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Viajar por carretera Diez días recorriendo media Europa repartiendo mercancías: el viaje de Lupe

Lupe Rangel, ingeniera agrícola, periodista y aventurera, acompañó a su hermano camionero en un viaje de diez días que duró 5.630 kilómetros repartiendo la mercancía por Europa. "No sabes dónde vas a ir al baño y te puedes duchar en una estación de servicio. Pero la carretera es como un confesionario"

Lupe Rangel en el asiento del copiloto del camión de su hermano, donde realizó el viaje.

Alfredo Varona

"Entre mi nariz y el techo había dos palmos. La primera noche me resultó claustrofobica". Así lo relata Lupe Rangel, ingeniera agrícola, periodista y, por encima de todo, "una aventura" que esta Navidad decidió acompañar a su hermano, que es camionero, durante "un viaje de 5.630 kilómetros" repartiendo la mercancía por cuatro países: España, Francia, Holanda y Bélgica. Diez días y diez noches en las que se acercó a una forma de vida en la que no sólo se trata de dormir en el camión. También de vivir en el camión, "que pasa a ser tu hogar en el que están hasta tus zapatillas de estar por casa. Un espacio tan pequeño en el que, sin embargo, lo tienes todo".

"De hecho, el regalo de reyes de mi hermano este año ha sido una televisión para el camión". Una manera de explicar una profesión digna de una literatura abundante, en la que los paisajes cambian continuamente y desde la que se ve un mundo "que una no podía imaginar como esas ovejas holandesas que parecían vacas de lo gordas que estaban". Pero esa es parte de la magia de la literatura de viajes: la inquietud, la misma melancolía que hoy relata Lupe Rangel sin miedo a las palabras. "No soy neutra", admite. "Para mí, la carretera ha sido como ir al psicólogo y despejarme. Me ha brindado esa posibilidad de ver otra vida, porque desde la cabina del camión cambia todo, hasta la perspectiva de un adelantamiento".

En el horizonte también figura ese acento camaleónico suyo, que tal vez marca la vida de esta mujer, en la que el instinto de curiosidad cumple su deber. Quizá por eso a los 34 años su vida ha dado tantas vueltas. "Estudié ingeniería técnica agrícola y trabajé cuatro años en los que no me convenció ese trabajo".

Marchó a Sevilla y estudió periodismo que, como diría Walter Matthau en Primera plana son "las manchas de leopardo" de esta mujer que adora aquellos seis meses de becaria en El Correo de Andalucía ("cada día salía a la calle a buscar una noticia"); aquella misión para una ONG en los Andes de Cuzco, "diferenciando clases sociales en lo alto de las montañas" o ese piso compartido en Coimbra (Portugal), "donde había gente de casi todas partes del mundo, hasta de Australia" en el que volvió a estudiar vida y periodismo, "que para el caso es prácticamente es lo mismo".

"No sé diferenciar bien el periodismo de la vida. Por eso voy a todas partes con los ojos bien abiertos"

"No sé diferenciar bien el periodismo de la vida. Por eso voy a todas partes con los ojos bien abiertos. Tengo que estar muy cansada para cerrarlos. De ahí que en este viaje en el camión no quisiera perderme nada. Había momentos en los que me sentía dentro de una película. Recordaba que la fortuna no será la de contarlo, sino la de vivirlo, llegar a sitios a los que no sabes si vas a volver". Hoy, su felicidad está en el lenguaje: "No todo se puede explicar a los ojos de los demás. De hecho, no es fácil explicar a los demás que te vas a ir a pasar las navidades a un camión durante diez días, a dormir en una cama supletoria que está pegada al techo, a amanecer cada día en un sitio diferente o a llamar a casa por teléfono para felicitar la nochevieja".

Pero eso también es viajar, arrancarse de lo conocido y no terminar nunca, porque, en realidad, nunca se deja de recordar. "La primera noche en el camión no pude pegar ojo de la incomodidad. No dormí ni hora y media. Pero luego me acostumbré, porque llegué con esa motivación. Me iba a acostumbrar a todo. Sabía que podía hacerlo. No tenía miedo a la monotonía de los kilómetros. No me asustaba no saber donde iba a ir al baño ni tener que ducharme en una estación de servicio. Soy una mujer camaleónica, en realidad. No soy excesivamente escrupulosa".

El exterior del camión

Lupe en el exterior del camión con un chaleco reflectante

"Nací para andar por el mundo, para conocerlo, y nunca sabes dónde puede estar lo inolvidable. De hecho, esta tarde cuando mi hermano me llamaba desde la carretera echaba de menos no estar a su lado, porque no fue lo que me dejó llegar a Gante, a Rotterdam... No fue el destino, sino la vida que me dejó llegar hasta ahí. La posibilidad de convertir la cabina de ese camión en tu propio confesionario, de preguntarte lejos de tu hábitat: 'bien, Lupe, ¿qué esperas a partir de ahora tú de la vida?' Son preguntas necesarias que viene bien hacerse".

"He visto que me he adaptado bien al espacio del camión, a su vida o a sus reglas de juego, pero yo no sé si podría conducir durante nueve horas diarias"

Las respuestas se niegan a engañar a nadie en la inmensidad de la carretera. "¿Qué si valdría yo para hacer ese trabajo de camionero?", se pregunta ella misma en voz alta. "He visto que me he adaptado bien al espacio del camión, a su vida o a sus reglas de juego, pero yo no sé si podría conducir durante nueve horas diarias. Los camioneros dicen que es fácil, que estas máquinas ya no son lo que eran… Pero en mi caso no lo creo. Cada persona tiene que saber donde está: yo no soy mi hermano", insiste Lupe, que vuelve a rescatar recuerdos, la personalidad de un viaje o de una profesión en la que el teléfono impone su deber.

"Es increíble ver la cantidad de veces que los camioneros se llaman por teléfono ahora con el manos libre. Para ellos es parte de su vida, de su manera de combatir la soledad o de compartir la vida como aquel hombre, aquel camionero que llamaba a mi hermano y que nunca lo olvidaré. Nos contaba que no le había dado tiempo a llegar a la frontera y como en Francia no se puede conducir los domingos no le quedó más remedio que pasar la noche de fin de año en una estación de servicio, alejado de su vida y de su familia. Entonces te das cuenta de lo que es esta profesión, de la cantidad de historias humanas con las que se cruza en el camino".

"No sólo es una carretera, no sólo es un ruido, no sólo es un tacógrafo que recoge toda la información y te indica cuando debes descansar", insiste Lupe en este relato de viajes, donde ella misma podría ser el reflejo de aquella vieja idea de Mark Twain, el escritor norteamericano: "Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios". Quizá por eso hoy Lupe se emociona tanto al recordar la personalidad de esos días y de ese camión de 16 metros que, en realidad, era como una casa de 120 metros cuadrados "en la que casi hay de todo. A su medida, pero lo hay sea una nevera, sea un 'camping gas' para calentar la comida; sea ropa limpia para la mañana siguiente o sea una cama caliente para la noche".

La diferencia es que allí no sabes "donde vas a ir al baño", pero eso es parte de la incertidumbre de esa profesión “que no es ningún cuento de hadas, efectivamente". Así lo explica Lupe que, en cualquier caso, reivindica "los sentimientos que me ha dejado el camión y me ha dejado esta experiencia. Sé que el día a día es diferente y, como yo le decía tantas veces a mi hermano, 'esto tiene que ser vocacional, no puede ser de otra manera'. Pero, afortunadamente, él ha llegado a este trabajo con su propio consentimiento. Trabajaba de panadero en turno de noche. Tenía un sueldo bajo y necesitaba una escapatoria, salir y ver mundo, una vida en la que la que el escenario cambia cada día". Quizá por eso Lupe volverá. Tarde o temprano pero volverá a viajar no sólo para abrir los ojos. También para fortalecer esto que acabamos de explicar: la vida.

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