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Análisis La reforma electoral: el Sr. D'Hondt no tiene la culpa

Todos los partidos principales obtendrían casi exactamente los mismos escaños con otros sistemas. D'Hondt solo causa mayores desequilibrios en la relación entre votos y escaños de los partidos pequeños en una circunscripción muy grande .

Ciudadano introduciendo su voto en una urna electoral /EUROPA PRESS

José Luis de Zárraga

 | Sociólogo

Ahora que, con la iniciativa de Unidos Podemos y Ciudadanos, vuelve a hablarse de cambiar el sistema electoral, todo el mundo vuelve a poner en la picota al Sr. D’Hondt atribuyendo al método de reparto de escaños que inventó las escandalosas inequidades que resultan en la relación entre votos y escaños de las elecciones españolas.

Pero el método D’Hondt de reparto de escaños no tiene ni la más mínima culpa. De hecho, este método es uno de los más proporcionales que se han inventado. Otros métodos de reparto estrictamente proporcional de escaños son el de Hare-Niemeyer y el de Sainte-Laguë, del que se habla ahora porque parece que es el preferido por los negociadores de Unidos Podemos y Ciudadanos.

Pero resulta que la aplicación de este método al reparto de escaños, igual que el de Hare-Niemeyer, proporciona casi exactamente los mismos resultados que el método D’Hondt. Aplicados a la distribución nacional de escaños en las últimas elecciones generales españolas, entre un método y otro bailarían muy pocos de los 350 escaños en reparto.

Con el método D’Hondt, en una circunscripción nacional, el PP, con 7.941.236 votos obtendría 118 escaños; con el método Sainte-Laguë le corresponderían 117, y los mismos con el Hare-Niemeyer. PSOE (5.443.846 votos, D’Hondt: 81 escaños; Sainte-Laguë, 81; Hare-Niemeyer: 80), Podemos y las listas aliadas (5.087.538 votos: 76, 75, 75), Ciudadanos (3.141.570 votos:, 47, 46, 47), ERC (632.234 votos: 9, 9, 9), CDC (484.488 votos: 7,7,7), PNV (287.014 votos: 4, 4, 4), PACMA (286.702 votos: 4, 4, 4), EH-Bildu (184.713 votos: 2, 3, 3) CC-PNC (78.253 votos: 1, 1, 1), Recortes Cero-Grupo Verde (51.907 votos: 0, 1, 1), UPyD (50.247 votos: 0, 1, 1), Vox (47.182 votos: 0, 1, 1), BNG Nós (45.252: 0, 1, 1)… En suma, todos los partidos principales obtendrían casi exactamente los mismos escaños con el sistema D’Hondt.

Estos sistemas, en una circunscripción grande, solo afectan a los partidos más pequeños, que podrían obtener un escaño con los sistemas Sainte-Laguë y Hare Niemeyer, y no lo obtendrían con el sistema D’Hondt. En suma, el sistema D’Hondt es un método de reparto proporcional que, comparado con sus alternativas, solo causa mayores desequilibrios en la relación entre votos y escaños en el caso de los partidos muy pequeños en una circunscripción muy grande. Su cambio no resolvería ninguna de las grandes desigualdades que se constatan en los resultados electorales en España.

Solo causa mayores desequilibrios en la relación entre votos y escaños en el caso de los partidos muy pequeños en una circunscripción muy grande

¿Qué pasa entonces en las elecciones españolas, que dan resultados en escaños tan desiguales –e injustos- en relación con los votos? Lo que pasa no tiene nada que ver con el sistema D’Hondt que se aplica al cálculo de escaños en cada circunscripción; si no se cambiasen otros aspectos del sistema electoral, los resultados con el sistema Sainte-Laguë, con el Hare-Niemeyer o con cualquier otro sistema de reparto proporcional serían los mismos, igual de desiguales e injustos.

Los expertos que fijaron en la Constitución los principios fundamentales del sistema electoral sentaron ya en la Carta Magna las bases para esta desigualdad, que fue luego agudizada y asegurada en el desarrollo de esos principios en la Ley Electoral. Tuvieron que aceptar, como compromiso con los partidos de izquierdas, un sistema proporcional, pero trataron de lograr que en su funcionamiento tendiese siempre a privilegiar a los partidos mayoritarios y, sobre todo, a los partidos más conservadores.

Para ello utilizaron tres procedimientos: el tamaño y delimitación de las circunscripciones, la asignación de un mínimo de escaños a cada circunscripción y la barrera de un mínimo de votos para entrar en el reparto de escaños. Estos son los trucos con los que cualquier sistema de cálculo de escaños proporcional puede producir enormes desigualdades, favorecer mucho a unos partidos y perjudicar sistemáticamente a otros. ‘Casualmente’, favorecer sistemáticamente a los conservadores y perjudicar a los partidos radicales, y a otros partidos minoritarios, marginales a la clase dominante.

¿En qué consiste el truco y qué habría que cambiar?

En primer lugar, y sobre todo, las circunscripciones. La circunscripción electoral española es la provincia (y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla). De las 52 circunscripciones, más de la mitad tienen pocos habitantes y a cada una le correspondería un número muy pequeño de escaños. Con tres o cuatro escaños en una circunscripción, la posibilidad de conseguir un escaño de partidos con el 15 o el 20 por ciento de los votos es prácticamente nula; los tres o cuatro escaños se los repartirán, en casi todos los casos, los dos partidos mayoritarios. Y hay 19 circunscripciones en este caso.

Solo en circunscripciones grandes, como Madrid y Barcelona, los partidos medianos y pequeños tienen posibilidades de conseguir escaños; pero solo hay otras cuatro circunscripciones en las que se repartan más de diez escaños. De ese modo, los partidos mayoritarios se aseguran un gran número de escaños de las circunscripciones menores, mientras las demás solo suman los que puedan obtener en las pocas circunscripciones grandes.

Por tanto el primer –y principal- problema es el muy desigual tamaño de las circunscripciones. Pero quienes diseñaron la Constitución establecieron ya en ella la provincia como circunscripción electoral, de modo que eso no se pudiera cambiar en la legislación electoral que se desarrollase después. No perdían de vista que las provincias políticamente más conservadoras eran las de menor tamaño: la mayoría de ellas, en la meseta castellana, donde históricamente habían predominado las fuerzas más conservadoras.

Por otra parte, las provincias pequeñas eran también aquellas en las que los partidos más institucionalizados, empezando por los gobernantes, tenían más penetración y más instrumentos para controlar el voto. Ahí tenían un repositorio de voto seguro para inclinar el resultado final siempre a su favor, incluso cuando se movilizasen fuerzas renovadoras, porque estas tardarían mucho tiempo en penetrar en esos territorios.

Las provincias pequeñas eran también aquellas en las que los partidos institucionalizados tenían más penetración y más instrumentos para controlar el voto

Un ejemplo muy claro se tiene en Castilla y León. En esta comunidad hay nueve circunscripciones provinciales, y en ellas las últimas elecciones generales dieron al PP 18 escaños; al PSOE, 9; a Podemos, 3, y solo uno a Ciudadanos. Si en vez de ser circunscripción electoral la provincia lo hubiera sido la comunidad, le habrían correspondido al PP 15 escaños (con el sistema D’Hondt; 14 con los otros sistemas); al PSOE, 7 (los mismos con cualquier sistema); a Podemos, 5 (también con indiferencia del sistema de reparto), y a Ciudadanos, 4 con el sistema D’Hondt, y 5 con los otros dos sistemas. A este nivel, el sistema de reparto sigue influyendo muy poco, y, en cambio, el tamaño de la circunscripción produce desequilibrios muy grandes.

La circunscripción provincial, sin embargo, no era lo único que aseguró la Constitución. Los que la diseñaron pensaron que, si los escaños asignados a cada circunscripción fueran proporcionales a su población, les corresponderían relativamente pocos a las provincias pequeñas. Había que asegurarse un mínimo para que el truco de la circunscripción provincial funcionase bien. Así lo hicieron, y luego la Ley Electoral fijó en dos escaños ese mínimo; dos escaños que tendría cualquier circunscripción incluso aunque se despoblase y no le correspondiese ninguno por su número de electores. O sea, cien escaños repartidos por igual, dos, lo mismo, a Ávila o a Soria, que a Madrid o a Barcelona.

Por último, aún había que disponer de algún procedimiento para evitar que en las circunscripciones grandes se colase algún partido marginal, cuyos votos parlamentarios pudieran luego resultar un incordio. Para ello se introdujo el truco de la barrera mínima de votos para entrar en el reparto de escaños: según se fijó en la Ley Electoral, en las elecciones generales se necesita lograr como mínimo un 3 por ciento del voto válido para entrar en el reparto. En realidad, esta barrera solo afecta a las dos circunscripciones mayores, pero es suficiente para evitar que de ellas llegue alguna voz molesta al Parlamento.

El truco de la barrera funciona más eficazmente en elecciones autonómicas, porque muchas comunidades la han situado en el 5 por ciento (a veces, con otras dificultades añadidas, como la de conseguir ese mínimo tanto en la circunscripción como en toda la comunidad). De ese modo, por ejemplo, el PP valenciano se aseguró de dejar fuera del parlamento de su comunidad, en alguna ocasión, tanto a la izquierda catalanista como a la derecha valencianista que no había podido integrar.

Así pues, no es el sistema D’Hondt el que tiene la culpa, y cambiarlo no sirve de mucho. Lo que hay que cambiar –como mínimo- son los trucos constitucionales y legislativos que UCD, el PP y el PSOE introdujeron, o no quisieron cambiar cuando pudieron: la circunscripción, la asignación mínima de dos escaños a cada una y la barrera para entrar en el reparto de escaños. Podrían también hacerse otros cambios en el sistema electoral, para corregir otros defectos y evitar otros problemas que tiene, pero este es otro tema.

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