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La amenaza yihadista llega a Rusia desde Asia Central

El atentado en el metro de San Petersburgo del pasado lunes, cometido por un kirguís de etnia uzbeka, revela un desplazamiento del principal foco terrorista hacia el este y supone un reto para las fuerzas de seguridad del país.

Estado de la estación de metro de San Petersburgo tras la explosión. - AFP

Àngel Ferrero

Akbarzhon Yalilov, un ciudadano kirguís de 22 años, fue identificado el pasado martes como el autor del atentado en el metro de San Petersburgo que causó 14 muertos y 49 heridos. Se trata del primer caso en Rusia de un ataque de estas características cometido por un ciudadano procedente de Asia Central, una región que ha testimoniado estos últimos años un aumento de la radicalización islamista como consecuencia del estancamiento político y el deterioro de la situación económica.

A pesar de las sospechas, el ministro de Asuntos Exteriores kirguís, Erlan Abdildaev, pidió no vincular todavía a Yalilov con la organización terrorista Estado Islámico. “En cuanto a los posibles vínculos con Estado Islámico, tenemos que esperar a los resultados del trabajo que realizan nuestros servicios especiales”, dijo Abdildaev después de reunirse con su homólogo ruso, Serguéi Lavrov. Éste, por su parte, calificó de “cínicos” los intentos de vincular el atentado con la operación rusa en Siria, y lamentó que esta interpretación fuese compartida tanto por algunos medios como políticos occidentales. “Pienso que es impropio de un político y espero que, bajo las circunstancias actuales, cuando el terrorismo amenaza a todos los países sin excepción, no haya dobles estándares y los políticos demuestren responsabilidad al respecto”, declaró Lavrov.

Al día siguiente, la agencia Interfax anunciaba la detención en San Petersburgo de seis inmigrantes de Asia Central acusados de reclutar a ciudadanos de esa misma región para las organizaciones terroristas Jabhat al-Nusra –oficialmente la rama siria de Al-Qaeda hasta julio de 2016– y Estado Islámico. No trascendió si las detenciones estaban relacionadas con el atentado. El viernes, en Suecia, un camión irrumpía en una calle peatonal en el centro de Estocolmo, arrollando a decenas de viandantes. Cuatro personas murieron y otras quince resultaron heridas. Según el diario Aftonbladet, el autor del atentado es un ciudadano de origen uzbeko de 39 años que mostró simpatías por el Estado Islámico en las redes sociales.

Del Cáucaso a Asia Central

La procedencia de los autores de ambos atentados dista de ser anecdótica. Aunque los medios de comunicación occidentales no acostumbran a informar de ellos, los ataques terroristas son relativamente frecuentes en el Cáucaso norte, en particular en Daguestán, donde se trasladó el grueso de la insurgencia islamista tras el conflicto checheno. El grupo más importante de esta región es Vilayat Daguestan, también conocido como Shariat Jaamat (Frente daguestano), parte del llamado Emirato del Cáucaso, cuyo objetivo es establecer un Estado regido por la sharia (ley islámica). En el año 2014 una escisión de Vilayat Daguestan, al frente de la cual se encontraba el comandante Rustam Aselderov, juró lealtad a Estado Islámico y su líder, Abu Bakr al-Baghdadi. En junio de 2015 le siguieron otras células islamistas en Chechenia, Ingushetia y Kabardino-Balkaria.

Zalim Shebzhujov, el último emir conocido del Emirato del Cáucaso, murió durante una operación especial del Servicio Federal de Seguridad (FSB) en San Petersburgo el pasado 17 de agosto. En noviembre del año pasado, Rusia reclamó a Turquía –que tradicionalmente acoge tanto a exmilitantes armados como refugiados chechenos– la extradición de Aslambek Vadalov, supuestamente detenido en una operación antiterrorista y considerado como el último comandante de mayor rango del Emirato del Cáucaso a pesar de su disputa con el primer emir, Dokú Umárov. Desde la muerte de Umárov en circunstancias no aclaradas en 2013, las fuerzas de seguridad rusas han eliminado a los sucesivos líderes de Emirato del Cáucaso en operaciones policiales –Aliashkab Kebekov en abril de 2015, Magomed Suleimanov en agosto de 2015 y el ya mencionado Shebzhujov en 2016–, dificultando su reorganización.

Asia Central, en cambio, supone un nuevo reto para las fuerzas de seguridad rusas. En las antiguas repúblicas soviéticas (Kazajistán, Kirguistán, Tadyikistán, Turkmenistán y Uzbekistán) la situación no invita al optimismo: muchos jóvenes sin perspectivas se han radicalizado y las débiles estructuras estatales hacen difícil su detección y seguimiento, obligando a un trabajo de coordinación a través de estructuras supraestatales, como las reuniones periódicas a nivel de inteligencia y seguridad de la Comunidad de Estados Independientes (CEI).

Salvo el de Kirguistán, el resto de gobiernos de Asia Central se caracteriza políticamente por su autoritarismo: Nursultán Nazarbáyev gobierna Kazajistán desde 1991 (26 años) y en las últimas elecciones, en 2015, obtuvo un 98% de los votos; Emomalí Rahmon preside Tadyikistán desde 1992 (25 años) y en un referendo celebrado en 2016 eliminó la limitación de mandatos con más de un 96% de los apoyos; Shavkat Mirziyayev asumió la presidencia de Uzbekistán en 2016 tras la muerte de Islam Karímov, quien gobernó el país desde 1991 (25 años); en Turkmenistán, Gurbangulí Berdimujamédov, como Mirziyayev en Uzbekistán, fue nombrado presidente en 2007 tras la muerte de Saparmurat Niyazov el año anterior.

Gulmurod Jalímov, el jefe militar de Estado Islámico, fue un coronel de las fuerzas especiales de Tadyikistán que en 2015 desertó para engrosar las filas del ISIS.

Gulmurod Jalímov (d), el jefe militar de Estado Islámico, fue un coronel de las fuerzas especiales de Tadyikistán que en 2015 desertó para engrosar las filas del ISIS.

En las últimas elecciones, celebradas en 2017, Berdimujamédov, como el resto de sus pares regionales, se impuso con un sospechoso 97% de los votos. De los índices del Programa de Naciones Unidas para el Desarollo (PNUD), pocos aportan algo positivo sobre la mayoría de estos países: un 14% de la población de Uzbekistán vive en la pobreza según cifras de 2013, en Kirguistán es un 38% (2012) y en Tadyikistán un 46,7% (2012). Tras la desintegración de la URSS y la ruptura de vínculos comerciales entre Rusia y el resto de antiguas repúblicas soviéticas –comenzando por las subvenciones–, la mayoría de estos países se desindustrializaron y hoy son principalmente exportadores de materias primas como algodón, metales (aluminio, oro, uranio, cobre) e hidrocarburos (petróleo y gas natural). Quienes hacen negocios con Taskent, Bishkek, Dusambé y, sobre todo, con Astaná –cuyas reservas de hidrocarburos son mayores, y su industria de extracción, más desarrollada–, interesados en sus reservas naturales y buscando la estabilidad en la región, acostumbran a obviar la corrupción, la situación de los derechos humanos en estos países y los excesos y excentricidades de sus presidentes. El exembajador británico en Uzbekistán Craig Murray llegó a denunciar por ejemplo que las fuerzas de seguridad de Islam Karímov ejecutaron a dos prisioneros en 2002 hirviéndolos vivos.

Una parte importante de los ingresos de las repúblicas de Asia Central procede asimismo de las remesas de los numerosos inmigrantes legales e ilegales que trabajan en los sectores de la construcción y la hostelería en Rusia, y que son con frecuencia objeto de agresiones por parte de militantes de la ultraderecha, redadas de la policía y, en general, un trato racista y despectivo que abarca casi todo el espectro político. Una de las reclamaciones del líder de la oposición extraparlamentaria, Alexéi Navalni, es precisamente endurecer para los nacionales de Asia Central el ya de por si restrictivo sistema de inmigración ruso.

La precariedad como factor de radicalización

La pobreza y el rechazo social ofrecen un terreno fértil a los reclutadores yihadistas. El islam es la religión mayoritaria de estas repúblicas asiáticas: un 96,3% en Uzbekistán, un 93,1% en Turkmenistán, un 86,3% en Kirguistán, un 84,1% en Tadyikistán y un 56,4% de la población de Kazajistán son musulmanes, en su mayoría suníes, según cifras del Pew Research Center de 2009. Muchas de las escuelas islámicas de la región reciben ayuda de Arabia Saudí y Turquía, sospechosos de promover tendencias radicales.

Más de un millar de ciudadanos han viajado hasta Siria e Irak para unirse a los yihadistas

Según dieron a conocer los medios de comunicación en septiembre de 2016, el jefe militar de Estado Islámico que sustituyó al georgiano-checheno Tarján Batirashvili –muerto en julio en una batalla en Al-Shirqat, en Irak– es Gulmurod Jalímov, un coronel de las fuerzas especiales de Tadyikistán que en 2015 desertó para engrosar las filas del ISIS. Jalímov, que viajó hasta en tres ocasiones a EEUU para recibir entrenamiento en las instalaciones del contratista privado Blackwater (hoy Akademi), apareció en un vídeo donde apelaba emocionalmente a sus compatriotas a dejar de ser “siervos de los infieles” (kafir) para ser siervos de dios y emigrar desde Rusia y Tadyikistán a los territorios controlados por el Estado Islámico. “Detenéis a nuestros hermanos, a nuestras hermanas y a nuestras hijas por no llevar el hiyab (pañuelo islámico) y no llevar barba. Cada día, cuando vayáis a trabajar, preguntáos: ¿Queréis morir por este Estado? ¿Es por este Estado que queréis morir? ¿Por esta democracia?”, preguntaba Jalímov en su comunicado en vídeo. De acuerdo con las autoridades de Tadyikistán, más de un millar de ciudadanos tadyikos han viajado hasta Siria e Irak para unirse a los yihadistas, de los cuales 156 han sido detenidos, 61 han regresado a Tadyikistán voluntariamente y 150 han muerto en combate. Entre los combatientes de Estado Islámico en Siria e Irak figuran también numerosos kazajos y uzbekos, entre los cuales destaca el grupo Imam Bukhari Jaamat, de mayoría uzbeka y afiliado a Jabhat al-Nusra.

Akbarzhon Yalilov, un ciudadano kirguís de 22 años, fue identificado el pasado martes como el autor del atentado en el metro de San Petersburgo. REUTERS

Akbarzhon Yalilov, Identificado el pasado martes como el autor del atentado en
San Petersburgo. REUTERS

Akbarzhon Yalílov podría ser el último ejemplo de un fenómeno caracterizado por una rápida radicalización debido a la mezcla –también conocida en Europa– de precariedad y marginación que comandantes de Estado Islámico como Jalímov buscan explotar. Según los testimonios de sus vecinos, Yalílov era un joven discreto que, como muchos emigrantes de Asia Central, trabajaba como cocinero en un restaurante de sushi. En su perfil de VK –una red social similar a Facebook– no hay ningún indicio de que Yalílov tuviese simpatías yihadistas, y sus preferencias eran las de muchos jóvenes rusos: la música pop, los coches de carreras y los deportes de combate. Significativamente, Yalílov, de etnia uzbeka, nació en Osh, parte del valle de Ferganá, escenario de numerosos enfrentamientos étnicos: en 1989 unos disturbios entre uzbekos y la etnia túrquica mesj causaron un centenar de muertos; en 1989 y 1990 hubo repetidos choques entre uzbekos y tadyikos en Osh y Uzguen en los que murieron más de 600 personas; en 2003 hubo disturbios entre las comunidades kirguisa y tadyika en Isfara, en Tadyikistán; los últimos disturbios entre la comunidad uzbeka y la kirguís se registraron en 2010 y terminaron con 893 muertos, 1.900 heridos y cientos de miles refugiados uzbekos.

El propio Yalílov podría haber sido uno de esos refugiados, ya que no contaba con el pasaporte kirguís, sino con el ruso, que obtuvo en 2011 a la edad de 16 años, y desde entonces, según las autoridades kirguisas, vivió en territorio de la Federación Rusa.

Los sucesos de Aktobe

La señal de alarma de la gravedad de este fenómeno probablemente fueron los sucesos en Aktobe, una ciudad en el noroeste de Kazajistán, en el verano de 2016.
El 5 de junio una célula salafista asaltó en Aktobe una armería y una unidad del ejército kazajo. Siete personas resultaron muertas –entre ellos, tres soldados– y otras 38 heridas como consecuencia del ataque. En la operación antiterrorista que siguió al asalto, 13 terroristas murieron y otros 14 resultaron heridos. Durante los días siguientes Kazajistán declaró la alerta terrorista moderada y la policía llevó a cabo varias redadas con decenas de detenidos. Cinco días después, el 10 junio, las fuerzas especiales asaltaron un piso en Aktobe donde otra célula islamista se había hecho fuerte. Cuatro de sus integrantes murieron en el intercambio de disparos con la policía. Dos días después, el ministro de Interior kazajo, Kalmujanbet Kassimov, declaraba que los terroristas podrían haber recibido instrucción en Siria. El 12 de julio un tribunal de Aktobe condenó a una docena de islamistas a penas de prisión de entre 6 y 8 años por sus planes de desplazarse hasta Turquía para entrar en Siria y unirse al Estado Islámico.

De todas las repúblicas de Asia Central, Kazajistán es la que presenta en términos regionales una mayor estabilidad social y prosperidad económica. Por ello, los sucesos de Aktobe obligaban a plantearse a las autoridades kazajas y rusas la siguiente pregunta: si todo esto ocurría en Kazajistán, ¿no podría ocurrir también en otras partes? Los casos de insurgencia islamista en Asia Central se han señalado de hecho como una de las razones de la operación rusa en Siria. La tesis del Kremlin sería que si el Estado Islámico y el Frente al-Nusra no son aniquilados en su foco de origen, los yihadistas podrían retornar a sus países de origen en Asia Central e incluso el Cáucaso norte y desestabilizar las inmediaciones de Rusia.

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