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Desaparecidos Fadwa Mahmud: luchadora, madre y esposa de dos desaparecidos en las cárceles de Siria

La fundadora de Familias por la Libertad rescata del olvido a los detenidos por Al Asad en 'Decenas de miles', una muestra de Amnistía Internacional que se inaugura en la Casa Árabe de Madrid con una charla de Leen Hashem y Ricardo García Vilanova

Fadwa Mahmud, madre y esposa de dos desaparecidos. / HENRIQUE MARIÑO


Fadwa Mahmud (Latakia, 1954) vive desde hace siete años sin marido ni hijo. Viste de negro, del cuello a los pies, aunque las flores que estampan su blusa anticipan una ansiada primavera. A los hombres de la casa los desaparecieron el 20 de septiembre de 2012 en el aeropuerto de Damasco, cuando regresaban de una misión política en China. Sin embargo, el Gobierno Bashar al Asad negó que fueran detenidos por los servicios de Inteligencia de la Fuerza Aérea, ni hay ningún documento oficial que dé fe del arresto. Esperanza es un sustantivo que deriva de espera.

Quizás no haya palabras para describirlo, mas rebusca en su corazón o en su cerebro, abre los ojos hasta desnudar el iris y responde en plural. “Este sufrimiento continuo no sólo lo vivo yo, sino la mayoría de las familias sirias, que llevamos aguantando cuarenta años bajo el yugo de una dictadura sanguinaria”. Ella sigue aguardando, una angustia que envidiarían otras mujeres, pues sus seres queridos ya han muerto. O, peor, se han ido sin dejar rastro, o alguien se ha encargado de borrar toda huella. Muchas viudas en vida ya sólo desean enlutarse, como las parejas de los marineros engullidos por el océano, pero ¿dónde están sus certificados de defunción?

Retratos de detenidos dibujados por una artista siria que estuvo en prisión. / AMNISTÍA INTERNACIONAL

Retratos de detenidos dibujados por una artista siria que estuvo en prisión. / AMNISTÍA INTERNACIONAL

La doble vida de Fadwa comenzó entonces. Antes, era un funcionaria del Ayuntamiento de Damasco; Abdulaziz Al Kheir, su marido, ejercía como médico de familia, después de haber sido perseguidos por el régimen por sus lazos con un partido comunista; Maher Tahan, su hijo, trabajaba como comercial y relaciones públicas de una marca de coches. Ahora, es una esposa y una madre que busca a los suyos tras fundar, en compañía de otras, Familias por la Libertad. “Mi único objetivo es encontrarlos. Mi gran ilusión, que suelten a todos los presos”.

En Siria podría haber ahora mismo 82.000 desaparecidos en las cárceles de Al Asad, a quienes se sumarían otros 7.000 a manos de otras facciones beligerantes. “Ojo, no son cifras exactas, porque el Gobierno se niega a dar una lista de los arrestados”, advierte Leen Hashem (Beirut, 1988), activista de Amnistía Internacional (AI) y experta en el país de Oriente Próximo. “Fomentamos las negociaciones para encontrar una solución, al tiempo que exigimos tener acceso a las prisiones para ser testigos de la situación de los presos”, añade Hashem, quien deja claro que las detenciones arbitrarias llevan practicándose desde hace tres décadas, aunque en 2011 se multiplicaron. “Las desapariciones forzosas no tienen nada que ver con la Primavera Árabe, si bien aumentaron durante la contienda”, matiza la empleada de la ONG en la oficina regional ubicada en la capital libanesa.

Fadwa Mahmud, madre y esposa de desaparecidos, junto a otras activistas sirias. / AMNISTÍA INTERNACIONAL

Fadwa Mahmud, madre y esposa de desaparecidos, junto a otras activistas sirias. / AMNISTÍA INTERNACIONAL

La guerra civil siria estalló aquel año. Al siguiente, Abdulaziz y Maher se esfumaron en el aeropuerto de Damasco. Después de siete años sin ellos, ¿de dónde saca Fadwa las fuerzas? De su propia lucha, que no es otra que la libertad de sus compatriotas. Habla del ser humano —sea lo que sea, signifique lo que signifique, un ser humano— como de un todo cercano y confiable. “En la vida y en la tierra, hay de todo: bondad y maldad. Tenemos que alejarnos de toda religión y trabajar para que se acabe la injusticia y triunfe el bien”. Algunos restos del naufragio son expuestos en la Casa Árabe de Madrid. Retratos dibujados entre rejas. Objetos personales de los ausentes. Poemas escritos en cautiverio. Ella sujeta entre manos la cartera que llevaba siempre su marido, un pecio que simboliza la pérdida.

Fadwa Mahmoud, Leen Hashem y Ricardo García Vilanova (Barcelona, 1971) inaugurarán este miércoles la exposición Decenas de miles y pondrán sobre una mesa redonda el drama de los desaparecidos en Siria, como Yasser, un médico detenido tras la revolución de 2011 que padeció torturas durante varios meses. “Fue arrestado por curar a la gente, porque el régimen no quiere que se atiendan a opositores o rebeldes. Yo he visto a una niña de siete años morir porque los sanitarios de un hospital gubernamental de Alepo no quisieron saber nada de ella. No hay juramento hipocrático ni ética que valgan”, explica el fotoperiodista español, raptado hace seis años por el Estado Islámico en la provincia de Al Raqa, cuando se disponía a dejar atrás el conflicto acompañado de Javier Espinosa.

Cárcel del Estado Islámico en Al Raqa. / RICARDO GARCÍA VILANOVA

Cárcel del Estado Islámico en Al Raqa. / RICARDO GARCÍA VILANOVA

“También he presenciado la llegada de cuerpos destrozados, que habían sido sometidos a torturas y abandonados en la calle por la policía secreta para sembrar el miedo. Actos así son un instrumento de represión, un arma disuasoria y un mensaje de impunidad”, añade García Vilanova, quien permaneció secuestrado junto al reportero de El Mundo durante más de seis meses. El testimonio de Yasser figura en el libro Fade to Black (Blume), que será presentado en mayo y cuyo título en español sería Fundido a negro. “Fue perseguido tanto por la dictadura como por el Estado Islámico por una sola razón: ser médico. De hecho, cuando viajábamos por los hospitales del país, llevaba una pistola. “Si nos hubiésemos encontrado con un control del régimen, habría estado dispuesto a vaciar el cargador para que lo mataran con tal de no volver a ser confinado en un centro de detención y tortura, lo que refleja el drama de los desaparecidos”, señala el fotógrafo.

Fadwa —quien no se ha alineado con el Ejército Libre Sirio ni con ninguna otra facción que haya combatido contra Al Asad, porque rechaza “que el pueblo se alce en armas”— no profesa ningún credo y se declara agnóstica. “Mi religión es el ser humano y la bondad”. Una comunista que decidió plantarle cara a un Gobierno socialista, aunque ella refuta la adscripción ideológica del dictador después de esbozar una escéptica sonrisa. Luego cambia el gesto. Es la primera vez que se ríe: “El mundo tiene una imagen totalmente falsa de nuestro país, porque el régimen contaba con el poder mediático necesario para difundirla. Por ello, en Occidente sigue habiendo una visión tergiversada de la situación real”. Y comienza a desgranar los interrogantes lentamente: quien lleva esperando siete años a que aparezcan su marido y su hijo no tiene prisa alguna.

Hospital de Alepo, donde Yasser ejerció como médico, en 2012. / RICARDO GARCÍA VILANOVA

Hospital de Alepo, donde Yasser ejerció como médico, en 2012. / RICARDO GARCÍA VILANOVA

“¿Cómo puede ser socialista si el capital está con la familia del presidente y con sus amigos? ¿Cómo puede ser socialista cuando la vida es precaria y el ciudadano no tiene dónde trabajar y, en el caso de que tenga un empleo, no recibe remuneración o su sueldo es mísero? ¿Cómo puede ser socialista si encarcelaba a los comunistas críticos con su gestión? ¿Cómo puede ser socialista si concentra todo el poder y no lo comparte con el pueblo, que no puede elegir? ¿Y cómo puede ser socialista si va en contra de su propia ideología?”. Al final, una respuesta, que también es conclusión: “Es cierto que la ideología del Partido Baaz es socialista, pero no la lleva a la práctica. Es una mera declaración de intenciones”.

La cofundadora de Familias por la Libertad recuerda que fue detenida por su propio hermano e ingresada en prisión. Nada personal, ni mucho menos familiar: “Era el inspector de una comisaría encargada de perseguir los delitos políticos. Recibía órdenes y, para él, lo más importante era el régimen”. ¿Un reflejo de que la población, antes de la guerra, estaba dividida? “En absoluto. En Siria no había conflictos sectarios, sino refriegas entre zonas ricas y pobres. El Gobierno ha marginado el medio rural y a quienes viven en pueblos remotos, incluso a los alauíes, que comparten credo con Al Asad. Esto generó una crispación entre la población, al mismo tiempo que fomentaba el odio entre las diferentes doctrinas y sectas religiosas, un enfrentamiento hasta entonces inexistente”.

Leen Hashem, de Amnistía Internacional, y Fadwa Mahmud, madre y esposa de desaparecidos. / HENRIQUE MARIÑO

Leen Hashem, de Amnistía Internacional, y Fadwa Mahmud, madre y esposa de desaparecidos. / HENRIQUE MARIÑO

Las mujeres, de nuevo, a la vanguardia. En este caso, para que les devuelvan a los suyos. No obstante, ella no lo ve así. Y vuelve a reírse, ahora condescendiente, mientras que refuerza sus palabras con aspavientos, universal lenguaje no verbal que no necesita traducción: “Antes de que estallase la contienda, yo ya combatía codo con codo con mi marido para cambiar la situación. No es que ahora nos veamos forzadas a batallar porque estemos entre la espada y la pared, sino que las mujeres ya teníamos ese espíritu de lucha política, contra las injusticias y favor de los derechos humanos y las libertades individuales”. ¿Una feminista? “Antiguamente, en mi partido no existían diferencias entre ellos y nosotras, sino que había igualdad, por lo que no era necesario recurrir a esa palabra. Ahora bien, si hablamos del contexto actual, sí me considero una feminista y una activista por la igualdad de género”.

Leen Hashem también lo es. Licenciada en Comunicación por la Universidad Libanesa y con un máster en Estudios de Género por la Universidad de Londres, aboga por la pronta liberación de los detenidos en las cárceles de Al Asad, pero además considera necesario investigar los certificados de defunción por “muerte natural o infarto” proporcionados por el Gobierno. Habría que sumar los fallecimientos de “más de diez mil personas sin informes forenses ni causas conocidas”, calcula la activista de Amnistía Internacional, quien denuncia que en muchas ocasiones “no se entreguen sus cuerpos para darles una sepultura digna”. Sin embargo, insiste, no hay que perder el optimismo, pues muchas personas dadas por muertas estaban vivas. “Si no hay cadáver ni testigos de la muerte, hay esperanza. Y si hay esperanza, hay vida”.

El fotoperiodista Ricardo García Vilanova, secuestrado hace seis años por el Estado Islámico en Siria. / RICARDO GARCÍA VILANOVA

El fotoperiodista Ricardo García Vilanova, secuestrado por el Estado Islámico en Siria. / RICARDO GARCÍA VILANOVA

¿Y el día después? “El pueblo sirio, víctima de la tiranía, ha roto la barrera del miedo y debe alzarse contra el presidente de manera civilizada. Ya sabe qué son la libertad y los derechos humanos, por lo que tiene que decidir su destino por sí mismo. Cuando termine la guerra, esa gente encontrará su sitio y alzará la voz”, añade Hashem, convencida de que ha descubierto que “se puede vivir de otra manera”. Muchos han salido del país y abierto los ojos, insiste. “Su horizonte y su pensamiento se han ampliado, al tiempo que renovaron sus capacidades. El afán de la libertad no tiene fin”.

Vilanova también cree que hay que mantener viva la llama de la ilusión, aunque a su juicio es un arma de doble filo. “No saber dónde están tus familiares puede alimentar la esperanza o destruirla”, advierte el fotógrafo, quien tras su liberación acumuló premios periodísticos —Vázquez Montalbán, Miguel Gil Moreno o José Couso, entre otros— junto a sus colegas Javier Espinosa y Marc Marginedas. Quiere ser optimista, pero no puede evitar el recuerdo de aquel arrestado que parecía condenado a un encierro eterno. “Mi amigo Yasser, el médico que dio con sus huesos en la cárcel, me comentaba que coincidió con un señor llevaba veinte años entre rejas, sin que su familia supiese nada de él”.

Hospital de Alepo, donde Yasser ejerció como médico, en 2012. / RICARDO GARCÍA VILANOVA

Hospital de Alepo, donde Yasser ejerció como médico, en 2012. / RICARDO GARCÍA VILANOVA

El dulce rostro de Fadwa —apaciguado, todavía más si cabe, por su corto pelo blanco— no se ha agriado con el tiempo, dos paréntesis oscuros que, al unirse, cavan un hoyo de siete años de profundidad. La cartera de su marido expuesta en la muestra es una réplica. La verdadera debería estar en su bolsillo, aunque quizás ella querría haber encontrado la original, como una prueba de que Abdulaziz pasó por allí, como un rastro lejano de que Abdulaziz está vivo. “En realidad, me gustaría que siguiese en su poder. Yo no vivo en una quimera, ni fantaseo con que mi marido haya pasado por un sitio u otro. Estoy segura de que está detenido en algún sitio”, modula la voz, entrecortada. “Por eso, lo único que quiero en esta vida es que vuelva y poder tocar al fin esa cartera”.

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