maduraba a golpes.

Tévez, en un partido reciente con la Juventus. MARCO BERTORELLO / AFP

Con los All Boys llegó a despuntar tanto que la maquinaria de Boca Juniors lo fichó en 2001. “Me dijeron que tenía que ir a ver a un pibe que jugaba como Maradona. Fui y me di cuenta de que era mentira; ese pibe era más que Maradona”, rememora el ojeador xeneize Bernardo Griffa en Diario Jornada. Allí ya se convirtió en Carlos Tévez, al heredar el apellido del que siempre ha considerado como su verdadero padre. Conforme crecía, se hacía mejor futbolista al tiempo que le menguaban los amigos. Unos en la cárcel; otros muertos, como el mejor amigo de su infancia.

Con Boca Juniors ganó el Torneo Apertura, la Copa Libertadores y la Intercontinental en 2003, y la Copa Sudamericana en 2004. De ahí pasó al Corinthians brasileño y después cruzó el charco para desempeñarse en el West Ham inglés. Estando ya en el Manchester United, su hermano biológico Juan Alberto fue detenido en 2008 por asaltar junto a su cuñado un camión blindado. Tévez le ayudó pagando al abogado pero cortó la escasa relación que guardaba con él. Con su familia adoptiva, sin embargo, si mantiene estrechos lazos. Compró a sus padres un apartamento y les envía cada mes dinero.

El último trago que le ha hecho pasar la vida sucedió el verano pasado, ya en la Juventus, cuando su padre, al que adora, fue secuestrado en Buenos Aires y liberado horas después. Ahora, que lleva unos meses sin sobresaltos, ha acabado de tatuarse un fresco de la Capilla Sixtina que cubre toda su espalda. “Me impactó mucho. En la tienda de souvenirs me compré un libro del Vaticano y, cuando lo abrí, lo primero que apareció fue otra vez esa imagen. Y dije: Me la tatúo en mi espalda. Dolió mucho mucho”. El jugador del pueblo, como lo llaman Maradona y la hinchada de Boca, juega hoy por su segunda Champions tras la lograda en 2008 con el United y a buen seguro que se la ha ganado en la vida.

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