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La experimentación con animales de laboratorio sale del oscurantismo

El movimiento animalista ha propiciado en Europa una de las legislaciones más estrictas sobre los animales destinados a investigación científica, aunque su uso sigue generando controversia. Los laboratorios tratan de salir del oscurantismo.

Un ratón en un laboratorio. AGENCIAS

Hace apenas unos años, era difícil que un investigador español hablara abiertamente sobre los animales con los que trabajaba en un laboratorio. Los abusos en prácticas experimentales en el pasado, la presión de los grupos animalistas y los ataques sufridos en algunas instalaciones en Europa propiciaron una política de puertas cerradas que no ha ayudado a su maltrecha reputación.

Por eso en 2016, y siguiendo el ejemplo de otros países como Reino Unido o Alemania, la Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE) se propuso salir del oscurantismo. “Durante mucho tiempo la respuesta ha sido el silencio, pero es importante que se hable de esto y que se hable sin temor, porque si no lo contamos nosotros, difícilmente la sociedad lo podrá entender. No hay nada que esconder”, dice a este periódico Lluís Montoliu, investigador del Centro Nacional de Biotecnología y uno de los impulsores de un acuerdo de transparencia con el que por el momento 124 instituciones científicas —la mayoría públicas— se han comprometido a ser más abiertas.

Aunque el rechazo social y las acciones de los movimientos animalistas forzaron a la Unión Europea a adoptar una de las legislaciones más estrictas sobre los animales de laboratorio, su uso sigue levantando controversia. Según la última estadística disponible en la página del Ministerio de Agricultura, en 2016 se utilizaron en España 909.475 animales para experimentación científica, en su amplia mayoría mamíferos (78%) como ratones y ratas, perros, gatos, cerdos o macacos; además de peces (14%), aves (7%), moluscos (1%) y reptiles (0,07%). El mismo documento señala que en un 8,12% de los casos el sufrimiento o la angustia que padecieron fue “severa”.

“Siempre defendemos la investigación científica y no pedimos que se paralice por completo el uso de animales porque somos coherentes con la sociedad en la que vivimos, pero creemos que es necesario que se inviertan más recursos en la validación de métodos alternativos”, dice a Público Laura Duarte, portavoz del partido animalista Pacma.

La normativa europea prohíbe, por ejemplo, el uso de grandes simios o la experimentación con animales para productos cosméticos —también su comercialización o importación— y obliga al uso de métodos alternativos validados siempre que sea posible, en una política de reemplazo y reducción de estas prácticas. En España, el uso de animales para investigaciones científicas ha disminuido aproximadamente un 30% en la última década. También se ha obligado a los países a comunicar anualmente a Bruselas el número de veces que se utiliza un animal, el daño que se le produce y el fin último para el que están destinados.

“Un científico no investiga con animales por placer, lo hace porque no tiene otro método. A todos nos gustaría tener una alternativa, pero a día de hoy la ciencia asume que es necesario para el progreso”, afirma Javier Guillén, director para Europa y América Latina de AAALAC Internacional, una asociación no gubernamental para la evaluación y acreditación del cuidado de los animales de laboratorio.

“Yo hacía experimentos con animales en los años 90 que ahora ya no tengo que hacer porque hay bases de datos que me dan los resultados, pero en otras ocasiones no ocurre así”, señala Montoliu, que trabaja con ratones para estudiar las anomalías visuales derivadas de enfermedades raras, como el albinismo. “Los analgésicos que todos tomamos para el dolor tienen que validarse en animales, es necesario infligirles un dolor regulado para calcular las dosis adecuadas. En mi caso, todavía no hemos conseguido reproducir la complejidad de una retina, y es necesario usar animales”, remarca.

Los datos del Ministerio revelan, de hecho, que el mayor número de usos con animales se emplea en la investigación contra el cáncer. También hay un amplio uso para investigar enfermedades de otros animales o para enfermedades nerviosas y mentales en humanos.

Laura Duarte ve con buenos ojos que los laboratorios “empiecen a mostrar lo que pasa dentro” y lo atribuye al “éxito” de los movimientos animalistas y al “rechazo” que causan estos experimentos. “Es muestras de que existe un debate real en torno a esto”.

En el primer informe de evaluación sobre el acuerdo de transparencia, publicado esta semana por la Asociación Europea para la Investigación Animal (EARA), se aprecian progresos, —el 80% de los centros ofrecen ya la posibilidad de visitar sus animalarios— pero las reticencias de los centros privados y el margen de mejora en transparencia es todavía amplio.

“Estamos en la buena senda, pero el resultado no es complaciente. Hemos sido exitosos en suscitar el apoyo de centros públicos, pero no tanto de los privados”, admite Montoliu.

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