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Treinta años buscando una estrella (de neutrones)

Los astrónomos no encuentran el previsto resultado de la histórica explosión de la supernova 1987A

La supernova que apareció en 1987, en el centro, vista por el telescopio espacial Hubble en 2007. – ESA/NASA

MALEN RUIZ DE ELVIRA

Fue la explosión estelar más cercana a la Tierra desde la que hizo historia en 1604. Una brillante nueva estrella en el cielo conmocionó el mundo hace justo treinta años y desde entonces se ha observado su evolución con todos los telescopios disponibles. La supernova 1987A , sin embargo, aunque ha ido cambiando, no ha dado lugar a la estrella de neutrones que la teoría apuntaba o, al menos, los astrónomos no han logrado detectarla. Un gran misterio un poco embarazoso, como reconocen los investigadores en este aniversario.

Poder observar la explosión estelar es una oportunidad única en la vida de un astrónomo y así lo supo ver en 1604 Johannes Kepler, cuando detectó lo que creía que era una estrella nueva en el cielo, cuyo remanente lleva ahora su nombre aunque no fuera el primero en Europa en dejar constancia de la aparición. Ahora se sabe que en realidad estaba viendo la violenta destrucción, fenómeno conocido como supernova, de una estrella perteneciente a nuestra propia galaxia, la Vía Láctea, y situada a unos 20.000 años luz de distancia.

En 1604 no existían todavía los telescopios y en los casi 400 años posteriores no se había observado ninguna otra supernova tan cercana hasta la de febrero de 1987, en la Gran Nube de Magallanes. Estaba a unos 160.000 años luz pero brillaba tanto que se pudo ver al principio igualmente sin telescopio. De ahí el interés por estudiarla con instrumentos modernos, interés que no ha disminuido aunque ahora su brillo sea 10 millones de veces menor.

Vista del cielo antes y después de la explosión supernova 1987A – ANGLO-AUSTRALIAN OBSERVATORY

Vista del cielo antes y después de la explosión supernova 1987A – ANGLO-AUSTRALIAN OBSERVATORY

La Unión Astronómica Internacional ha convocado un congreso esta semana en la isla de Reunión para celebrar el aniversario de la explosión estelar y actualizar el conocimiento acumulado sobre las supernovas, de dónde proceden y en qué se convierten al final del proceso. Definidas como agentes del cambio en el Universo, las supernovas señalan el fin de la vida de unas estrellas y el comienzo de otras, agitan las galaxias y al explotar siembran el espacio de los elementos que dan lugar a los planetas y de los que estamos hechos.

Los astrónomos, desde 1987, lograron establecer el origen, no previsto, de la supernova, un tipo de estrella llamado supergigante azul. Desde 1990 llevan observando el espectacular y cambiante collar de brillantes cuentas rojas que indica la onda de choque de los gases expulsados y que puede desaparecer pronto. Sin embargo, aunque se detectaron en la Tierra las partículas elementales (neutrinos) previstas y en el momento previsto (muy al principio), esta indicación de que se había formado una estrella de neutrones (como estaba previsto) no se ha traducido en nada. No hay rastro en el centro del anillo de ningún objeto celeste energético, no se detecta luz ni calor ni ningún otro tipo de radiación.

“Resulta un poco embarazoso”, ha reconocido el astrofísico Adam Burrows en Science News. “Para cerrar el capítulo de la 1987A tenemos que saber en qué ha terminado”. La mayoría de los especialistas siguen creyendo que la estrella de neutrones, un elemento tan pequeño y denso que es inimaginable, está ahí, aunque existe la posibilidad de que su vida fuera muy corta y se colapsara para formar otro objeto igualmente inimaginable, un agujero negro. Los nuevos telescopios tienen la palabra. Mientras tanto, los astrónomos creen que ya les toca poder observar con ellos una nueva supernova mucho más cerca, en la Vía Láctea como la de 1604.

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