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Vida a 1.626 metros bajo el suelo oceánico

Los microbios viven a 100º C en sedimentos de 111 millones de años de edad

JAVIER YANES

Aunque el mundo subterráneo que imaginó Julio Verne es incompatible con las leyes físicas, la idea general sí tenía algo de cierto: bajo el suelo, se oculta un tesoro de vida tan inmenso que hoy los científicos estiman su volumen en dos tercios de la biomasa microbiana total del planeta. Dos de cada tres microbios terrestres viven en el interior. Un último descubrimiento ha ampliado el espesor de la biosfera dentro de la corteza terrestre al doble de lo conocido hasta ahora: hay vida a una profundidad de 1.626 metros por debajo del fondo oceánico.

El hallazgo explota los esfuerzos del Programa de Perforación Oceánica (ODP, por sus siglas en inglés), un proyecto que se desarrolló desde 1985 hasta 2003 con la dirección científica de la Universidad A&M de Texas (EEUU) y con la colaboración de 22 instituciones internacionales, entre ellas un consorcio europeo con participación española. Durante los 18 años que duró el ODP, el buque perforador JOIDES Resolution recorrió diversas zonas marítimas de todo el mundo para estudiar la estructura y la composición de la corteza terrestre bajo el océano con el fin de ayudar a comprender la historia y la dinámica geológica de la Tierra. A lo largo de sus 110 expediciones, la perforadora del barco extrajo alrededor de 2.000 testigos del subsuelo oceánico a distintas profundidades.

Amantes de lo extremo

Hasta ahora, se habían documentado microbios bajo el lecho marino hasta los 842 metros de profundidad y 55º C de temperatura, en sedimentos datados en 3,5 millones de años de antigüedad. Para extender esta frontera de la vida, un equipo de científicos de las universidades de Bretaña Occidental (Francia) y de Cardiff (Reino Unido) ha examinado la presencia de microorganismos en nueve muestras del ODP extraídas de la corteza terrestre frente a la costa canadiense de Terranova. La procedencia de los testigos revela unas condiciones extremas: rocas depositadas hace 111 millones de años –en la época en que se abrió el Atlántico Norte– que hoy yacen a 1.626 metros bajo el suelo oceánico, donde la temperatura alcanza los 100º C y el medio es rico en metano e hidrocarburos pesados.

La búsqueda, según publica Science, ha sido un éxito: en todas las muestras, se encontraron microbios vivos y dividiéndose a razón de más de un millón de células por mililitro. El análisis genético indica que se trata de arqueas, parecidos a las bacterias pero evolutivamente separados. El ADN revela semejanzas con los hipertermófilos Thermococcus y Pyrococcus, faquires microbianos que disfrutan nadando en temperaturas de ebullición y que, como los más duros entre los duros, hasta llevan tungsteno en sus proteínas.

 

No existe un lugar estéril; no hay ecosistema, por duro que sea, donde los microbios extremófilos –amantes de las condiciones extremas– no hayan arraigado. Presiones aplastantes, grados máximos de acidez o alcalinidad, salinidad intolerable, radiaciones letales o sequedad total; todos estos ambientes están colonizados por microorganismos.

Al rozar los límites de lo habitable, los extremófilos reciben la atención de los astrobiólogos, que buscan vida o restos de ella en otros planetas con condiciones muy diferentes a las terrestres. Algunos científicos sugieren que ciertos extremófilos podrían aguantar el vacío y la radiación espacial, convirtiéndolos en candidatos para expandir la vida por el Universo, como defiende la teoría de la panspermia.

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