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Mínimo es poco, no malo

Miguel Lorente Acosta

EXDELEGADO DEL GOBIERNO PARA LA VIOLENCIA DE GÉNERO

El Pacto de Estado contra la Violencia de Género es de mínimos, o sea, incorpora medidas para abordar algunas de las situaciones más urgentes, y para avanzar en parte de las causas que dan lugar a la necesidad de aplicar esas medidas que ahora se aprueban. Pero el hecho de que sean pocas y claramente insuficientes para acabar con la situación social que da lugar a al violencia de género como parte de la normalidad, no significa que dichas medidas sean malas.

No podemos caer en las trampas del machismo, las mismas que hacen de este pacto un acuerdo de mínimos, las que han llevado a que se apruebe tarde, y las que han centrado su contenido fundamentalmente sobre los resultados de la violencia de género, en lugar de hacerlo sobre la causa común del machismo.

Hemos perdido una oportunidad histórica para haber reforzado las medidas incorporadas con el mensaje y la referencia simbólica de presentarlas contra el machismo como cultura. El pacto debería haber sido un primer intento serio de desenmascarar la cultura del machismo que lleva a que, por ejemplo, el 3% de la población de la UE entienda que hay circunstancias que justifican que los hombres agredan a sus parejas, o a que las mujeres no denuncien porque la violencia sufrida no es “excesivamente grave”. Pero la situación final ha resultado ser más grave aún al verse debilitada con la abstención de Unidos-Podemos.

Desde 2004, con la aprobación de la Ley 1/2004, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, la conocida como “Ley Integral”, nunca se había perdido la unanimidad en ninguna de las iniciativas aprobadas sobre violencia de género, a pesar de los múltiples conflictos que han surgido por el camino, y sobre los que después se ha continuado trabajando desde las distintas posiciones, pero siempre desde la base del consenso. Y eso que puede parecer algo mínimo es mucho y bueno, porque además de esa imagen que muestra a “toda la sociedad frente a la violencia de género y sus violentos”, rompe con uno de los argumentos más utilizados por el machismo al presentar las medidas a favor de la Igualdad y la erradicación de la violencia de género, como acciones dirigidas contra las hombres y contra determinados valores e instituciones de la sociedad.

La unanimidad es unidad en la Igualdad, y eso significa soledad para el machismo, que cada vez está más arrinconado en la visibilidad de su violencia y sus privilegios convertidos en normalidad.

El machismo lo tiene claro, por eso ante el evidente avance que supone el Pacto de Estado ha reaccionado con violencia, y ha intentado asesinar a cuatro mujeres en cuatro días; respuesta similar a la que dio tras la multitudinaria marcha del 7N contra al violencia de género, asesinando entonces a siete mujeres en siete días. Y si el machismo lo tiene tan claro como para responder a voces con su violencia, la sociedad democrática y feminista que anhela la Igualdad no puede dudar ni perderse en matices, sobre todo porque es ella la que sale debilitada a la vez que el machismo se refuerza.

El destino está al frente, la machismo es pasado, por eso debemos dar pasos hacia delante, aunque sean cortos y pocos. Ninguno de esos pasos es el final del trayecto, sino tan solo parte del camino. El Pacto de Estado no es el destino, ni siquiera un punto y seguido, sólo una coma para tomar el aire de las nuevas circunstancias que permita continuar.

Y ese continuar es hacerlo contra el machismo y de la mano del feminismo, de eso no hay duda. No contar con el feminismo supone aplicar las medidas desde la visión y la interpretación machista, la misma que ha considerado que el Pacto no modifique el artículo 416 de la LECrim (Ley de Enjuiciamiento Criminal) cuando es la escotilla por la que se escapa sin llegar a juicio el 70% de los pocos casos denunciados. Al final, entre la violencia que no se denuncia, que representa el 80%, y la que no llega a juicio tras la denuncia, el resultado es que sólo el 5% de los 600.000 maltratadores que hay en España resulta condenado, lo cual, desde el punto de vista práctico significa impunidad para estos agresores.

La realidad nos demuestra que el Pacto de Estado tendría que haber sido contra el machismo… No ha sido así, pero un día lo será. Antes o después, la sociedad será lo suficientemente consciente del significado de esa normalidad desigual, discriminatoria y violenta en que vivimos, como para encontrarse en la unanimidad contra el machismo. Por de pronto, el Pacto ya posibilita relacionar la construcción que vincula violencia con cultura con otras formas de violencia de género que en su día no se incluyeron en el articulado de la Ley Integral, aunque sí de forma general en su preámbulo, y esta medida no sólo permite dirigir las respuestas hacia esas violencias, sino que también facilitan la conciencia crítica social respecto a su origen y significado.

Y mientras se logra esa toma de conciencia, debemos ayudar a la sociedad a ver la realidad que la envuelve, pues todavía hay mucha gente lejos de ella al amparo de una neutralidad aparente: si no se está contra la violencia de género y se actúa en consecuencia, se está a favor de que todo permanezca tal y como está ahora, y por tanto, con violencia de género e impunidad.

A la Igualdad, o llegamos toda la sociedad unida, o no podremos llegar.

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