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Torturas en Siria "Cuando estaba en prisión pensaba en Hitler; no puedo imaginar algo peor que Saidnaya"

Kays Al Morad estuvo dos años y medio en la cárcel de Saidnaya, donde fue torturado. Según un informe de Amnistía Internacional, 13.000 personas han sido ahorcadas desde 2011 en esta cárcel del régimen sirio.

Una mujer camina por las calles de Alepo. REUTERS/Ali Hashisho

“No nos dijeron que nos llevaban a la cárcel de Saidnaya. Si los presos escucharan eso, algunos podrían suicidarse”. Al informático Kays Al Morad, lo detuvieron en febrero de 2012 por ser originario de un pueblo donde se habían producido manifestaciones contra el régimen y porque algunos de sus amigos habían huido a las zonas rebeldes. Aquel 18 de febrero fue el comienzo de unos años durante los cuales “muchas veces lo único que quería era morir”. Estuvo primero en un centro de la policía del régimen, en Sasaa: “Me lo quitaron todo y me metieron en una celda minúscula; cuando entré en ella, me di cuenta de que estaba caminando sobre personas. No podía ver nada, tenía los ojos vendados.”

Desde allí lo trasladaron al centro de interrogatorios número 93, en el que pasó tres meses, antes de ser enviado a Saidnaya. “En este centro, se me iluminó la cara porque vi a otros detenidos, no sólo a los torturadores. Me llevaron a una habitación muy pequeña, de menos de dos metros cuadrados, donde había ocho personas. No podías sentarte; si uno de nosotros se sentaba, los otros tenían que ponerse de pie. Durante todo este tiempo no me dejaron hablar con nadie, sólo con los que me interrogaban. Te pegaban, caías al suelo y volvían a pegarte, durante horas”.

Lo obligaron a firmar un papel cuyo contenido desconocía y lo trasladaron a Saidnaya. “A los coches que llevan a los presos a Saidnaya les llaman los coches de carne, porque son como cajas dentro de las cuales las personas se amontonan una sobre la otra”, explica Kays. Afirma que todos los detenidos reciben al llegar una sesión de tortura, a la que llaman “fiesta de bienvenida”. “Nos quitaron la ropa, nos pusieron en fila, cada uno enganchado a las esposas de otro. La cabeza agachada, los ojos vendados, nos hicieron bajar dos pisos en el sótano. Nos metieron en una rueda, de modo que tu cabeza toca tus pies, y nos golpearon con una cinta de un tanque, de hierro", describe.

Kays asegura que en la prisión de Saidnaya "no puedes dejar escapar el más mínimo gemido cuando te torturan; si gritas, o si dices algo, te torturan aún más. Es una regla de la prisión. Sólo escuchábamos el sonido del golpe contra el cuerpo del detenido y nada más; si alguien decía una sola palabra, saltaban sobre él cinco o seis guardias y lo golpeaban hasta matarlo. Me pegaron hasta que perdí la conciencia. Luego me arrojaron a una habitación en la que había unas diez personas. Teníamos que permanecer en silencio. Nos torturaron durante unas cuatro horas”.

Kays Al Morad, torturado en la cárcel siria de Saidnaya.

Kays Al Morad, torturado en la cárcel siria de Saidnaya.

Los detenidos empezaron a comunicarse mediante gestos. Añade que cada día en Saidnaya los guardias inventaban nuevas formas para torturar y asesinar a los detenidos. Recuerda que entre las reglas de Saidnaya estaba la prohibición de caminar de pie: “Siempre tienes que ir agachado, con los ojos vendados y las manos esposadas. Tampoco se puede oír ningún sonido, ninguna palabra pronunciada por los detenidos. Si en una celda se escucha cualquier palabra, todos los detenidos de esa celda son torturados. Algunas veces intentábamos movernos, o hablar leyéndonos el movimiento de los labios”.

[Reportaje: En el infierno de las cárceles sirias]

Kays sobrevivió dos años y medio a la cárcel. Su familia lo vio por primera vez a los nueve meses desde la fecha de su detención. Hasta entonces no habían sabido nada sobre él ni de su paradero. “Un oficial de la prisión me dijo que iba a ver a mi familia, que no dijera nada sobre la cárcel. Que todo estaba bien. La visita duró dos minutos. Vi a mi madre y a mi mujer. No puedo decir lo que sentía, no podía imaginarme que iba a volver ver a mi mujer o a mi madre, estaba seguro que me iba a morir sin verlas. En todos aquellos meses nadie me dirigió nunca una palabra amiga”, rememora sin poder evitar llorar al acordarse de aquello.

La habitación de la muerte

Su familia comprendió que no podía hacer preguntas y se dio cuenta de que llevaba la misma ropa que el día de su desaparición, nueve meses atrás. “Luego mi madre me trajo algo de ropa. Le dije que no viniera más porque era difícil para ella y para mí, porque ella es una mujer mayor, sufría mucho y yo podría morir tras la visita”. Kays cuenta que si los oficiales sospechaban que el detenido había dicho algo sobre la prisión a sus familiares, a la visita le seguía una sesión de tortura que podía llevarlo a la muerte. De hecho, a la habitación donde los detenidos esperan antes de ver a sus familiares le llaman “la habitación de la muerte”.

Los oficiales siempre pegan a los detenidos, explica. “Cuando un oficial te ve, te tiene que pegar, es la norma. Un oficial de la prisión si te quiere matar, te puede matar; cualquier oficial te puede matar en cualquier momento.” Relata que a M. Kases lo mató un guardia una noche que estaba borracho: “A las diez de la noche, el oficial llamó a la celda. 'M. Kases, ven, te voy a matar', dijo. '¿Por qué?', preguntó el prisionero. 'Te voy a matar', respondió".

"Nosotros sabíamos que si un oficial venía a esas horas a la celda, venía a matarnos a alguno de nosotros. Sólo oí al detenido decir: 'Por favor, señor, necesito ver a mi madre'. Creo que el oficial puso el pie en su cuello, porque oí como la voz del chico cambiaba. Creo que ya apenas respiraba, pero aún seguía gritando. El oficial tenía una barra de hierro y creo que le pegó en el corazón. Le oíamos decir 'Por favor, por favor', hasta que la voz desapareció de repente”, relata. A Kays un oficial le dijo un día que si quería matarlo, una firma suya en un papel era suficiente para que acabase con su vida: “No sabemos nada sobre los oficiales de la prisión, nunca les veíamos las caras, solo escuchábamos sus voces”.

Tortura, hambre y frío

A la tortura, se añade el hambre y el frío. Kays cuenta que los detenidos no comían casi nada durante todo el día. Por la noche les llevaban una sopa: “Los guardias tiran la sopa al suelo de la celda y te arrastras por el suelo a recogerla”. Salió de Saidnaya con tuberculosis porque había vivido en una celda donde constantemente caía agua del techo. “Cuando hacía frío, no teníamos nada  en el suelo; las mantas se ponían en un rincón y no se podían tocar hasta que el oficial dijera que las podíamos usar. Recuerdo un enero en que hacia mucho frío y un oficial de la cárcel nos ordenó que nos quitáramos la ropa y que nos metiéramos todos en el espacio del lavabo. El lugar donde está el lavabo es pequeño. Si el oficial abría la puerta y veía que alguien no estaba allí, lo mataba. Luego ordenó a uno de los presos que echara agua fría sobre los demás. Intentábamos acercar nuestros cuerpos para calentarnos.”

Kays cuenta también que, en la noche de los miércoles, los detenidos sabían que si a alguien se le ordenaba salir de la celda, iba a ser ahorcado. “Sabíamos que era esa noche cuando ahorcaban a la gente. Los ejecutaban en otro edificio de Saidnaya, no en el nuestro”.

Recuerda que los interrogatorios con tortura llegaban a durar entre cinco y siete horas: “Las esposas se volvían cuchillos, nos pegaban con los cables y nos colgaban del techo. Otras veces, los torturadores ordenaban a un preso que se arrancara el cabello o la barba o que se lo arrancase a otro detenido. Si se oponía, era torturado”. Muchos detenidos han fallecido a causa de la tortura, la malnutrición o las enfermedades: “No existe ningún tipo de atención médica, y el mismo médico no difiere mucho de un torturador. El médico pega al detenido enfermo, lo mata a golpes. Por eso cuando un detenido estaba enfermo, normalmente no decía nada sobre su enfermedad”.

Se encontró en la cárcel con un vecino de su pueblo al que no había reconocido porque había adelgazado mucho; tenia el pelo blanco, no se podía mover y estaba enfermo. “Me preguntó si podía informar a su familia de que se encontraba muy mal y de que iba a morir. Un mes después de haber salido de la cárcel, me enteré de que había muerto”. Cuenta que cada madrugada, a las seis, un guardia entraba en las celdas y preguntaba si alguien se había muerto. “Cada mañana había un detenido fallecido. Lo envolvían en un plástico y lo ponían en la habitación de la muerte.”

Kays no sabe quiénes son sus torturadores ni cuál es el pasado de estos, pero espera verlos un día ante un tribunal. ”No puedo saber si son humanos o no. ¿Por qué hacen eso? He leído que en el pasado estuvieron durante meses en campos militares del régimen, donde les pegaron. A mi me torturaban una hora, pero ese torturador interrogaba a más de diez detenidos. Eso era lo que hacía cada día: torturar durante una hora o más a cada detenido. Cuando estaba en la prisión pensaba en Hitler, en lo que había hecho. Yo no puedo imaginar algo peor que Saidnaya”.

Kays Al Morad estuvo durante seis meses en un hospital en la frontera turca para recuperarse de la tuberculosis y mejorar su salud tras salir de la cárcel. Ahora trabaja en Turquía. Al final, muestra la foto de su hija pequeña, que nació en Turquía: “Mi vida”.

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