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Aiguamolls del Ter La recalificación urbanística que recuperó un espacio natural único

La playa más larga de la Costa Brava ha experimentado un proceso único de deconstrucción de una zona que contemplaba alojar un centenar de casas unifamiliares para recuperar un espacio natural.

Aiguamolls del Ter/ Irene Benedicto

Irene Benedicto

Recalificación. La palabra que remite a los excesos de la burbuja inmobiliaria, una línea de costa de repente repleta de rascacielos por constructoras que tienen vínculos insospechados con la administración. El mismo término, recalificación, se activó en el Baix Empordà en el sentido inverso: un paseo marítimo recientemente terminado de construir, preparado para alojar un centenar de casas unifamiliares frente al mar se convirtió contra todo pronóstico en un espacio natural protegido. Un caso único de conciencia ecológica a nuestro país, en que se revirtió un proceso que parecía de difícil marcha atrás.

Se trata de un tipo de isla ecologista de la Costa Brava. Justo delante de las Medes, esta isla ecologista está entre la playa larga de Palos y L’Estartit, perteneciente al término municipal de Torroella de Montgrí (Baix Empordà, Girona). En esta suerte de aldea gala, se ha vivido un proceso único de recuperación de espacios naturales, incluso cuando esto ha implicado la deconstrucción de zonas que ya se habían empezado a urbanizar.

La Pletera, formada por medio centenar de casas unifamiliares, contemplaba una segunda y tercera promoción de dimensiones equivalentes. El suelo era urbanizable. La constructora tenía los permisos y ya había construido el paseo marítimo que habilitaba el acceso a las casas. La localización era imbatible. A un kilómetro de la desembocadura del río Ter, y un kilómetro desde el último punto urbanizado de L’Estartit –que es la urbanización Els Griells, que a su vez, ya está a un kilómetro del pueblo. Alejado del bullicio del turismo, pero a la vez cerca de los servicios municipales. Un paraje privilegiado en medio de los humedales del bajo Ter. Para las especies autóctonas y para los habitantes de la Pletera.

La urbanización de La Pletera contemplaba una segunda y tercera promoción de casas unifamiliares

La llanura del bajo Ter, que se extiende desde el macizo del Montgrí, al norte, hasta las montañas de Begur, al sur. Si bien a golpe de helicóptero se ve una zona verde, la llanura es eminentemente agrícola, y la mayor parte del color verde se debe a la concentración de las tierras de cultivo de regadío.

Pero la presión agrícola no es la más grande de las fuerzas que los humedales tienen que resistir para preservar su estatus. La mayor amenaza es la presión turística hacia la costa de Pals y de L’Estartit, las dos localidades que ostentan la jurisprudencia de la playa más larga de una Costa Brava, constituida a base de calas pequeñas.

En la actualidad, y tras el largo proceso de recuperación natural, se vuelven a apreciar algunas clapas de humedales, como por ejemplo las llamadas del Ter Vell, la laguna del Fraile Ramon, y las Balsas de en Coll. Un espacio de excepcional valor paisajístico, natural, ambiental y ecológico.

Aiguamolls del Ter/ Irene Benedicto

Aiguamolls del Ter/ Irene Benedicto

Ante este paraje recientemente recuperado, donde los humedales empiezan a tomar forma de nuevo, como cuando al final de un largo proceso de rehabilitación las articulaciones vuelven a funcionar, nos preguntamos: ¿Cómo se paró la construcción de más de un kilómetro de playa? ¿Es este un nuevo modelo de concepción urbanística que se puede replicar a otros lugares?

De L'Estartit a Bruselas

“El caso del Ter se excepcional. Defendemos que la recuperación de espacios naturales es posible, y creemos que es lo que se debe hacer. Esperamos que tenga un efecto demostrativo”, saca pecho el director de la Cátedra de Ecosistemas Litorales Mediterráneos de la Universitat de Girona (UdG), Xavier Quintana, que también ha dirigido este proyecto, que tiene nombre propio: Life (como “vida”, en inglés), y se nutre de unos fondos de la Unión Europea, con cofinanciación de la Diputación de Girona.

Esta historia, la de la recuperación de los humedales del bajo Ter, está intrínsecamente ligada a la del profesor Quintana. Todo empieza a principios de los 90, con un grupo de investigación en ecología costera de la UdG especializado en ecología de lagunas. El Ayuntamiento de Torroella de Montgrí los contacta para pedirles asesoramiento sobre el patrimonio cultural y natural del municipio. ¿Cuáles son los problemas a los que se tendrán que enfrentar? ¿Como restaurar el patrimonio y ponerlo en valor?

A partir de estos interrogantes se redacta el que será el Proyecto Life, un nombre que recibirá sólo a partir del año 1999, cuando se lanzan a buscar financiación europea. Y no sólo la consiguen sino que ya lo han renovado hasta dos veces. El presupuesto total hasta la fecha supera los 2,5 millones de euros, el 75% de los cuales procede de la UE. Las demás aportaciones son la suma del Ayuntamiento de Torroella de Montgrí (263.136€), la Generalitat de Catalunya (131.569€), la constructora Tragsa (131.569€), la Universitat de Girona (45.763€) y la Diputació de Girona (60.000€).

Sobre cómo se giró la tortilla

Ahora hace 30 años se empezaba a construir en la zona de la Pletera. Año 1986, primavera-verano de euforia inmobiliaria. Con todos los permisos, un marco legal impecable. Unas casas unifamiliares preciosas justo frente al mar. Era la primera de, al menos, tres promociones de una cincuentena de casas cada una. Quién les iba a decir que, sólo una década después, el paseo marítimo, que ya se extendía dos kilómetros más para acoger las siguientes promociones de viviendas, tendría que ser derruido.

Para construir, tenían que, primero, desecar los humedales y, después, nivelar el suelo. Sólo durante aquel año de 1986, se abocan unas 800 toneladas de escombros diarios. En dos años (agosto 1988) se termina la primera fase de la urbanización. Pero antes de continuar con la segunda fase, la Generalitat de Cataluña aprueba la Ley de espacios naturales (1985) que va seguida del Decreto del Plan de espacios de interés natural (1992). Todo ello paraliza las obras.

La Pletera se declara zona no urbanizable y se incluye dentro del Espacio de Interés Natural

Las mesas giran definitivamente en marzo del 1998. La Dirección general de Costas, que depende del Ministerio de Agricultura y Pesca, redefine cuál tiene que ser la delimitación de la zona pública terrestre. Antes sólo entraba la playa. A partir de entonces incluirán también las zonas inundables al subir el nivel del mar, que también pasarán a ser públicas. Y resulta que el bajo Ter está repleto de marismas.

Así pues, la Dirección General de Costas traza la línea de dominio público marítimo-terrestre por detrás de la zona otro tiempo urbanizable. Cómo si esta línea hubiera estado dibujada con tiza: la borran con arena y la trazan unos metros atrás. Y toda esta área conforma una zona de marisma que, al igual que la propia playa, se tiene que proteger bajo la nueva Ley de costas (ley 22/1988 del 28 de julio).

De la noche a la mañana, como quien dice, la Pletera se declara zona no urbanizable y se incluye dentro del Espacio de Interés Natural. La ratificación llega el 2006, cuando la Generalitat aprueba definitivamente la incorporación del espacio dentro de la Red Natura 2000, que a su vez es aprobada por la Comisión Europea en 2008. Una red de espacios naturales europeos de la que también forman parte el Montgrí, con su castillo en la cumbre, las Islas Medes, con su matrimonio submarino, y ahora también, el bajo Ter.

Funcionalidad ecológica

Y todo esto, ¿para qué? El principal criterio por el qué se rige el proyecto es “que el sistema recupere su funcionalidad ecológica”, explica Quintana. Por eso no hay ningún tipo de obsesión para que el paraje vuelva a ser como en las fotografías de los años 50. Las balsas de agua quizá no se pueden volver a ubicar exactamente en el mismo punto del mapa. Pero el objetivo es que cumplan la misma función.

Los ecosistemas tienen capacidad de autor regularse. La Tierra hubiera estado preparada para adaptarse al cambio climático y a la consecuente subida del nivel del mar si no fuera por las alteraciones que el ser humano ha hecho sobre su relieve (claro que entonces habría que preguntarse si en un planeta sin alteraciones humanas habría cambio climático, pero ese es tema de otro debate).

Anulamos zonas que el ecosistema necesita para autoregularse

Lo que quiere decir con esto Xavier Quintana, como impulsor del Proyecto Life, es que el problema no es tanto que el nivel del mar suba, sino las consecuencias que esto tiene sobre las comunidades que hacen vida tan cerca del mar y, de hecho, en el caso de L’Estartit, bajo el nivel del mar. En la zona de Griells, al sur del pueblo, la playa ‘desaparece’ cada uno o dos años, cuando viene un temporal y se lleva la arena de la playa.

Como solución, el puerto de L’Estartit acaba de erigir un nuevo espigón que deberá proteger la playa del mar. Esto no hubiera hecho falta si no nos hubiéramos cargado el espacio natural tal como era en sus orígenes, porque si tenemos humedales, cuando el nivel del mar sube, inunda las marismas y no hay mayores desastres. El problema viene cuando en el lugar de los humedales hemos construido casas.

Así, anulamos zonas que el ecosistema necesita para auto regularse. Sufrimos las consecuencias de esa incapacidad de auto regulación. Buscamos soluciones que, en el mejor de los casos, consiguen posponer el problema y que, a menudo, generan peores consecuencias en el largo plazo.

¿Cuál es la receta? “No construir infraestructuras muy cerca del mar, en los lugares donde todavía estamos a tiempo. Si las zonas costeras sueño blandas y planas, las actividades humanas sólo se tienen que retirar. Tenemos que mantener la capacidad de recular”, argumenta el investigador. Adaptarse. No combatir el medio.

¿Excepción o ejemplo?

“Queremos evitar que toda la Costa Brava sea cómo Empúria Brava”, dice Xavier Quintana, sin poder evitar una chispa de orgullo. Desde que la experiencia se empezó a mostrar como exitosa, otras zonas de España e incluso otros países costeros europeos se han acercado a esta localidad gerundense, para conocer su modelo de recuperación de espacios naturales. Una delegación del Ministerio de Medio ambiente francés vino a interesarse sobre estrategias para adaptarse al cambio climático. Un interés, no obstante, que de momento no ha bajado del plano abstracto o de investigación.

Sí que se han vivido otras experiencias en el territorio español. En Costa del Saler en Valencia, zonas parcialmente urbanizadas se retiraron. También es conocido el caso del Club Med, la ciudad de vacaciones francesa construida a base de bungalós en el Paraje de Tudela en el Cap de Creus (Cadaqués). Erigida sobre una zona rocosa, en este caso la retirada de las casas se consiguió arguyendo valor arqueológico.

Pero las tres experiencias –siendo la del bajo Ter la más reciente– han sido casos aislados. ¿Cuán lejos estamos de lo que el profesor Quintana denomina “desurbanización al por mayor de la zona costera” que se construyó indebidamente? Probablemente, todavía tendremos que navegar mucho para llegar.

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