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"¿Canibalismo? No. ¡Hambre!"

El murciano Antonio Hernández Marín fue conducido al campo de concentración de Mauthausen el 22 de enero de 1941, hace hoy 74 años. Este testimonio forma parte de una serie de artículos que 'Público' ofrecerá en los próximos días como avance editorial de 'Los últimos españoles de Mauthausen' publicado por 'Ediciones B'.

CARLOS HERNÁNDEZ 

Autor de 'Los últimos de
los últimos españoles
de Mauthausen'

Compañeros del grupo de Artillería de la 5ª Brigada Mixta del Ejército republicano (Antonio es el que está agachado a la derecha de la imagen)

Antonio Hernández Marín es uno de los 9.000 españoles que pasaron por los campos nazis que ha permanecido, hasta hoy, en la más absoluta invisibilidad. Fue trasladado el 22 de enero de 1941, hace hoy 74 años. Nadie le pidió jamás una entrevista, no escribió sus memorias y su familia apenas le preguntó por el horror que vivió durante más de 52 meses entre las alambradas de Mauthausen. Como el resto de los supervivientes, tampoco él le dio a su epopeya la importancia que realmente tenía. Nunca se consideró, ni mucho menos, un héroe.

Su vida fue, sin embargo, un calco de la del resto de deportados españoles, una historia de renuncias y sacrificios, a cambio de defender la libertad. La sublevación militar de 1936 le sorprendió en su pueblo, Molina de Segura. Su ideología socialista le llevó a alistarse inmediatamente en el Ejército republicano. Se incorporó al grupo de artillería del cuerpo de Carabineros con el que combatió en la defensa de Madrid y, más tarde, en batallas como la del Ebro.

Tras el triunfo franquista fue maltratado por la Francia “democrática” que le encerró, junto a miles de compañeros, en los campos de concentración de Vernet, Mazères y Septfonds. Más de 14.000 hombres, mujeres y niños españoles murieron en esos meses del invierno de 1939, de frío, hambre y todo tipo de enfermedades.

Ese maltrato hizo que los republicanos se negaran, mayoritariamente, a enrolarse voluntariamente en el Ejército francés. Por ello, a punta de pistola, Antonio fue obligado a incorporarse a una Compañía de Trabajadores Españoles que se dedicó a reforzar las fortificaciones de la Línea Maginot. Un trabajo inútil porque, a la hora de la verdad, apenas hubo resistencia; los oficiales franceses huyeron cuando sintieron la proximidad de las tropas alemanas.

El hambre hizo que no vieran o no quisieran ver los cadáveres abiertos en canal que yacían muy cerca del lugar en el que hicieron su descubrimiento

Cazados como conejos por la Wehrmacht en los bosques de los Vosgos, los españoles fueron a parar a campos para prisioneros de guerra en los que se respetaba la Convención de Ginebra. En ellos recibían el mismo trato que los soldados aliados. Sin embargo, el 1 de octubre de de 1940, solo una semana después de que el todopoderoso ministro franquista Ramón Serrano Suñer visitara Berlín, la Gestapo se presentó en el campo de Sagan, en el que se encontraba Antonio, e interrogó a los españoles. Así lo recuerda el malagueño José Marfil que también se encontraba allí: "No sabíamos que eran de la Gestapo pero yo les pregunté las razones por las que nos estaban fichando. Nunca olvidaré su respuesta: 'Os vamos a llevar a un sitio apropiado para vosotros'".

Dos meses más tarde, los españoles y solo los españoles fueron enviados a Mauthausen. Antonio estuvo siempre acompañado de su amigo Antonio Cebrián, un albaceteño de Bormate. Ambos trabajaron en la temible cantera. En pocos días, la dureza del trabajo y la ridícula alimentación que recibían les empujó al borde de la muerte. Lo que ocurrió después lo sabemos gracias a un breve relato titulado ¿Canibalismo? No. ¡Hambre!, que dejó escrito en un viejo y colorido cuaderno:

Un miembro de la Gestapo a los republicanos españoles: "Os vamos a llevar a un sitio apropiado para ellos"

"Nos fallaban las fuerzas y al pasar por detrás de las cocinas encontramos un pequeño envoltorio abandonado al pie de una de las ventanas del crematorio. En su interior había dos metros de intestinos". "Mira Hernández —me dijo Cebrián— son tripas de cerdo". Y con ansia dio un bocado en uno de sus extremos. 'Lo ves, no hay duda, sabe a tocino'. Yo también mordí con hambre. Minutos después la partimos por la mitad y nos saciamos con ella". El hambre hizo que no vieran o no quisieran ver los cadáveres abiertos en canal que yacían muy cerca del lugar en el que hicieron su descubrimiento.

Este y otros episodios vividos en el campo, especialmente la muerte de su amigo Cebrián, persiguieron a Antonio durante el resto de su vida. Sobrevivió y recuperó la libertad, pero nunca llegó a abandonar Mauthausen. Los SS volvían a la vida para golpearle y amenazarle cada noche, cuando llegaba la oscuridad y le vencía el sueño en aquellas interminables noches de pesadilla en el exilio francés.

Avance editorial

Perfil de Twitter de @deportado4443

Perfil de Twitter de @deportado4443

Este testimonio, ofrecido por Público, forma parte de una serie de cinco artículos que este diario ofrecerá durante los próximos días como avance editorial de Los últimos españoles de Mauthausen, publicado por Ediciones B, y que sirve como homenaje a los más de 9.000 españoles que pasaron por los campos nazis cuando se cumple el 70 aniversario de la liberación de los campos de exterminio del régimen nazi. 
 
Asimismo, el lector podrá conocer más detalles de la experiencia de Antonio Hernández a través de la cuenta de @Deportado4443. De esta manera, el periodista Carlos Hernández, sobrino de Antonio y autor del libro Los últimos Españoles de de Mauthausen, da voz a Antonio y a través de él a los más de 9.000 españoles que pasaron por los campos nazis, en los que más de 5.000 perdieron la vida, y cuyo sufrimiento ha intentado ser borrado del mapa.

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