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Agricultura El negocio del campo se dispara mientras 7.000 agricultores dejan la tierra cada año

El acaparamiento de terreno y la profesionalización de las explotaciones para subsistir conviven con el abandono de los pequeños propietarios y la expansión de modelos empresariales, cuyas potentes inversiones han llevado la rentabilidad y las exportaciones a niveles de récord.

Agricultores y empresas han invertido casi 18.500 millones en maquinaria, y más de 32.000 en mantenimiento y en mejora de instalaciones, en los últimos diez años/EFE

¿Qué está ocurriendo en el campo para que en una década la producción aumente un 15% y las exportaciones se dupliquen mientras desaparecen más de 80.000 explotaciones agrícolas y ganaderas? La respuesta está, por una parte, en el peso que las estructuras industriales y los inversores han ido ganando en el sector y, por otra, en la profesionalización del agricultor tradicional, que se han ido traduciendo en una creciente concentración de la propiedad de la tierra y un cambio en los sistemas de producción.

Las cifras de afiliación a la Seguridad Social registran una caída de casi 80.000 autónomos agrarios en una década de 299.979 en marzo de 2008  a 220.143 al cierre de 2017 frente a un aumento de 7.232 empresas y cooperativas, que han pasado de 26.181  a 33.413, con un avance especialmente significativo (5.494) en las sociedades mercantiles. Esas cifras sitúan el balance de la década en 153 abandonos por semana frente a la llegada de catorce nuevas empresas.

La EPA (Encuesta de Población Activa) añade que en ese periodo 34.800 familiares que ayudaban en las tareas agrarias han dejado de trabajar en el campo, al que han llegado 66.200 asalariados del sector privado que han pasado de asumir la mitad del trabajo (14,9 millones de horas semanales) a casi dos tercios de la tarea (17,2). Tres de cada cinco empleados, que ya superan el medio millón, tienen contratos eventuales, consecuencia de la temporalidad del sector agrario, que concentra la contratación en las épocas de cosecha.

“La ocupación en el campo, que lleva unos años estabilizándose tras una fase de reducción, se sitúa en el entorno de las 700.000 personas, con unas 300.000 explotaciones profesionales”, explica José Luis Miguel, director técnico de la organización agraria COAG y testigo de la transformación que se está dando en la producción agraria.

Cuatro empresas se hacen cada semana con una gran explotación

La mercantilización y la profesionalización del campo se están dejando notar en los procesos de concentración de la propiedad. Y también en la producción, tanto en los sistemas como en los rendimientos.

La cifra de explotaciones agrícolas se ha reducido casi un 10% en esos diez años, en los que cayó a 945.024 tras perder 98.883, mientras su extensión media aumentaba más de un 16%, de 23,84  hectáreas a 27,7.

Esa tendencia a la concentración de la tierra resulta más visible cuantitativamente en la reducción de las pequeñas explotaciones, con la desaparición de 84.513 de menos de diez hectáreas, que en el aumento de las de más de cincuenta, que solo fue de 521 (de 101.906  a 102.427). Sin embargo, ocurre lo contrario en el plano cualitativo, ya que 2.109 de estas últimas, más de cuatro cada semana, pasaban a ser gestionadas por sociedades mercantiles, que poco a poco van reemplazando a los agricultores.

En la década transcurrida entre 1999 y 2009 la superficie cultivada por la agricultura familiar pasó del 14% al 7%  en España, según un informe de la Fundación Mundubat, que, no obstante, apunta que los procesos de concentración no son tan acusados como en el conjunto de la UE, donde “el 3 % de las fincas controlan el 50 % de la superficie agrícola”. Según el estudio, en ese periodo se perdieron en España una media de 82 explotaciones diarias, la mayoría de ellas de menos de cinco hectáreas, mientras aumentan las de más de 70 dentro de un proceso en el que “muchas unidades productivas acaban absorbiendo parte de la tierra que dejan libre las explotaciones que van cerrando”.

“El que no produce bien no puede competir”

Esos cambios en la estructura de la propiedad de la tierra y un periodo de fuerte capitalización, que rondó los 18.500 millones en inversión, superó los 32.000 en mantenimiento e incluyó 3.800 en financiación, han tirado al alza del negocio.

“En el campo ha pasado como en buena parte del trabajo autónomo y la pequeña empresa. Ya no vale todo, y el que no produce bien no puede competir”, señala. “Eso obliga a realizar inversiones, buscar economías de escala para rentabilizarlas, aumentar el tamaño de las explotaciones para que sean rentables y a cambiar la mano de obra familiar por asalariados”, anota, al tiempo que ejemplifica con “la sorpresa que supondría para mucha gente conocer, por ejemplo, los sistemas de guerra biológica contra las plagas que se aplican en los invernaderos”.

El valor de la producción agrícola a pie de campo, antes de su comercialización, creció en los últimos diez años, según los datos del Ministerio de Agricultura, de 26.148 a 29.031 millones de euros, mientras el de la ganadería pasaba de 14.777 a 18.765. Eso elevó de 26.149 a 27.831 millones de euros anuales en 2016 una renta agraria en la que cada vez hay menos manos para repartir y que tanto ese año como el pasado, con 28.462, alcanzó niveles de récord.

A esa fase de bonanza se le suman los efectos de las exportaciones, que llevan camino de duplicarse tras pasar de 26.033 millones anuales a 46.781 y suponer ya una sexta parte del comercio exterior español.

Con todo, el grueso de esa parte del negocio no está en la producción de agricultores y ganaderos sino en la industria agroalimentaria, que acapara casi dos tercios de las ventas en el exterior con 27.601 millones, por 15.200 una década antes. No obstante, la salida de alimentos no transformados también ha experimentado un notable incremento, al alcanzar los 15.363 millones de euros en 2016 y añadir un 61% a los resultados de 2007.

Más de 46 millones de cerdos sacrificados en un año

“Todos los sectores han ido centrándose en la exportación, y hoy ninguno de ellos se entiende sin un mercado exterior”, apunta José Luis Miguel.

En ese apartado destaca el sector del porcino, controlado por un pequeño número de grandes empresas que aplican el sistema de integración (ponen el ganado, el alimento y la atención veterinaria mientras el granjero se ocupa del espacio y el cuidado) las cuales, tras aumentar un 50% su producción (de 4.571 a 6.894 millones en una década) y sacrificar a más de 46 millones de cabezas en un año, exporta el 70% del género con China como principal cliente.

Algunas voces del sector llevan tiempo llamando la atención sobre el riesgo que entraña esa dependencia exterior para el futuro de las más de 90.000 granjas que engordan cerdos en España, cuyos crecimientos anuales del 7% emiten señales de burbuja. No obstante, las alertas que comienza a causar la peste porcina en la Europa oriental y central presionan a favor de esa tendencia alcista que le ha llevado a acaparar la tercera parte del negocio ganadero y la séptima de todo el sector agrario.

Alfalfa para el golfo pérsico

Los principales crecimientos del sector ganadero se han dado en el vacuno (3.283 millones con un aumento del 20%) y en el del pollo (2,534, un 38% más), mientras en el agrícola destacan el peso de la fruta (8.710, pese a la crisis por el veto ruso), la hortaliza (9.389) y el aceite (3.166).

Sin embargo, la evolución más llamativa es la de los forrajes, que suman una valoración a pie de campo de 1.598 tras haberse duplicado con creces en la última década y haber abierto insólitos mercados como el de la exportación de alfalfa deshidratada para alimentar ganado en los países del Golfo Pérsico y el sudeste asiático.

Las importaciones han provocado el efecto contrario en algunos sectores como el arroz y la miel, en los que los productores locales pierden mercado ante el bajo precio del género procedente de algunos países asiáticos.

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