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Escándalo fiscal El 'caso Màxim' devuelve a Sánchez a la realidad

La petición de dimisión hecha por Iglesias y la presión social colocaron al presidente en una situación difícil, acrecentada por sus compromisos de luchar contra la corrupción y el fraude fiscal

Màxim Huerta, durante su comparecencia en el Ministerio de Cultura para anunciar su renuncia por el escándalo fiscal. REUTERS/Juan Medina

MANUEL SÁNCHEZ

La luna de miel que disfrutaba del Gobierno llegó a su fin de forma abrupta, y Pedro Sánchez tuvo un baño de realidad en menos de 24 horas, que le puede hacer recordar la fragilidad parlamentaria que tiene y que el reto que afronta no va a ser fácil.

La mini-crisis de Màxim Huerta, a una semana de la toma de posesión del Gobierno, fue toda una prueba fuego para el nuevo presidente, que accedió al cargo a través de una moción de censura en la que pedía regeneración democrática y transparencia.

El hecho de que un miembro de su Gabinete defraudara a Hacienda más de 218.000 euros y no estuviera informado previamente, suponía tener que tomar una decisión complicada: buscar decenas de justificaciones para mantenerlo en el cargo o forzar su dimisión ante un comportamiento altamente censurado por la ciudadanía.

A primeras horas, quienes conocían otras actuaciones de Sánchez ante otros escándalos, se mostraron sorprendidos porque el Gobierno y algunos dirigentes del PSOE se limitaban a pedir explicaciones y hacer comparaciones odiosas con otros casos del PP. Volvía el “y tú más”.

Mientras tanto, Màxim Huerta iba de radio en radio justificándose y sin dar la menor muestra de plantearse presentar la dimisión, tesis que se vio reforzada con una comunicación del Gobierno considerando como válidas las explicaciones de ahora ex ministro.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, saluda a Iván Redondo, nuevo director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno, tras su toma de posesión. POOL MONCLOA/ JM. Cuadrado

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, saluda a Iván Redondo, nuevo director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno, tras su toma de posesión. POOL MONCLOA/ JM. Cuadrado

Pero no iba a ser tan fácil solucionar el asunto. El líder de Unidos Podemos, Pablo iglesias, salió inmediatamente a pedir la dimisión del ministro, al considerar los hechos absolutamente inaceptables. Esto situaba a Sánchez ante sus generosos socios en la moción de censura en una difícil situación, que a buen seguro tuvo que pesar en la decisión final. Sabia que el discurso de la regeneración política y ética se le venía abajo, y que el partido morado no iba a dejar de recordárselo.

A esto se unió la presión social y esa maldita hemeroteca que mostraba a un Sánchez contundente con la corrupción y con cualquier caso de fraude fiscal, llegando a decir que en su Ejecutiva del PSOE no cabría nadie que utilizara una sociedad fraudulentamente para pagar menos al fisco, un caso que podría recordar al de su ex ministro.

Finalmente, Sánchez volvió a optar por una decisión contundente y forzó la marcha de Huerta, con la decisión de cerrar la crisis cuanto antes con el nombramiento una hora después de José Guirao en esta cartera.

El primer escollo de Sánchez se ha querido afrontar y solucionar rápido (desde primera hora de la mañana se dijo que se iba a tomar una decisión el mismo día), pero evidencia aquella célebre frase de Rajoy de que “gobernar no es fácil”, aunque Sánchez apenas hayan empezado a hacerlo.

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