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Nakba 2018; la paz es una ilusión

Setenta años después del establecimiento del estado judío, los palestinos se ven abocados a una situación cada día más complicada. El expolio sigue adelante mientras la comunidad internacional, y especialmente Europa, deja que Israel vaya estrangulando a las pequeñas comunidades palestinas que viven encerradas en los guetos de Cisjordania.

Los palestinos, entre ellos Adnan Husseini, el alcalde de Jerusalén designado por la Autoridad Palestina, participan en una protesta contra la apertura de la nueva embajada de los EEUU.

Eugencio García Gascón

Hace 101 años el Reino Unido prometió la creación de una 'hogar nacional judío' en Palestina. La tierra no era del Reino Unido pero la presión judía se intensificó y el 2 de noviembre de 1917 se gestó la declaración Balfour, un documento que tendría desastrosas consecuencias para el conjunto mayoritario de la población palestina.

Hace 70 años, el 14 de mayo de 1948, el simbólico día que posteriormente se llamó de la Nakba o Catástrofe, se materializó el establecimiento de Israel que había anticipado la declaración Balfour. Desde entonces, los palestinos han ido perdiendo sus tierras hasta llegar al día de hoy, cuando se han visto relegados a la Franja de Gaza y a unas cuantas y diminutas manchas en Cisjordania.

La desposesión ha sido sistemática y ha contado con la aprobación de la comunidad internacional, que en el mejor de los casos ha preferido mirar hacia otra parte, si bien las grandes potencias occidentales, empezando por el Reino Unido, Estados Unidos, Francia y Alemania, la han animado continuamente con sus acciones.

La posibilidad de que haya un acuerdo de paz razonable y justo entre Israel y los palestinos es nula, debido a que las grandes potencias no han obrado con rectitud y honradez. Al contrario, tanto Estados Unidos como sus socios europeos han celebrado la ocupación desde 1948 en adelante, y además la han impulsado en los foros internacionales, unas veces activamente y otras veces pasivamente.

En los acuerdos de Oslo firmados por Yitzhak Rabin y Yaser Arafat el 13 de septiembre de 1993, los palestinos pusieron buena voluntad, pero no fueron correspondidos. Los distintos gobiernos israelíes, de todos los colores, empezando por el del mismo Rabin, siguieron expandiendo las colonias judías sin descanso y a una velocidad superior a la anterior a los acuerdos de Oslo.

Veinticinco años después de Oslo, la presencia de colonos judíos se ha multiplicado significativamente y los datos alarmantes acerca de su número que se conocen cada año corroboran la firme decisión de los gobiernos israelíes de quedarse también con Cisjordania. Tal vez dando alguna clase de autonomía individual a la población palestina pero, eso sí, con la menor superficie de tierra posible.

En los corredores del poder israelíes ya no se habla de la solución de los dos estados, de la que incomprensiblemente sí sigue hablando la Unión Europea. Lo que hace muchos años era un argumento de los colonos judíos más radicales, se ha convertido en la doctrina dominante en Israel: bajo ninguna circunstancia Israel saldrá de Cisjordania, y con los palestinos que viven allí ya se verá más adelante lo que se hace.

De momento, los palestinos viven recluidos en sus ciudades y aldeas, sin ninguna alternativa a la ocupación. Los niños van a las escuelas y los adultos van al trabajo, cuando pueden, pero solo en muy contadas ocasiones abandonan los territorios ocupados con el correspondiente permiso del ejército de ocupación.

Un libro de este año, de la israelí Yael Berda, Living Emergency, de apenas 144 páginas, revela la sordidez de la ocupación militar. Peter Beinart, un intelectual estadounidense judío, ha dicho: “La próxima vez que alguien te diga que la ocupación israelí de Cisjordania es benigna, o diseñada solo para dar seguridad a Israel, le entregas el libro de Yael Berda”.

En septiembre de 2000 se inició la segunda intifada, con toda seguridad orquestada por Arafat al ver con claridad cuáles eran las intenciones de Israel. Tras la muerte de Arafat en noviembre de 2004, asumió el poder Mahmud Abás. Arafat siempre desconfió de Abás, quizá desconfiaba de su ingenuidad en lo tocante a Israel, una ingenuidad que ha mantenido hasta hoy.

Abás lleva 13 años como presidente palestino y durante ese prolongado periodo de tiempo no ha logrado absolutamente nada. La Nakba simplemente ha ido creciendo de un día para otro delante de sus narices mientras él confiaba en los sucesivos presidentes estadounidenses, como si los presidentes estuvieran dispuestos o pudieran resolver el problema.

Al final se ha topado con Donald Trump, quien ha dejado las cosas claras. En diciembre Trump proclamó que Jerusalén es la capital de Israel, y coincidiendo con el 70 aniversario de la Nakba ha trasladado su embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Abás ha dejado de mantener contactos oficiales con la administración de Washington, aunque esa pataleta no lo llevará a ninguna parte. Mientras tanto, Europa no pinta nada.

En la Franja de Gaza la situación empeora constantemente sin que la comunidad internacional, especialmente Europa, intervenga para poner límite a los excesos del asedio que los palestinos sufren desde poco después de que Hamás ganara las elecciones legislativas de 2006, las últimas que se han celebrado, y hay que recordar que Hamás también ganó con ventaja esos comicios en Cisjordania.

En la situación actual, todo indica que las cosas van a deteriorarse pronto, a lo más tardar este verano, y no hay que descartar que si no se produce un fuerte cambio de rumbo, en el verano haya otro conflicto armado entre Hamás e Israel.

Abás hace tiempo que debería haber entregado las llaves de Cisjordania a Israel. Varias veces dijo que lo haría pero al final las palabras se las llevó el viento. Su legado, cuando el presidente ya ha cumplido 82 años de edad, no puede ser más crítico para los palestinos, puesto que la Nakba de 1948 se reedita a diario en los territorios ocupados.

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