Público
Público

Acoger refugiados en casas ocupadas

Una red solidaria formada por activistas, voluntarios y los propios refugiados en Atenas proporciona hogar, nutrición, educación y salud en más de una docena de casas ocupadas

Interior de la casa okupada Acharnon22, que acoge refugiados en Atenas, con su responsable Joan Reverté en primer plano. / Flor Ragucci

Europa tendió una trampa a los más de 62.000 refugiados llegados a Grecia para buscar un futuro alejado de la guerra. A mitad de su camino, después de haber recorrido miles de kilómetros a pie, en bus o en barca desde sus tierras en llamas -Siria, Afganistán, Irak, el Kurdistan- y antes de encontrar el lugar seguro que anhelan para poder reconstruir sus vidas, el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, así como el cierre de las fronteras balcánicas, los atrapó en uno de los países más pobres del continente, dejándolos allí, paralizados durante meses o, incluso, años.

Estos barrotes legales fueron las materias primas para la gran jaula en que se han convertido algunas islas del Egeo -Lesbos, Quíos, Samos y Kos, principalmente- así como la Grecia continental, sobre todo las ciudades más grandes, Tesalónica y Atenas. Pero en la capital, al igual que en muchos de los otros hot spots, parte de la población se movilizó para no dejar miles de personas durmiendo en la calle. A partir de la llegada masiva de refugiados en 2015 y, aún más, tras la firma del acuerdo con Turquía en 2016, los movimientos sociales que desde hace décadas trabajan en Atenas -anarquistas, la mayoría de ellos- junto con los mismos migrantes se han organizado para okupar edificios abandonados en el corazón de la capital griega y transformarlos en viviendas.

Cooperación entre activistas, voluntarios y refugiados

A pesar de que el primer bloque se ocupó en septiembre de 2015 -el llamado notario 26, hoy no sólo lugar de acogida de refugiados sino uno de los núcleos políticos de la red de squats- la iniciativa ciudadana amplió su eco raíz apertura del City Plaza, un hotel de siete plantas y capacidad para 400 huéspedes que quebró durante la crisis económica y, fue recuperado, en abril de 2016, por un grupo de 250 activistas y refugiados que lo transformó en alojamiento gratuito para personas huidas de la violencia.

"No hay piscina, no hay minibar, no hay servicio de habitación, pero es el mejor hotel de Europa", asegura la web del City Plaza y coinciden las 150 familias que viven. "Por fin mi vida tiene un sentido, aquí me siento útil de nuevo porque puedo colaborar en la organización de un espacio común, que también es mío", explica Fátima, una mujer afgana que llegó a la antiguo hotel después de pasar seis meses a Moria, campo oficial instalado en la isla de Lesbos. "La vida en el campo era horrible, no teníamos nada que hacer, cada día era sólo esperar, comida, esperar y dormir. Nadie nos consideraba allí como personas, todo era sucio y la policía nos trataba fatal, además de que no podíamos salir libremente. Era peor que una cárcel", afirma Fátima.

La filosofía que guía el funcionamiento del City Plaza y del resto de edificios ocupados en el centro de Atenas -una docena en total- es exactamente la contraria de la que el el Gobierno griego implementa los campos que una vez fueron "de recepción "y que, desde el 2016, son" de detención ". Las personas que viven en estos centros autogestionados forman parte activa de la organización del espacio, trabajando con los activistas en la cocina, en la repartición de la comida, la ropa y los materiales recibidos de donaciones, la limpieza, la seguridad o la planificación de actividades. "El impacto positivo de vivir dentro de un espacio seguro, con privacidad pero también en comunidad, con la posibilidad de participación en las decisiones comunes para gente traumatizada tanto por la guerra en su país como por las condiciones infrahumanas que sufrió en los campos o en las fronteras, es inconmensurable ", explican los coordinadores del proyecto durante la celebración de su primer año y medio de vida, orgullosos de haber dado vivienda digna en este tiempo a 1.700 personas, más de un tercio de las cuales son niños.

Sin ningún apoyo gubernamental

Sin un centavo por parte del Estado -de ningún Estado- ni la mediación de grandes ONG, la red de squats que se disemina por el barrio de Exarchia -epicentro del activismo y el anarquismo en Atenas- y por la zona vecina, cercana al metro Victoria, se podría ver como un milagro, pero no lo es. Si aproximadamente 2.500 refugiados tienen un hogar en medio de condiciones tan desfavorecidas como las que aún vive el país helénico es por la ayuda de cientos de voluntarios y las donaciones de miles de personas y pequeñas asociaciones que lleguen desde todo el mundo. "Hay gente que nos lleva ropa y comida cada día, otros nos envían dinero a través de nuestra página web. Tenemos apoyo en muchísimos países", afirma Nassim, uno de los portavoces del City Plaza. De hecho, la visita de Manu Chao en el centro en septiembre pasado y la grabación de una canción íntegramente dedicada a esta iniciativa superó las expectativas y las contribuciones se dispararon inmediatamente.

Grafitti sobre la situació dels refugiats, al barri d'Exarchia, a Atenes./Flor Ragucci.

Grafitti sobre la situació de los refugiados, en el barrio de Exarchia en Atenes./Flor Ragucci.

Con menos fama y, por tanto, menos recursos, hay una docena de espacios que también afrontan el reto de dar una vida más digna a los migrantes atrapados en Atenas al margen de la acción gubernamental- prácticamente nula- y del paraguas de las ONG. Acharnon 22 es la dirección y el nombre de un edificio de siete plantas que hoy acoge cien personas, principalmente madres, embarazadas, niños y lactantes que se encuentran en situación de máxima vulnerabilidad. Joan Reverté es quien, después de haber trabajado intensamente en el campamento de refugiados Idomeneo con su pequeña ONG, Provocando la Paz, se trasladó a Atenas y tomó las riendas de este espacio muy próximo al Museo Arqueológico Nacional. "A Idomeneu hicimos los primeros contactos con los refugiados y esto nos ha ayudado a detectar las necesidades en la capital, donde se empezaban a abrir los squats, pero entonces sin suficiente número de voluntarios o sin un proyecto claro", explica este activista catalán , dedicado a la ayuda a los refugiados en Grecia desde hace dos años y aún sin fecha de regreso, según dice, "porque lo que importa en los proyectos es la continuidad".

En junio pasado un grupo de cinco personas se puso al trabajo de rehabilitar una finca que no sólo no tenía electricidad ni agua corriente sino que estaba muy deteriorada por sus antiguos ocupantes. "Cuando llegamos estaba todo muy sucio, comida tirado por todas partes, problemas de plagas ... un desastre", recuerda Juan. Afortunadamente en verano llegaron refuerzos y ya un equipo de 12 personas, con voluntarios de todas partes, sacó adelante un espacio diseñado para albergar un proceso abierto y participativo, "donde cada uno puede aportar sus saberes" y donde haberse hay desde comadronas a intérpretes, fontaneros, artistas o maestros para intentar abarcar las diferentes necesidades de los refugiados.

Comer todos juntos y en paz

Por supuesto, una de estas necesidades imperiosas en la red de hogares autogestionadas es la alimentación. Espacios como Acharnon 22 han inaugurado comedores comunitarios para asegurar la buena nutrición y también para aprovecharlos como espacios sociales. "Cuando vimos que éramos tantos con lenguas y etnias diferentes pensamos que faltaba un lugar donde calmar tensiones y mezclarse unos con otros. Es muy importante que puedan comer juntos y en paz", advierte Joan Reverté, impulsor de este edificio para refugiados en grado de riesgo.

"Cada semana prepara la comida o la cena un grupo étnico diferente: la pasada cocinaron los árabes, esta los kurdos y después un grupo de afganos. Creo que en la cocina es clave que se entiendan entre ellos, así pueden hacer los sus platos típicos y todos probar los de los otros países ", comenta Juan. También explica el activista catalán que los alimentos de larga caducidad llegan a través del circuito de SOS Refugiados -una plataforma cívica que por todo el Estado español consiguió 1.500 donaciones en tan sólo un año, enviando a Grecia 61 contenedores llenos de comida y materiales diversos- mientras que cada día los voluntarios de las casas okupas compran la fruta, la verdura o la carne. "Es un esfuerzo muy grande dar de comer a 100 personas cuando nunca hemos recibido subvención de ningún gobierno ni de ninguna persona rica. Es la gente normal de Cataluña y España que participa en los actos populares que organizamos, más los donantes aa web de nuestra ONG, los que lo hacen posible ", puntualiza Juan.

El reto más delicado: la salud

Los centros ocupados por los refugiados no trabajan aislados, son parte de una red integrada no sólo para cada uno de los edificios sino también por organizaciones como Médicos sin Fronteras (MSF) o ACNUR, que se encargan de las emergencias médicas y los casos más vulnerables . "Algunas de las personas que llegaron muy graves, ACNUR las puso en pisos, lo que para nosotros fue un éxito", confiesa el responsable de Acharnon 22, Joan Reverté. MSF, por su parte, se ocupa de las embarazadas en un centro que crearon para su atención psicológica y ginecológica, haciéndolas seguimiento hasta enviarlas a un hospital público para dar a luz. "Los hospitales griegos en teoría, si 'es emergencia, deben recibirlos pero nos hemos encontrado, trabas, muchas veces, cuando no tienen documentos", dice Violeta, una pediatra madrileña que viajó a Atenas como voluntaria.

Para sortear las no pocas dificultades que la sanidad publica griega (un sistema de salud ya de por sí agotado por las dràstquess recortes de la Troika) pone a la atención de los refugiados, algunos de los centros ocupados disponen de pequeñas "clínicas" que funcionan gracias los médicos y enfermeros voluntarios llegados de todo el mundo, y en las donaciones de medicamentos de particulares y organizaciones como SOS Refugiados. En el antiguo instituto secundario que ahora aloja 200 refugiados, 5th School, una larga cola de mujeres, hombres y niños se repite cada miércoles y viernes en la puerta de la que, antes aula, hoy es una precaria clínica de atención primaria. La médico catalana, el enfermero irlandés y el intérprete sirio que en este momento trabajan no dan abasto para responder todas las consultas, intentar descifrar las prescripciones de los médicos griegos o entretener a los niños que lloran. "La mayoría presentan infecciones de piel o sarna, probablemente por carencias higiénicas. Nosotros sólo les damos un tratamiento básico, mientras procuramos derivarlos a un hospital público, MSF o Médicos del Mundo", explica Violeta, pediatra madrileña que trabaja como voluntaria en diferentes okupas.

"Toda la gente que ahora, forzosamente, está viviendo en Atenas no es atendida como corresponde, un poco por la barrera idiomática, otro poco porque muchos no quieren dar su dato para poder marchar cuanto antes a otros países pero, más que nada, por el desbordamiento de la sanidad griega y de las ONG ", denuncia la médico voluntaria, con la frustración de comprobar que, a duras penas, lo que llegan a hacer a las clínicas" alternativas "es un pequeño relieve en medio de un desamparo absoluto.

La solidaridad como única esperanza

Obligados a marchar de su tierra para salvar a sus hijos del horror o para no tener que matar o morir en una guerra impuesta, más de 60.000 personas cruzaron los peligros de las fronteras hasta llegar a la puerta de Europa, que se les cerró en la nariz. Atrapados en un laberinto legal del que nadie conoce la salida, ahora sólo les resta como opción esperar. Esperar que la burocracia griega por fin dé respuesta a su solicitud de asilo, o esperar que un traficante les dé un pasaporte falso y un billete para Alemania, Holanda o cualquier país norte-europeo, previo pago de 3.000, 4.000 o 5.000 euros. Annas, pero -un refugiado sirio que huyó de Damasco a pie para llegar a Grecia, después de haber sido encarcelado en Turquía y haber vivido en un campo de detención en Tessalònica- encontró otra manera de esperar.

En vez de dejarse arrastrar por la desidia o la depresión, Annas -al igual que muchos otros refugiados en Atenas- trabajó sin descanso para ayudar a las casas ocupadas, como maestro de inglés, como intérprete, como enfermero , como cocinero ... como lo que sea necesario. "Colaboré durante un año dentro de un hospital no oficial, abierto por la misma gente en un edificio vacío en las áreas libres, sin control del gobierno de Damasco. Pues ahora en Atenas estoy haciendo lo mismo, porque todo lo que aprendí en medio de la guerra vale también aquí ", explica este joven triste pero esperanzado, sin embargo, gracias al descubrimiento en Grecia de una fuerte red solidaria venida de todo el mundo.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias