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Quique Setién, el sindicalista imprescindible

El entrenador del UD Las Palmas, que viene de los tiempos en blanco y negro, fue capaz de sacar de quicio a gentes del fútbol muy poderosas. Siempre prefirió las razones a las palabras. Hoy, se enfrenta al Real Madrid (El Insular, 20.45 horas).

Quique Setién en un partido de Las Palmas esta temporada. /EFE

Para concebir a Quique Setién no hay nada como aquella anécdota en La Albericia en la que Vicente Miera, el entrenador del Racing, le echaba en cara a él, futbolista franquicia del equipo, que no era trigo limpio, porque había tenido problemas en todos los sitios. Sin perder los estribos, Setién le contestó que eso era por haberse encontrado a gente como él. Al día siguiente, el futbolista escuchaba en el contestador automático de su casa, en una época en la que no existían los móviles, que estaba despedido. El mensaje se lo enviaba el entonces presidente del Racing, Pancho Mora. "Quique, vamos a rescindir tu contrato, hemos decidido que no vengas mañana a entrenar. Un abrazo".

No era tan extraño: ya le había pasado algo similar en el Atlético o en la selección española tras el Mundial de México'86. Tenía 36 años y era un mito en el Racing y en el fútbol español en el que siempre se caracterizó por defender sus derechos con esa voz pausada suya, capaz de sacar de quicio a tipos tan enérgicos como Jesús Gil o José María García. Nunca se dejó vencer por el poder ni por el miedo. Seguramente, no ha sido ni será un empleado fácil para los dirigentes, pero esos son los ingredientes que diferencian a Quique Setién desde hace 40 años.

Un hombre con sincera facilidad para conectar con la hinchada, que prefiere a la gente como él, que antepone el 'nosotros' al 'yo'. Así es hoy en Las Palmas como ayer fue en Santander, en Logroño o en Lugo, donde es una gozada preguntar por Quique Setién en las panaderías, en las cafeterías y hasta en las paradas de autobuses. La respuesta casi nunca tiene fisuras. No es fácil desconfiar de la palabra de Quique ni de esa idea suya que hoy adoran en Las Palmas: "Tengo la fuerza del viento y esa bravura que viene del mar".

Acompañado a todas partes de lápiz y papel, desconfiado de las palabras desde aquella noche que José María García le acusó en la radio de querer echar a un entrenador y luego, cuando coincidió con él en el asiento de al lado del avión, en un viaje de regreso de la selección, por más detalles que le dio, no hubo manera de que García recordase ese incidente.

Hoy, 30 o 35 años después, a los 58 ya, Setién sigue siendo un hombre de una sola pieza que malgasta pocas palabras y rara vez oculta lo que se cuece en el fútbol. Cuando salió del Lugo, lamentó que "esto es agotador" y que "para ser presidente de un club de fútbol no haya que aprobar unas oposiciones ni tener títulos ni haber sido futbolista o entrenador. Basta con aparentar que tienes un poco de dinero y estar relacionado con cuatro interesados".

Hombre de provincias

Hubiera sido interesante tener a Setién liderando un sindicato o las clases de recuperación en un instituto. Cuesta creer que no hubiera defendido a la ciudadanía con razones más que con palabras. Sus ambiciones personales nunca fueron preocupantes. De hecho, su carrera de entrenador no es ningún monumento, escrita en provincias. Sin embargo, él nunca presume de toda la gente que le da la razón en la calle. Quizá porque Setién retrata otro tipo de personaje. Un hombre que tiene mucha fe en el ajedrez y que no aparca los años cumplidos en el armario. Acepta que el tiempo le hizo más reflexivo, sobre todo en esas incómodas ruedas de prensa, de las que también le han tocado vivir y en las que él también hubiera podido cometer alguna locura.

"Porque cuando pierdes y encuentras a 20 periodistas que te someten a un bombardeo no es fácil salir ileso. No saben lo que cuesta mantener la compostura", ha explicado Setién, cuyo resultado es evidente. Siempre tendrá más prestigio en la profesión que popularidad en el mundo. Pero esa es una parte más de su personalidad, casi imposible de imaginar en un karaoke o leyendo un discurso preparado por otra persona que no haya sido él.

Ni siquiera a los 18 años cuando empezaba en el Racing y escribía las crónicas de sus propios partidos aceptaba que nadie le regalase lo que él sabía que no merecía. "En una campaña contra el tabaco, que protagonizamos juntos, hice amistad con un periodista, Juan Antonio Sandoval, que escribía como los ángeles y me di cuenta de que en sus crónicas, en 'La Hoja del Lunes', yo nunca jugaba mal. Desde aquel día, entendí que debía mantener las distancias con los periodistas".

El tiempo no hizo más que demostrarle que llevaba razón. No siempre le fue tan bien como ahora en Las Palmas. Tuvo épocas largas de paro en las que llegó a emigrar a Guinea, la única posibilidad entonces de encontrar un trabajo. Pero ni siquiera entonces, cuando peor pudo pasarlo, se dedicó a reír gracias ni a pegar puñaladas por la espalda. Fue fiel a esa idea incontestable suya, protagonista de su vida desde que se quedó huérfano de madre y empezó a trabajar a los 14 años: es preferible morir de pie que vivir arrodillado.

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