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Ciencia Robots saltarines sobre un asteroide

Una proeza tecnocientífica japonesa a 300 millones de kilómetros de la Tierra entra en una nueva fase.

Imagen tomada por uno de los robots saltarines Minerva sobre la superfice del asteroide –Ryugu. /JAXA

MALEN RUIZ DE ELVIRA

“He terminado mi trabajo… exploré Ryugu durante más de 17 horas. Eso es más de lo que mi equipo esperaba. ¿Me pagarán las horas extra?” Adaptándose a las modas infantiloides de las redes sociales, así se expresaba supuestamente en Twitter el módulo robótico Mascot, convertido en personaje en aras de la comunicación popular, después de aterrizar con éxito la pasada semana sobre el asteroide Ryugu y cumplir su misión de observar, adquirir datos y transmitirlos a la Tierra hasta que su batería se acabó.

A pesar de estas presentaciones simplistas que tanto chirrían a muchos científicos, la misión espacial japonesa Hayabusa 2 es cualquier cosa menos simple y hasta ahora ha tenido éxito en todas sus fases. Antes de que la nave nodriza japonesa soltara a Mascot, un vehículo francoalemán que tiene el tamaño de una caja de zapatos, habían llegado a la muy oscura superficie de Ryugu dos pequeños robots saltarines japoneses, llamados Minerva. Alimentados por energía solar, el dúo ha mandado espectaculares imágenes e incluso un vídeo mientras sigue tomando datos que también envía a la Tierra. Son los primeros robots móviles que se posan sobre la superficie de un asteroide en la historia de la exploración espacial, recalcan los responsables del proyecto en la agencia espacial japonesa JAXA, que califican el logro como el sueño de muchos años hecho realidad por fin. Mascot también dispone de un brazo oscilante externo para saltar.

La sombra de la nave automática Hayabusa sobre la superficie del asteroide Ryugu./JAXA

La sombra de la nave automática Hayabusa sobre la superficie del asteroide Ryugu./JAXA

Ryugu (El Palacio del Dragón en japonés) es uno de los muchos asteroides que circulan entre las órbitas de la Tierra y de Marte. Ahora está a casi 300 millones de kilómetros de la Tierra. Tiene forma de diamante y mide casi un kilómetro de diámetro, pero su gravedad es tan baja que solo se puede explorar su superficie si los vehículos que descienden pegan saltos sobre ella. Los Minerva lo hacen sobre unas finas patas que también sirven de termómetros, evitando así salir despedidos. Una misión muy arriesgada por la irregular y pedregosa superficie del asteroide, que fracasó en el primer intento (la misión Hayabusa 1) en 2005.

La nave nodriza, que tiene una masa de 600 kilogramos, despegó de la Tierra en 2014 y está en órbita del asteroide desde el pasado mes de junio. Se propulsa con un motor iónico alimentado por el gas xenón, del tipo que ya han utilizado otras naves espaciales. El estudio de este tipo de asteroides ricos en carbono y moléculas orgánicas interesa no solo por lo que pueden revelar sobre los primeros tiempos del Sistema Solar sino también por las incógnitas existentes sobre cómo llegó el agua a la Tierra y el origen de la vida en el planeta.

Una vez cumplida esta difícil fase de la misión, a Hayabusa 2 le queda todavía liberar un tercer robot saltarín, el año que viene, así como descender varias veces sobre el asteroide para tomar muestras que volverán a la Tierra en una cápsula autónoma dentro de dos años.

Ilustración de la misión Hayabusa acercándose al asteroide Ryugu./ DLR

Ilustración de la misión Hayabusa acercándose al asteroide Ryugu./ DLR

A últimos de octubre la nave se posará por primera vez sobre Ryugu y recogerá muestras. Luego tiene previsto lanzar una pequeña carga explosiva sobre la superficie para provocar un cráter del que se extraería material en un segundo contacto. Esta fase es muy complicada, porque mientras Hayabusa se esconde detrás del asteroide para evitar daños, una pequeña cámara que habrá liberado antes se encargará de confirmar la explosión y tomar imágenes del cráter, explica Makoto Yoshikawa, investigador principal de la misión.

El plan de la misión está lleno de peligrosas maniobras, ya que la nave se ha acercado muchísimo en varias ocasiones a la superficie, llegando a estar a solo 50 metros de esta antes de soltar a Mascot, por ejemplo, que va equipada con cuatro instrumentos: un microscopio, un magnetómetro, una cámara y un radiómetro.

En los próximos meses habrá que estudiar todos los datos obtenidos en esta fase de la misión Hayabusa, además de seguir con el plan previsto, pero la exploración de pequeños cuerpos celestes también se ampliará en este periodo, ya que la nave Osiris-Rex de la NASA se está acercando al asteroide Bennu, de apenas 500 metros de diámetro. El 3 de diciembre se aproximará a solo 20 metros de su superficie e iniciará una larga serie de sobrevuelos, tomando imágenes y analizando la superficie para elegir la zona donde intentará tomar muestras en 2020.

Todavía más lejos, la nave automática New Horizons que sobrevoló Plutón en 2015 por primera vez en la historia se acerca ahora a un objeto celeste del cinturón de Kuiper llamado Ultima Thule, que pretende sobrevolar el 1 de enero de 2019. Está situado a 6.600 millones de kilómetros de la Tierra, una cifra mareante que convierte esta misión en la exploración del cuerpo más distante hasta la fecha. Las imágenes, también las que se han tomado a más distancia en la historia, ya han empezado a llegar.

La NASA no ha entrado en la moda de convertir sus misiones en personajes de las redes sociales. Si no, seguro que escribiría algo así como: “Me acerco a Ultima Thule a 52.000 kilómetros por hora. ¡Espero no estrellarme!”. Esperemos, porque emoción seguro que no falta.

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