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Refugiados afganos en Grecia: fantasmas vivos de una guerra olvidada

Huyeron de un país devastado por la ocupación estadounidense y las violencias cruzadas de talibanes, Al-Qaeda y Estado Islámico. Ahora viven en instalaciones como aeropuertos y estadios abandonados, restos de la vieja prosperidad de una Europa bunkerizada que les deniega el asilo

Refugiados afganos delante de la terminal de llegadas del aeropuerto abandonado en el que viven

En Grecia y el continente europeo, los refugiados de Afganistán son la segunda comunidad más numerosa de solicitantes de asilo detrás de la gente que huye de la cruenta guerra de Siria.

Como los sirios, las personas afganas escapan de un círculo vicioso: cuatro décadas de guerras continuadas, violencia y muerte. La ocupación de las tropas de la OTAN lideradas por Estados Unidos, las milícias de Al-Qaeda, los grupos talibanes y una nueva facción de Estado Islámico alimentan el monstruo de la guerra.

Sin embargo, la Unión Europea considera que el conflicto bélico de Afganistán no es tan grave como para dar cobijo a los cientos de miles de afganos que buscan refugio en el continente.

En Grecia, con muy pocas perspectivas de futuro, unos 15.000 afganos malviven en condiciones de extrema precariedad bajo el riesgo de ser deportados de vuelta a su país. “Nos han dejado tirados en un aeropuerto abandonado”.

Así de contundente se expresa Sayed Sadig, un hombre afgano de unos 50 años que reside con su mujer y su hija en la terminal de llegadas del antiguo aeropuerto de Elliniko, a las afueras de Atenas.

Desde que llegó a la ciudad, la familia de Sayed vive hacinada junto con otros 500 refugiados de Afganistán en la sala principal de un edificio aeroportuario en estado ruinoso que estuvo en desuso durante años. En Elliniko, los refugiados de Afganistán se amontonan en tiendas de campaña dentro de infraestructuras decadentes que son vestigios de una época de prosperidad ya pasada.

El solicitante de asilo Sayed Sadig hablando en una movilización en solidaridad con los refugiados

El solicitante de asilo Sayed Sadig hablando en una movilización en solidaridad con los refugiados

Detrás de la terminal de llegadas, en un amplio descampado, se levantan lo que fueron los estadios de los Juegos Olímpicos de 2004. No obstante, Grecia no está para veleidades deportivas: entre los campos de juego y los huecos de las graderías, otro millar de ciudadanos afganos viven una existencia cada día más pésima.

Sin ninguna ocupación ni posibilidades de tener una vida digna, 15.000 solicitantes de asilo afganos permanecen atascados en tierras griegas a la espera de resolver su situación legal.

La mayoría no puede volver atrás porque su vida corre peligro: perseguidas por Al-Qaeda, la nueva marca de Estado Islámico o las guerrillas de talibanes que aún controlan regiones del país, muchas personas de Afganistán huyeron de su tierra natal porque su futuro inmediato era la muerte.

Sin embargo, después de un largo viaje hasta Europa, su situación es de total incertidumbre. A diferencia de los sirios, un gran porcentaje de refugiados afganos no tiene asegurado el derecho de asilo en ningún estado del continente. Según la Unión Europea, en Afganistán hay territorios seguros que no están en situación de guerra.

"Nos rechazan y nos menosprecian"

Vinimos a Europa porque queríamos trabajo, escuelas para nuestros hijos y una casa donde estar a salvo, pero nos rechazan y nos menosprecian”, lamenta Sayed Sadig.

Poco antes de esta conversación, el padre de familia participó en una movilización de un grupo antirracista griego que se concentró delante de la vieja terminal aeroportuaria para solidarizarse con los refugiados.

No obstante, a la manifestación no asistieron más de 50 personas: las instalaciones de Elliniko están lejos del centro de Atenas y para llegar se tiene que hacer un viaje de casi una hora en transporte público.

Durante la concentración, la policía controla los accesos de la terminal del antiguo aeropuerto para evitar que ningún activista se cuele dentro. Por fuera, la fachada del immueble es fantasmagórica. Su aspecto es de decrepitud. En el interior del edificio, la amplia sala de acceso que antes utilizaban miles de pasajeros está en condiciones deplorables.

Fachada del antiguo aeropuerto, donde más de 500 refugiados viven en condiciones miserables

Fachada del antiguo aeropuerto, donde más de 500 refugiados viven en condiciones miserables

Los cientos de refugiados que viven allí están apelotonados en espacios diminutos que apenas superan los tres metros cuadrados. Más allá del apoyo de algunas organizaciones humanitarias, no reciben ayudas de nadie más.

Para mantener su intimidad, las familias colocan sábanas que rodean las áreas de estancia donde hacen vida. Sayed Sadig está bloqueado entre una tienda y cuatro telas que lo flanquean desde hace un año. Meses atrás, su hijo llegó a Austria y consiguió el permiso de asilo. Su padre solicitó la reunificación familiar, pero la petición le fue denegada. Sin otra salida, Sayed y su familia solo pueden esperar que el Estado griego les dé cobijo. “No sabemos lo que va a pasar. Si nos devuelven a Afganistán, nuestra vida está amenazada”, teme Sadig, que pertenece a una minoría étnica de confesión chií perseguida en Afganistán por todos los grupos fundamentalistas de tendencia suní.

Una espera que se hace interminable

Día tras día, los refugiados de la terminal de Elliniko matan el tiempo como pueden. Algunos se toman la espera estoicamente, pero otros no pueden soportar la situación de miseria y desprotección.

Entre los jóvenes, el alcoholismo está haciendo estragos. “El verano pasado, en una pelea entre dos grupos de muchachos, un chico murió apuñalado”, explica Samim, un adolescente afgano de 17 años que está en Grecia sin la tutela de ningún adulto.

El menor refugiado es originario de la ciudad de Gazni, donde aún vive el resto de su familia. En la urbe, las fuerzas del gobierno de Kabul controlan el centro, pero el terror es constante: los alrededores de la población están en manos de los talibanes y de las milícias de Estado Islámico.

Samim huyó solo de Afganistan hace un año, después de que un grupo talibán matara a su padre. En tierras helenas, el único refugio que ha conocido es un aeropuerto abandonado.

Aunque es menor de edad, no recibe protección de ninguna institución, no va a la escuela y tampoco tiene ayudas económicas. “En Grecia, la gente de Afganistan no tenemos derechos, pero almenos somos libres y nuestra vida no corre peligro”, comenta el muchacho.

Samim, a diferencia de miles de sus compatriotas, tiene más posibilidades de permanecer en Europa por el hecho de no ser adulto. Después de hacer toda la tramitación para el proceso de acogida, ahora espera que el Estado griego le dé una respuesta a su petición de asilo.

La comunidad de Afganistán representa el 20% del total de solicitantes de asilo que a día de hoy piden protección en Europa. Sin embargo, las instituciones europeas no consideran a los afganos como refugiados en su conjunto. Para muchos juristas, se trata de una vulneración sistemática del derecho de asilo, pero Bruselas no plantea hacer ningún cambio en sus políticas.

En octubre de 2016, la Unión Europea hizo un pacto con el gobierno de Kabul que estableció la deportación ilimitada de ciudadanos afganos a los cuales se rechace la solicitud de refugio en los estados miembros de la UE. El acuerdo plantea expulsar a más de 80.000 personas en contra de su voluntad e incluso prevé mandar de vuelta a Afganistán a los menores de edad no acompañados.

Los refugiados que se quedan por el camino

En Atenas, la presencia de los refugiados se palpa en las calles. Para más de 60.000 demandantes de asilo, Grecia es una jaula con paredes y barrotes infranqueables que no pueden ultrapasar.

Sin embargo, acceder a los recintos en que se les tiene confinados significa adentrarse en un laberinto de espacios remotos donde impera la dejadez.

El campo de Elaionas acoge 1.500 personas que viven dentro de barracones distribuidos en hileras en una instalación custodiada por la policía y el ejército griego.

Aunque solo está a tres paradas en metro del centro de Atenas, para llegar al recinto se tiene que travesar un área de caminos de tierra sin asfaltar con solares llenos de matorrales, edificios de ladrillo gris a medio construir y naves industriales en ruina que solo conservan sus paredes de hormigón.

Algunas de estas estructuras, que apenas tienen techo, están ocupadas por familias gitanas que no tienen otro lugar adonde ir.

Ahmed y Fatima, un matrimonio sirio con cuatro hijas pequeñas, vivieron en una cabina de Elaionas durante más de medio año. Procedentes de la región de Idlib, huían de los bombardeos del régimen de Bashar al-Assad y de las garras del Frente al-Nusra.

En Grecia, el cierre de fronteras les retuvo durante casi un año entero. Durante este tiempo, tramitaron el permiso de asilo y el Estado heleno les concedió su solicitud de refugio, pero una vez obtuvieron sus pasaportes, viajaron hasta Holanda con el objetivo de iniciar un nuevo proyecto de vida en un país que les ofrece mejores prestaciones.

En Elaionas, mientras las familias sirias se marchan lentamente, los refugiados afganos y los solicitantes de asilo africanos permanecen sin posibilidades de ir muy lejos.

En una situación de atasco total, su estancia en tierras helenas va en proceso de devenir crónica. No obstante, algún día podrían ser deportados de vuelta a su país. Mohammed, un chico de Sudán con raíces en la zona de Darfur, es uno de los peticionarios de refugio que más tiempo lleva en el campo de refugiados.

Según comenta, tuvo que marcharse de su país porque formaba parte del movimiento Justicia y Libertad, una organización que lucha contra el régimen del autócrata Omar Al-Bashir.

“En mi país no hay reglas ni estado de derecho: tu vida corre peligro si formas parte de la oposición política”, explica Mohammed. Aunque intentó salir de Grecia varias veces de manera ilegal, el atrincheramiento de las fronteras europeas se lo impidió.

Desesperado, no le quedó más alternativa que solicitar refugio al Estado griego, pero su petición fue denegada. Para evitar la expulsión, ha hecho una apelación que le da unos meses de respiro. Si el recurso es aceptado, Mohammed podría empezar de nuevo el proceso de asilo, pero si lo rechazan, corre el riesgo de ser retornado a su país.

Sin embargo, igual que la gente de Afganistán, el joven sudanés declara que va a evitar la deportación por todos los medios. ¿Europa está en proceso de entrar en un ciclo de expulsiones de refugiados a gran escala?

Todas las evidencias indican que las extradiciones obligadas de personas en situación irregular van a ser cada vez más usuales. Sin embargo, mientras la UE planea la deportación de miles de afganos porque considera que en el país hay “zonas seguras”, Afganistán sigue siendo víctima del terrorismo fundamentalista y espera una nueva ofensiva de los talibanes que en primavera ya es tradicional.

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