Público
Público

Retrato de una excepción

La humildad de Javier Fernández, un campeón del mundo de patinaje nacido en Cuatro Vientos, Madrid, hijo de cartera y de mecánico. “Mi entrenador es mi máxima autoridad”, explica a 'Público'. “Por mucho que sepa, no podría autoentrenarme”, acepta.

Javier Fernández conquista por segunda vez consecutiva el campeonato del mundo de patinaje artístico. /EFE

MADRID.- Ante todo, esto es la emoción, el triunfo de los humildes que hoy podría explicar Enriqueta, la madre de Javier Fernández, la cartera de Correos. El avión aterrizó a las 6.30 de la mañana, procedente de Boston, donde su hijo se proclamó campeón del mundo, y de allí ella fue directa al trabajo, a la cartería de Majadahonda. Pero esa es la familia, la familia que pone de ejemplo, incluso, en esta conversación Javier Fernández que hoy está de gira en Japón, antes de volver a su casa de Toronto, que no es Madrid ni la Colonia militar de Cuatro Vientos, donde se crió él y se crió Laura, la mayor, ya enfermera, los hijos de Antonio, el padre, mecánico de la base militar de El Pardo, imposible de explicar nada de lo que sucedió este fin de semana en el City Garden de Boston, campeón del mundo de patinaje sobre hielo por segunda vez consecutiva, todos ahí, inseparables como siempre.

"No pretenderá explicar a Javier Fernández sin su familia", había avisado Jorge Serradilla, aquel jugador de waterpolo, aquel soñador al que Javier Fernández conoció cuando eran externos en la residencia Blume de Madrid y un día, de golpe, lo convirtió en su representante.

"No sé si el éxito nos hace mejores o peores personas, pero es verdad que cuando nos proponemos nuevas metas y no se cumplen nos enfadamos con el mundo, porque eso forma parte del deporte y del mundo", explica Javier Fernández, que ya no desconfía de la presión. "Al contrario, la necesito".

Y no tiene más que recordar este Mundial de Boston, "donde no podía ni entrenar el día anterior a la final, tuve que ser infiltrado y el talón de Aquiles no me dejaba ponerme ni la bota que es mi herramienta de trabajo”. Pero entonces fue como si volviese al pasado, a la primera vez que vio la nieve en Toronto y a no asustarse frente a la nieve, a abrigarse, eso sí, "como una cebolla" y a elegirla hoy, a 10 días de cumplir 25 años, como "la pionera de mis llantos e ilusiones", imprescindible la nieve el día que escriba sus memorias y recuerde esa primera vez: "No sé si sentí miedo, emoción o ganas". Y ya no lo sabrá nunca, porque no quedan voces con las que contrastarlo. "Nunca en mi vida he escrito un diario. No tengo ese hábito", explica hoy, doble campeón del mundo, capaz de ajustar cuentas con el dolor, extraviado quizá desde aquella vez que escuchó decir de él, "es como si Messi hubiese nacido en Indonesia", y todavía hoy se le encienden los ojos, y la sonrisa, y la vida.

“Tengo que escribir en inglés”

En realidad, siempre hay días que le recuerdan a uno quién fue como "las bromas de mamá, que son un clásico”. Quizá porque esta conversación no busca presumir, sino recordar. Y, si acaso, presumir de una madre, Enriqueta, la suya, la que tira del carro, cartera de Correos, y Javier, que mete la bicicleta en el autobús los días en los que hace más frío en Toronto en el autobús para ir o volver de entrenar y no subir la cuesta de regreso a casa, no se olvida. Quizá porque es imposible olvidar, el humilde piso de 70 metros cuadrados de Cuatro Vientos, las tres habitaciones, una de ellas la suya en la que empezó todo y ver que ni siquiera eso le aleja del personaje que es hoy.

“Yo no puedo dejar de ser español ni dejar de saber lo que pasa en España”

Un tipo con casi 50.000 seguidores en Twitter, donde, por cierto, escribe tantas veces en castellano como en inglés, hombre de mundo. “Tengo que escribir algo en inglés”, justifica, “porque tengo muchos fans en Japón, Rusia, Estados Unidos…, y tengo que hacerles un guiño de vez en cuando. Pero el hecho de escribir en inglés no significa que me aleje de España, no, para nada; yo no puedo dejar de ser español ni dejar de saber lo que pasa en España ni de leer nuestros periódicos. El tiempo ha pasado rápido, desde los 17 años, pero yo sigo diciendo que como en casa no hay nada”.

Hoy, calado hasta los huesos por el éxito, doble campeón del mundo, la memoria forma parte de sus madrugadas. “De la España que yo me marché quizá no había tanta incertidumbre política como ahora , pero sí recuerdo que se iniciaba esta crisis que tanto nos sacudió a todos”. Y aunque él hoy tenga un empleo fijo, la felicidad no sólo depende del triunfo, sino de los días que llevan al triunfo en los que aprendió que "la perfección no existe". Algo que puede captar nada más abrir el buzón de su casa en Toronto, "donde sólo hay propaganda", protesta. "Pero es que esto es así", añade. "La perfección no existe ni dentro ni fuera del hielo, aunque por suerte yo soy muy cabezón. Siempre busco algo distinto y hasta que no lo logro… Claro que me enfado conmigo mismo”.

De lo contrario, no sería posible estar aquí ni sobrevivir, como logró, aquel día en el que hizo -17ºC en Toronto ni al dolor, infiltrado, este fin de semana en Boston, uno de esos momentos que no acostumbra a repetirse. “Quizá ahora mis triunfos parezcan fáciles, pero no, no lo son. Yo mismo me meto mucha presión. Vivo con mucha presión. Me he acostumbrado a vivir así. Sé que tengo que esforzarme al máximo para que mis ejercicios sean limpios".

“No podría autoentrenarme a mí mismo”

Quizá por eso esta historia, la suya, la de su familia, la de la nieve, es tan buena historia, con final feliz por ahora. "No podría autoentrenarme a mí mismo", descarta. "Por mucho que sepa de esto, no podría hacerlo". Quizá por eso nunca dejará de ser uno mismo, el hijo que algún día soñó cualquier madre y fue Enriqueta, la suya, la que lo tuvo y lo vio marchar a los 17 años a New Jersey, no quedaba otro remedio. "Siempre hay puntos débiles y siempre hay alguien que los puede solucionar mejor que tú”. De ahí que la jerarquía sea lo primero y a veces lo único. “Nunca mandaré más que mi entrenador, jamás. Él es mi máximo mandatario. Mi respeto hacía él es insuperable”, explica sin alejarse de sí mismo, su familia sigue siendo su casa, su nieve, sus recuerdos.

"Mi respeto hacía mi entrenador es insuperable"

“Supongo que mi vanidad a veces esta ahí. No quiero pensar que no exista. Por eso habrá momentos en los que pueda controlarla y otros que no. Pero sí sé que soy ambicioso y que no me canso de ser así. El día que me canse tendré que tomar otras decisiones. Pero hoy la ambición es un reflejo de mí dentro y fuera del hielo”, explica sin ningún miedo a la próxima vez en la que no se sabe lo que pasará. Pero lo que sí se sabe es lo que ya ha pasado, el valor de lo vivido, el orgullo de haberse proclamado, por segunda vez campeón del mundo, en el City Garden de Boston, donde el japonés Yuzuru Hanyu parecía imbatible. La diferencia fue que Javier Fernández, como cuando se marchó de Cuatro Vientos, tenía otra idea, “los límites están muchas veces donde uno se los propone” que tal vez hubieran hasta valido para la poesía de Edgar Allan Poe, “la locura es más sublime que la inteligencia”, la que ya no aparece en los buzones, huérfanos de cartas de amor. Y nadie como Enriqueta, la madre, lo sabe.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?