Opinión · Dominio público
Conllevar o comprender
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CARME VALLS-LLOBET
"No buscar nada con la imposición y esperarlo todo de la asociación”. Valentí Almirall.
Han pasado ciento veinte años de estas palabras y más de cien años del epistolario-Maragall-Unamuno, que concluía que lo mejor era no tratar de convencerse unos a otros, sino tan solo conllevarse y mantener una relación educada. Hemos pasado por una guerra civil, por una dictadura y hemos vivido años de democracia, en los que hemos tenido ocasión de conocernos, viajar, compartir estudios, votar leyes que otorgan nuevos derechos a la ciudadanía, y establecer lazos de amistad y familiares entre ciudadanos de diferentes autonomías. Pero aún ahora el nieto del poeta, Pasqual Maragall, se pregunta si la animadversión de algunas personas hacia Catalunya, o hacia España, se trata de una incapacidad para comprender, de una imposibilidad de convencer o de las dos cosas a la vez.
Para comprender hemos de analizar los orígenes de las ideas, y de los símbolos, construidos muchas veces durante los periodos de la dictadura. La unidad patria ha ido muy unida al pensamiento único, que predica en el fondo la exclusión de los diferentes, entendiendo como normales a los que ostentan el poder y son homogéneamente iguales. El pensamiento único nunca ha tenido en cuenta la diversidad, ni la pluralidad de personas que viven y trabajan en nuestras sociedades, no quiere ni saber ni ver que existen las diferencias y bajo diversas formas de soberanía decide que una determinada parte posee la verdad y representa al todo.
¿Qué nos hace crecer más como seres humanos libres, priorizar la tierra o priorizar las personas? ¿Qué nos permite ampliar más nuestras mentes y nuestros corazones, excluir o abrazar? Las heridas de guerra, la violencia y los enemigos irreconciliables nacen del amor exclusivo y excluyente a los territorios, no del amor y de la amistad a las personas. Quien prioriza la tierra necesita enemigos, quien prioriza las personas, sabe que la vida es corta y las necesidades muchas, y necesita sobre todo de alianzas para resolverlas. Los nacionalismos excluyentes creen en su miopía, que sólo ellos representan a su país. Todo lo que empequeñece al ser humano le hace perder agudeza en sus sentidos. No ven la diversidad, no aprecian que somos por suerte diferentes. Confunden en su interior la verdad absoluta inexistente con su parcial y pequeña verdad. Con la pequeñez a cuestas no es difícil entender que de vez en cuando les traicione el inconsciente y crean ver lobos donde tan sólo hay árboles y ovejas. Creo que algo así le debió ocurrir a la señora Esperanza Aguirre, cuando afirmó que “lamentaba que una empresa se marchara de la Comunidad de Madrid, porque abandonaba el territorio nacional”. Aunque corregida después la frase, por el más políticamente correcto “territorio regional”, pasará a la antología de frases célebres en este ruedo ibérico que a veces parece nuestra España.
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Para mí nunca ha sido incompatible defender mi propia lengua, mi propia cultura y al mismo tiempo entenderme con las personas de otras lenguas y culturas. Lo he considerado siempre una riqueza. Un autogobierno fuerte también permite acercarse a las necesidades de la población gobernada y por lo tanto mejorar su calidad de vida, su educación, su sanidad y su medio ambiente porque se conocen mejor las necesidades y prioridades de cada territorio. La autonomía personal y política y el autogobierno profundo de las propias necesidades rompe con las jerarquías impuestas pero permite el gobierno compartido en plena libertad. La asociación sin imposición de la que nos hablaba hace años Valentí Almirall.
El federalismo, no olvidemos que FEDE significa pacto o alianza, representa una forma de organizar la convivencia de los pueblos responsable, madura, razonada y progresista, aunque sea en nuestro país, donde algunas personas poco informadas, piensan que federalismo es separación en lugar de alianza. Existen múltiples modelos de organización federalista en el mundo y podemos pensar y decidir cuál es la más favorable y conveniente para las necesidades de nuestro ruedo ibérico. Desde luego no es buena la exclusión de cualquier actividad catalana, vasca, gallega o andaluza como ajena al “territorio nacional”, como tampoco lo es, a mí entender, pretender la independencia de algunos de los pueblos y naciones.
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Porque en primer lugar nadie nos ha demostrado todavía las ventajas que un pueblo “independiente” tiene en pleno siglo XXI, ni qué avances supondría para cada uno de los ciudadanos y ciudadanas, ni que beneficios podríamos realmente obtener. Es cierto que se han de mejorar los pactos y las alianzas y que todo autogobierno fuerte ha de establecer los vínculos entre competencias y las formas de financiación de los servicios que llegan a la ciudadanía, pero al mismo tiempo debe construir la necesaria coordinación estatal de los organismos federales que permiten mejorar las relaciones mutuas, sin empeorarlas, ni agredirlas.
El federalismo da respuesta a la complejidad de nuestra democracia y a la pluralidad de nuestros pueblos, ya que es capaz de conseguir la UNIDAD en los objetivos de convivencia, respetando la DIVERSIDAD de los componentes de una nación. Es en palabras del excelente discurso inaugural del ICSP, que hizo el profesor Ramón Máiz: “El estado constitucional sin soberano, que ejerciendo un PROFUNDO AUTOGOBIERNO, es capaz también de ejercer un GOBIERNO COMPARTIDO”. Creo que, si comprendemos más, podremos superar la conllevancia y construir caminos de respeto, con el objetivo de la convivencia en libertad, igualdad y autogobierno.
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