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Rusia se fortifica en Ucrania y su diplomacia busca apoyo exterior contra la injerencia occidental en la guerra

Putin viaja a los territorios ocupados por sus tropas en Ucrania para supervisar la defensa ante un eventual contraataque ucraniano, mientras su enviado Serguéi Lavrov denuncia en Brasil la intromisión estadounidense y europea en el conflicto.

El ministro de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, visita Brasil en busca de apoyo internacional.
El ministro de Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, visita Brasil en busca de apoyo internacional. Ueslei Marcelino / Reuters

Rusia ha lanzado una doble acometida mediática en el frente de batalla y en la arena internacional con la visita del presidente Vladímir Putin a dos de los territorios ocupados en Ucrania y con la gira latinoamericana de su ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov. Moscú se prepara militarmente para la esperada contraofensiva ucraniana a la vez que deja abierta la puerta a unas eventuales negociaciones para las que recaba el máximo apoyo internacional posible.

El Kremlin toma posiciones en un momento crucial para el futuro de la guerra, con las primeras fisuras abriéndose paso entre los aliados de Ucrania por la crisis de los cereales ucranianos que inundan Polonia y otros países europeos, y las dudas sobre el éxito de esa inminente contraofensiva del ejército de Kiev armado por Occidente.

A Ucrania ya ha llegado buena parte del armamento occidental, sobre todo tanques pesados, vehículos blindados, lanzaderas de misiles y varias escuadrillas de aviones MiG-29 que podrían ser empleados en ese contraataque masivo en los próximos meses. Enfrente, el Ejército ruso ha tendido una gigantesca línea de defensa con zanjas y fortificaciones a lo largo de cientos de kilómetros.

Putin revisa las defensas rusas en territorio ocupado

En su visita relámpago de este lunes a dos de los territorios ocupados, Putin revisó los preparativos para frenar el ataque ucraniano en ciernes en las regiones de Jersón, en el sur del territorio conquistado, y en Lugansk, la zona más norteña, en el Donbás. En marzo, Putin ya visitó Crimea, incorporada ilegalmente a Rusia en 2014, y Mariúpol, en Donetsk, región anexionada en septiembre del año pasado junto a parte de Jersón, Lugansk y Zaporiyia.

En Jersón, el presidente ruso se reunió con dos altos mandos del despliegue militar, el general Mijail Teplinski, comandante de las Fuerzas Aerotransportadas y uno de los militares más respetados en la contienda, y el general Oleg Makarevich, comandante del grupo de ejércitos del Dniéper. Estos dos militares controlan las zonas donde podría producirse esa contraofensiva ucraniana y que, en los últimos meses, han sido fortificadas con dobles e incluso triples líneas de defensa. Mientras en Occidente se hablaba de una ofensiva rusa a gran escala para finales de invierno, el ejército del Kremlin lo que estaba haciendo realmente era atrincherarse y blindarse para no ceder un metro en sus conquistas.

Algunos analistas aluden a la falta de medios para una ofensiva frustrada rusa y otros señalan que, en realidad, los planes del Kremlin nunca apuntaron más allá de esa casi quinta parte del territorio de Ucrania que ahora ocupan las tropas rusas. La línea fortificada de cerca de ochocientos kilómetros delimita los puntos débiles de esa zona de Kiev que el Kremlin quiere defender a cualquier precio.

En Lugansk, nordeste del país, en una región que casi en su totalidad está bajo control ruso, Putin se reunió con el coronel general Alexander Lapin, otro de los principales mandos de Moscú en la Ucrania ocupada. Lugansk es uno de los pasillos que puede utilizar eventuales refuerzos desde el territorio de la Federación Rusa.

Zelenski no quiere ser menos

En cuanto este martes se supo del viaje de Putin a los territorios ocupados, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, no perdió tiempo para presentarse también por sorpresa en el frente bélico, esta vez en Avdiivka. En esta ciudad de la región de Donetsk defendida por los ucranianos la guerra alcanza su máxima intensidad, al igual que en Bakhmut, localidad convertida en el epicentro de la contienda.

Pese a estar reducida a escombros, Bakhmut es la pieza más codiciada. Los rusos están determinados a tomarla, no tanto por su significado estratégico, como por su simbolismo, especialmente ante una inminente contraofensiva ucraniana a gran escala que seguramente arrebatará a Moscú algunas zonas ocupadas. Las recientes filtraciones de documentos del Pentágono poniendo en duda la preparación del ejército ucraniano y subrayando la falta de municiones para acometer la contraofensiva han causado malestar entre los aliados de Kiev, que se preguntan si la guerra realmente puede concluir con una victoria decisiva sobre Moscú o habrá que ir pensando en cesiones territoriales para evitar que este conflicto se enquiste en el viejo continente.

No parece que esa anunciada contraofensiva vaya a recuperar todos los territorios ocupados por los rusos desde el principio de la invasión en febrero del año pasado, pero Zelenski también precisa de una victoria significativa si quiere sentarse a una hipotética mesa de negociaciones dentro de unos meses. Dado que Bakhmut se ha convertido en una trampa mortal para tanques y vehículos blindados, uno de los sectores donde se podría concentrar el ataque ucraniano es Zaporiyia o incluso Jersón para partir en dos el territorio ahora ocupado por Rusia. Con Crimea separada del Donbás, Ucrania también dispondría de una baza importante para negociar, si la obligaran sus aliados occidentales.

Fisuras entre los aliados europeos de Ucrania

El cansancio de la guerra ya se hace notar entre algunos de los países que más se han significado en el apoyo a Ucrania con armas, dinero y acogida de refugiados, como Polonia y otras naciones del este de Europa, por ejemplo Eslovaquia. La economía se está resintiendo mucho debido al conflicto y las cosas podrían ir a peor de cara al próximo invierno.

Ahora, las discrepancias han saltado en torno a los productos agrícolas ucranianos que debían ser exportados a través de Polonia sin pagar aranceles ni limitaciones, y además quedaron atascados en este país. Tal situación ha llevado a la caída de los precios de los cereales en Europa y a pérdidas insostenibles para los agricultores polacos y de otros países. El Gobierno polaco (secundado por Eslovaquia e Hungría) llegó a prohibir la entrada de los alimentos ucranianos y la respuesta de la Unión Europea fue fulminante, exigiendo a Varsovia que permitiera el paso de cereales desde Ucrania.

La ofensiva diplomática de Lavrov en América Latina

Mientras Putin y Zelenski hinchaban pecho en el frente de guerra, inmersos en una competición de coraje un tanto impostado, la verdadera "ofensiva" ocurría en América Latina y de manos del cardenal gris del Kremlin, el ministro de Exteriores Lavrov. El titular ruso se reunió en Brasilia con el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, y con su ministro de Exteriores, Mauro Vieira. Lavrov manifestó que Rusia busca una "solución duradera" que ponga fin a la guerra, pero aseguró que ni los países de Occidente ni la OTAN "contribuyen" a ello. Oportunamente, Vieira reiteró la condena brasileña a las sanciones impuestas por EEUU y los países europeos a Rusia, por no disponer del beneplácito de las Naciones Unidas.

La semana pasada, el presidente Lula pidió en su visita a Pekín una salida negociada a la guerra, ofreció la mediación brasileña en un eventual diálogo político entre Rusia y Ucrania y acusó a Estados Unidos y a la Unión Europea de propiciar la continuación del conflicto. Tras su reunión con Lavrov, el ministro brasileño de Exteriores subrayó esa voluntad de su presidente para "ayudar a una solución pacífica" de la guerra, con la intermediación de un grupo de países que impulsen "un inmediato alto el fuego".

Brasil aparece, junto a China, como uno de esos eventuales mediadores con suficiente peso en la comunidad internacional como para no ser ninguneado por Estados Unidos y los aliados europeos de Zelenski. La gira latinoamericana de Lavrov continúa en Venezuela y después seguirá en Cuba y Nicaragua.

Moscú, nervioso, la paga con los disidentes

Pero pese a los esfuerzos bélicos y diplomáticos, la incertidumbre sobre el futuro de conflicto empieza a pesar mucho en Moscú y se ha plasmado en el recrudecimiento de la persecución de disidentes y opositores. Este lunes, un tribunal ruso condenó a 25 años de prisión al periodista y disidente ruso Vladímir Kara-Murzá por traición y por criticar la invasión de Ucrania.

En otro jaque mate judicial, las autoridades rusas abrieron este martes un nuevo caso penal contra el político opositor Alexei Navalny por violar las reglas carcelarias de la prisión en la que se encuentra desde 2021. Navalny, uno de los pocos políticos que han osado enfrentarse a Putin, tiene ya una decena de acusaciones criminales que podrían condenarle a más 35 años de cárcel.

Además, la Duma o Cámara Baja del Parlamento ruso, votó este martes a favor de imponer la cadena perpetua a los reos de alta traición y terrorismo internacional como parte de la campaña de persecución de la disidencia. Pero más inquietante fue la votación de los legisladores rusos a favor de una nueva normativa que pena con hasta cinco años de prisión a quienes ayuden a cumplir las decisiones legales de organizaciones internacionales a las que no pertenezca Rusia. Este castigo apunta a quienes traten de aplicar el dictamen de la Corte Penal Internacional, que ordenó la detención de Putin por presuntos crímenes de guerra en Ucrania, en relación con el traslado forzoso a territorio ruso de niños ucranianos sin el consentimiento de sus familiares.

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