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El Palentino Cierra El Palentino, adiós a la vieja Malasaña

El mítico bar madrileño se despide tras ocho décadas sirviendo botellines y pepitos en Malasaña. La dueña del local, Lola López, deja la barra tras el fallecimiento de Casto, pues los hijos del que era su socio no pueden hacerse cargo del negocio.

Lola López, dueña del bar El Palentino, en Madrid. / HENRIQUE MARIÑO


Cierra El Palentino. Adiós a una Malasaña de frasca y serrín, de botellín y pepito de ternera, de parroquianos castizos y roqueros impenitentes. El mítico bar de la calle del Pez se despide este jueves de sus clientes después de ocho décadas al pie del cañón. Era, junto a la tienda de ropa infantil La Moda, el decano del barrio.


La despedida se produce apenas tres semanas después del fallecimiento del incombustible Casto Herrezuelo, al frente de la barra en el turno de tarde noche. Lola López, la socia que atiende por las mañanas, explica que la clausura se debe a que los hijos del tabernero no pueden hacerse cargo del negocio y continuar así con la tradición familiar. 


​La dueña aclara que no puede regentar el local ella sola. "Yo ya estoy en edad de estar jubilada, pero hubiese seguido aquí, al menos hasta julio. Luego, habría aprovechado el parón de agosto para no volver a abrir, pero no ha podido ser", afirma. "No queda otra que cerrar ya". Los hijos de Casto, por su parte, han escrito en Facebook que no se ven capaces de seguir adelante.


"Tenemos nuestras vidas y nuestros trabajos. Nos es imposible hacernos cargo del bar. Además, es muy duro estar en el sitio en el que tu padre se ha dejado la piel durante toda su vida", explican en una sentida despedida. "Agradeceros a todos las muestras de cariño recibidas. Pero, sobre todo, agradecer el que hayáis estado ahí todos estos años. Le habéis dado a nuestro padre una juventud eterna hasta el último día de su vida y la satisfacción de ver un trabajo bien hecho", añaden.

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Casto Herrezuelo, en la barra del Palentino. / HENRIQUE MARIÑO

Casto Herrezuelo, en la barra del Palentino. / HENRIQUE MARIÑO


​López, de sesenta y siete años, llegó de Mondoñedo a Madrid cuando sólo tenía trece. Seis años después, se casó con Moisés Herrezuelo, ya fallecido, quien regentaba junto a su hermano Casto el mítico bar de la trasera de la Gran Vía. Lleva pues casi cincuenta años tras la barra, por la que han pasado directores de cine, actores, escritores, músicos y artistas de distinto pelaje.


Sus clientes se desayunaron esta mañana con la noticia, que corrió de boca en boca desde los últimos cafés hasta las primeras cañas. Lola desgrana los pormenores mientras atiende a un matrimonio que lamenta el adiós de un bar que ha alimentado con sus bocatas y sandwiches a varias generaciones, ávidas de botellines de cerveza y copas a precios imbatibles. La pareja, clientes de la vieja guardia, no sale de su asombro.


Lo echarán de menos sus ilustres devotos: de Sánchez Dragó a Manuel Rivas, de Julián Hernández a León de Aranoa, de Manu Chao a Andrés Calamaro, de Moncho Alpuente —allá donde esté— a Álex de la Iglesia, quien homenajeó al histórico local en la película El bar. También la savia nueva que eligió esta barra como trampolín para adentrarse en la noche. Le quedan sólo tres días y uno se está acabando.

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