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Cifuentes se da un baño en el Pequeño Caribe

La presidenta madrileña celebra un encuentro con los dominicanos del barrio de Tetuán, donde evidenció su destreza en la distancia corta y exhibió la cara amable del “nuevo PP”

Carlos Izquierdo Torres, Cristina Cifuentes y Fernando Martínez-Maillo, en el barrio de Tetuán. / JAVIER LÓPEZ (EFE)

MADRID.- Cristina Cifuentes podría darse un baño de masas en el barrio de Salamanca, pero ayer prefirió una ducha colectiva en el Pequeño Caribe, una zona del distrito de Tetuán donde uno de cada cuatro habitantes son extranjeros y, de ellos, la mitad latinoamericanos. Frente al punto de encuentro con los vecinos, Héctor maldice su mala suerte sentado a la entrada del locutorio Santo, donde desgrana las horas con dos compatriotas. “Nos pasamos el día en las esquinas. Alguien puede pensar que queremos estar así, aunque yo me pregunto: ¿qué hace uno encerrado en casa? Entonces sales a la calle a ver si encuentras algo que hacer, pero no hay nada”. Tiene cincuenta años y es consciente de que cada día que pasa será más complicado encontrar trabajo. Lleva ocho meses buscándolo. Es chapista y no da chapa.

Héctor es de Santo Domingo y vota PP, aunque no se acerca al remolino que ha provocado la presidenta de la Comunidad de Madrid en la heladería Maema. “El problema del barrio es el desempleo”, se queja. “No ves cómo solucionar la vida diaria”. Anaiza, que atiende otro locutorio a escasos metros, tiene su propia vara para medir la crisis: “La gente no llama tanto a casa y envía menos remesas a sus familias, porque ahora es imposible hacerlo”, afirma esta joven de veintiocho años natural de Azua. Comparte nacionalidad con la chica que atiende la heladería, Herminia, que llegó hasta aquí desde Barahona. “La cosa, de momento, va bien”. El establecimiento es de su madre, si bien ella, a sus veintisiete años, regenta uno propio en Vista Alegre, cuyas ventas −asegura− bajan cada tres meses, cuando los autónomos realizan las declaraciones a Hacienda.

Cifuentes, al otro lado del expositor, observa la paleta de colores y elige una bola de coco y otra de dulce de leche. Su chaqueta negra hace juego con la camiseta de Herminia, que le sirve la tarrina antes de posar. Arrecian los flashes y Fernando Martínez-Maillo, vicesecretario de Organización del PP, se deja cegar. También sale encuadrado Carlos Izquierdo Torres, consejero de Políticas Sociales y Familia, que acompaña a la gestora del PP en la región, cuya presidencia sigue vacante después de que Esperanza Aguirre dimitiese por las investigaciones sobre la supuesta financiación irregular del partido. Se ve que, después de la partida doble de Rajoy en Adra y Granada, el posado con helados se ha puesto de moda, para satisfacción de la patronal del ramo.

“Me los cobras o, si no, nos vamos”, insiste. Herminia quiere invitar a las tarrinas, pero Cifuentes se niega. Luego, tras las fotos de rigor con sus colegas, comienza a desplegar su don de gentes. “Que vaya bien el negocio para poder contratar a más empleados”, le dice a la heladera. “¿Nos hacemos un selfie, chicas”, le propone a unas chicas. “Mucho gusto. ¿Cuántos años tenéis?”, les pregunta. Ya fuera, posa ante un paso de cebra y los coches deben esperar. El monitor de la Autoescuela Viana le pita y ella le tira un beso. Entra en una peluquería de caballeros. Hace una pausa en Delicias del 38 y se compra una empanada. Se hace fotos con niños y con ancianos (“Me alegro de verte tan bien”, le dice a uno), besa a todo el mundo hasta con la boca llena, acaricia a un perro y le pregunta a su dueña: “¿Vives por aquí?”.

Cifuentes, como Hamelín, arrastra a los transeúntes a su paso. “¡Ay, qué alegría encontrarme con Cristina!”, suspira Teresa, también caribeña. “Me encanta. Cuando la veo en televisión, me avivo”. La comitiva crece y la flauta se los lleva a todos hasta un bar cercano, donde la presidenta madrileña agradece antes de nada la cesión del local para celebrar su encuentro con la comunidad dominicana. “Divina, muchas gracias por dejarnos este local tan divino”. Primero interviene el consejero y luego Maillo, ducho en la materia. “Nadie me va a hablar de la integración, porque la tengo en casa: mi mujer es colombiana”. Turno de Cifuentes, que se gana al público desde el minuto uno: “Sois muy importantes. Muchos sois españoles de pleno derecho y, si no, es igual, porque estáis empadronados. Y los que no, también, porque tenéis los mismos derechos”.

En tiempos de nueva política, Cifuentes, que dio sus primeros pasos en la Alianza Popular del difunto Manuel Fraga, encarna a la nueva derecha. Su región abrió los hospitales a los inmigrantes en situación administrativa irregular, lo que forzó a Rajoy a dar el visto bueno en otras latitudes. “Había que garantizar que cualquier persona, con o sin papeles, pudiese recibir atención sanitaria. Porque hay que dársela y punto, con independencia de los papeles. Tenéis derecho a todo”. Y, para pagar los servicios públicos, razonó, hace falta crear empleo: “No hay mayor política social que tener un puesto de trabajo digno. Es nuestra prioridad”.

Cifuentes habló más de la cuenta, pero había prometido dar la palabra a los presentes y cumplió. Las preguntas se sucedieron y, cuando podría haber cortado a la tercera o a la cuarta, pues tenía que salir pitando, el acto se dilató hasta que la llovizna se convirtió en diluvio. Fuera, la gente se cobijaba en los portales, mientras que dentro ascendía la temperatura a cada minuto. Ella prometió volver a Tetuán: “Soy de los pocos políticos que se conocen los 179 pueblos y los veintiún distritos de Madrid”, presumió después de bendecir sus medidas (tarifa plana de cincuenta euros para autónomos y abono transporte para jóvenes a veinte euros) y antes de cargar contra los Caminantes Blancos de Podemos, que según ella van a destrozar los Siete Reinos, ocho si contamos el de España.

Por momentos, parecía que hablaba una socialdemócrata nórdica. En ocasiones, la comunidad dominicana asistía a la psicofonía de una indignada. “No queremos que ninguna familia tenga que elegir entre encender la cocina o la calefacción”, aseguró, y para eso están las ayudas para el pago de la factura de la luz y el gas, aprobadas por la Comunidad de Madrid en enero. Cuando dijo esto, llegó una patrulla de la policía nacional, lo que desconcertó a quienes esperaban en el exterior. Los agentes salieron del coche raudos y veloces, hasta que los miembros del gabinete de prensa les explicaron quién estaba dentro arengando a la masa. “Es la Cifuentes”, bufó uno, abochornado por la falsa alarma. Para disimular, hicieron guardia durante un rato y, cuando se mimetizaron en el entorno, metieron primera y siguieron con la ronda.

Cifuentes aguantó con estoicismo el turno de preguntas. Los aplausos dieron paso a Vente, canción de autor aflamencada que ameniza la campaña de afiliación del “nuevo PP madrileño”, adjetivo que recoge su web. La presidenta regional también lo quiere ser de la federación madrileña del partido y, aunque en el barrio se prestaba el merengue, ella tiró de su propia banda sonora. “Llegará lejos”, comentaba alguien de su equipo. Si consiguió vencer en las urnas la dureza con la que se aplicó durante su paso por la Delegación del Gobierno en tiempos del 15-M y las malas artes de una incómoda compañera de viaje apellidada Aguirre, no cabe la menor duda. Cifuentes tiene percha de líder y cualquier día de estos, cuando el traje de la Comunidad de Madrid le quede pequeño, llamará a su modista para pedir cita.

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