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El Plan Galicia: quince años de promesas de Aznar incumplidas en el país de Rajoy y Feijóo

El proyecto con el que el entonces presidente del Gobierno quiso lavar la cara de su Gobierno tras la nefasta gestión del Prestige anunció inversiones en infraestructuras por valor de 5.200 millones de euros nunca se llevaron a cabo

El gobierno de José María Aznar posa con el entonces alcalde de A Coruña, Francisco Vázquez, con motivo del Consejo de Ministros celebrado en la capital gallega donde se aprobó un plan de inversiones para Galicia tras el hundimiento del 'Prestige'. EFE

JUAN OLIVER

Incluso alguno de sus ministros más cercanos pensó aquel día que a Aznar se le había ido la pinza con Galicia: un AVE para unir Ferrol y Bilbao por la costa cantábrica, otro entre Ponferrada y Monforte y otro entre A Coruña y Lugo; un gran puerto exterior a las afueras de esa primera ciudad y a apenas diez millas marinas del que ya se estaba construyendo en Ferrol; un parador en Muxía, la pequeña localidad de la Costa da Morte que había abierto los telediarios de medio mundo cuando el chapapote del Prestige, en contra de lo que aseguraba entonces el diletante Gobierno español, empezó a llegar a sus playas...

Aquel Consejo de Ministros que Aznar consiguió celebrar en A Coruña el 24 de enero del 2003 con la ayuda del alcalde socialista Francisco Vázquez dejó en Galicia una ilusión en forma de lluvia de multimillonarias promesas que iban, en teoría, a sacarla de su atraso. Aznar dijo entonces, en una rueda de prensa que sentó en primera fila de una sala noble del Palacio de María Pita a sus principales ministros, como Rajoy, Rato y Álvarez Cascos, que aquellas inversiones por más de 5.200 millones de euros (hoy serían cerca de 6.800 millones) eran un asunto “personal” de él, su Gobierno y su partido.

Sin embargo, en los quince años transcurridos desde entonces, de los que el PP ha gobernado siete en España y once en Galicia, ni se han llevado a cabo las obras prometidas ni la comunidad ha logrado salvar las distancias con respecto al resto de España en los indicadores socioeconómicos más básicos.

Junto a la Guerra de Irak y los atentados del 14-M, la catástrofe del petrolero griego fue uno de los momentos más delicados y de más contestación social que enfrentó Aznar durante sus mandatos. Agrupada en torno al movimiento Nunca Máis, la ciudadanía gallega había logrado despertar la conciencia del resto del Estado y mostrar cómo el Gobierno había errado negligentemente sobre la posibilidad de que el accidente del Prestige derivara en una catástrofe medioambiental a gran escala, como finalmente sucedió; cómo había gestionado de forma nefasta la situación facilitando que el buque se hundiera y vertiera miles de toneladas de crudo a pocas millas de la costa; y cómo, finalmente, había utilizado los medios de comunicación públicos para manipular, desinformar y mentir a diario sobre el asunto. Miles de voluntarios que acudieron a limpiar playas venidos de toda España constataron la absoluta desorganización y descoordinación en las tareas de limpieza, y fueron transmitiendo la idea de que el Gobierno de Aznar y la Xunta de Fraga habían abandonado a los gallegos a su suerte.

Ciudadanos limpiando las costas de Galicia tras la catástrofe del 'Prestige'. EFE

Ciudadanos limpiando las costas de Galicia tras la catástrofe del 'Prestige'. EFE

Aznar quizá se tomó la situación como algo personal porque ponía en duda esa imagen de brillante y exitoso gestor que se había labrado al mando de la España que iba bien. Así que se sacó de la manga un plan que preveía actuaciones por esos 5.200 millones de euros, una cantidad asombrosa si se tiene en cuenta que el presupuesto total de la Xunta para ese año rondaba los 6.800 millones. De aquello, sin embargo, no ha quedado prácticamente nada.

La actuación más costosa y sorprendente era el futuro corredor de Alta Velocidad entre Ferrol –la reseña del Consejo de Ministros de aquel día seguía hablando de El Ferrol, en terminología franquista- y Bilbao, a la que se iban a destinar en sus tramos gallegos 1.476 millones de euros. Se descartó en cuanto el Prestige dejó de mandar en las portadas, y la única línea que se aproxima hoy a ese trazado es un viejo y deteriorado ferrocarril de vía estrecha que cubre en siete horas y media el viaje de 270 kilómetros entre Ferrol y Oviedo.

También quedaron en nada los prometidos AVE entre A Coruña y Lugo y entre Ponferrada y Monforte de Lemos, para los que Aznar prometió otros 1.470 millones. En cuanto a la conexión con Madrid, el entonces presidente anunció que la mayor complicación del trazado, los tramos de montaña entre Zamora y Ourense que amenazaban con que la alta velocidad dejara de serlo justo al entrar en Galicia, se solucionarían con un doble túnel y un nuevo diseño. Pero, a pesar de las dudas sobre las seguridad en la línea actual que dejó el accidente del Alvia en Angrois, los plazos se han incumplido reiteradamente año tras año: 2010, 2012, 2015... El último era el 2018, que el ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, ha vuelto a retrasar hasta el 2019, reconociendo que no será de alta velocidad en su integridad hasta dos o tres años después.

El Plan Galicia también cuenta en su haber con promesas incumplidas en materia de carreteras: una autovía de 480 millones entre Pontevedra y A Cañiza cuyo proyecto ha sido rediseñado para aprovechar otras infraestructuras y que sólo tiene media docena de kilómetros en obras; y otra de 196 millones entre Chantada y Monforte de la que no se ha vuelto a saber más allá de los informes y estudios iniciales.

Lo único que está en funcionamiento es el puerto exterior de A Coruña, cuyo presupuesto inicial de 429 millones se ha doblado en sobrecostes haciendo que la Autoridad Portuaria arrastre una deuda de casi otros 400 millones, que planea saldar con un colosal pelotazo vendiendo suelo público para levantar pisos en el centro de la ciudad, y sin haber logrado atraer ni de lejos el tráfico de petroleros y grandes mercantes que se preveía.

En cuanto al parador nacional de Muxía, una idea peregrina que un empresario local transmitió de boca a oreja a Rodrigo Rato en una reunión en Carballo con afectados por la marea negra, supera también sus 24 millones de presupuesto a pesar de que quince años después sigue todavía en obras tras sufrir parones y suspensiones en su diseño y desarrollo, y de que no hay fecha oficial prevista para su apertura.

José María Aznar, con el entonces presidente de la Xunta, Manuel Fraga, y el alcade de A Coruña, en un viaje a Galicia un mes después del hundimiento del 'Prestige'. EFE

José María Aznar, con el entonces presidente de la Xunta, Manuel Fraga, y el alcade de A Coruña, en un viaje a Galicia un mes después del hundimiento del 'Prestige'. EFE

El Plan Galicia también tuvo un sonoro trasfondo político. En el PSOE no sentó nada bien que el díscolo Francisco Vázquez respaldara de forma tan sumisa a Aznar y a Fraga, y que les ayudara a recuperar la deteriorada imagen del PP abriéndole las puertas de su emblemático Ayuntamiento para un acto que, como el tiempo ha demostrado, no tenía más contenido que la mera propaganda. No parece casualidad que en ese mismo Consejo de Ministros Aznar sancionara el real decreto que le concedía al alcalde coruñés, futuro embajador ante el Vaticano, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.

Los gobiernos socialistas que sucedieron a Aznar también se desentendieron de todos aquellos compromisos inversores. De hecho, a Zapatero le costó años restañar la afrenta con la que muchos gallegos se sintieron ninguneados cuando su entonces ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, desveló sus intenciones al respecto murmurándolas ante un micrófono traicioneramente abierto durante una comparecencia pública: “Estoy harta del Plan Galicia de mierda”.

"Fue un planteamiento propagandístico"

El hoy secretario de los socialistas gallegos, Gonzalo Caballero, asegura que el tiempo transcurrido “ha constatado lo que decíamos entonces: que se trataba de un planteamiento propagandístico sin plazos, ni compromisos reales, ni contenidos concretos”. Además, Caballero recuerda que los gobiernos de Zapatero “invirtieron en Galicia mucho más de lo que lo ha hecho Rajoy”, y que, en algunos años de mandato socialista, con el socialista Emilio Pérez Touriño al frente de la Xunta, se destinaron a esta comunidad cantidades “que multiplican por cuatro” las contempladas en algunos de los Presupuestos Generales del Estado de Rajoy.

Tampoco Rajoy, quien tuvo un papel clave en la gestión de la recuperación de la imagen del PP como comisionado para el Prestige tras los primeros meses de crisis, se ha preocupado de retomar o reactivar ninguno de aquellos planes como presidente del Gobierno. Y en cuanto a Alberto Núñez Feijóo, cuya carrera política se relanzó en Galicia tras la marea negra cuando Fraga lo nombró vicepresidente de la Xunta y conselleiro de Infraestructuras, para que gestionara buena parte de la aplicación del Plan, no se ha encargado de recordar a nadie que su partido tenía un compromiso escrito con la comunidad que ahora preside.

Lo cierto es que, al final, aquel colosal proyecto se ha quedado en nada. Incluso en sus actuaciones menos onerosas aunque también llamativas, como la expansión de la sociedad del conocimiento, la universalización de Internet en las zonas rurales, la creación de un centro tecnológico que ayudara a la industria naval gallega a salir de la crisis, o el levantamiento de la prohibición impuesta por la UE a los astilleros públicos para construir buques civiles. Por cierto, una decisión de la Comisión Europea avalada por el Tribunal de Justicia de la UE y que estuvo motivada, precisamente, por las ayudas ilegales concedidas por Aznar a la empresa pública Navantia.

Quince años después, y con un gallego en el Gobierno del Estado y su delfín mandando en su tierra, Galicia es la quinta comunidad más pobre de España en renta media por persona, sus pensiones son las más bajas del país, tiene un paro del 14,5% y padece una severa crisis demográfica que le hace perder más de 10.000 habitantes cada año. Como si a la naturaleza se le fuera la pinza y cada doce meses hiciera desaparecer del mapa dos poblaciones del tamaño de Muxía.

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