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Opinión · Dominio público

Un año de la ciencia tuerto (y cojo y casi mudo)

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JAVIER ARMENTIA

En pleno debate sobre el Estado de la Nación del 6 de junio de 2006, el presidente Rodríguez Zapatero decidió introducir una resolución instando la celebración en 2007 del “Año de la Ciencia”. Esos días celebrábamos en el Museo Elder de la Ciencia y la Tecnología de Las Palmas de Gran Canaria la reunión anual de responsables de los museos de ciencia y planetarios españoles. Debatíamos, como siempre, la necesidad de que se apueste socialmente por la ciencia, de lo mucho que queda por hacer, de lo difícil que es mover un sistema que nunca ha conseguido dar ni un solo paso firme. Por supuesto, vimos con ilusión esa idea, y públicamente nos ofrecimos desde ese primer momento a colaborar, aunque sabiendo que algo que se impulsa con tan poca antelación y con ninguna preparación difícilmente iba a conseguir sus fines. Posteriormente vino la declaración oficial por parte del Gobierno, la decisión de que la iniciativa fuera coordinada por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, que precisamente tiene entre sus objetivos la difusión de la ciencia entre la población, y muchas reuniones en las que diferentes expertos fueron (fuimos, pues participé también en ellas) aportando ideas de lo que debería hacerse, y la mejor forma de hacerlo.

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Pero incluso antes de que ya en enero de este año se hiciera público el inicio oficial del “Año de la Ciencia 2007”, se veía que, una vez más, las cosas se iban a hacer tarde, a menudo apuradas, incluso mal, y que los objetivos iban a quedar menguados. No éramos Casandras especialmente iluminadas, porque para entonces ya se sabía que el presupuesto (en total 7 millones de euros) no iba a permitir casi ni publicidad ni muchos fastos, ni grandes ni pequeños. En cualquier caso, la difusión de la ciencia y la tecnología nunca ha tenido apenas dinero (en 2006 el Programa Nacional para el Fomento de la Cultura Científica dispuso de 4 millones de euros para subvencionar acciones a lo largo de todo el año, lo que no llega ni al 1% del presupuesto en ciencia) y en los últimos años, cada vez más instituciones estaban apostando en nuestro país por dar a conocer la ciencia, principalmente en esas Semanas de la Ciencia de noviembre. Y más que un año de celebraciones (¿qué celebrar realmente, el enorme desapego con estos temas de políticos y sociedad en general?), podría esta ser una oportunidad para echar a andar, y crear estructuras que permitieran al año siguiente seguir andando.

Ahora, cerrando el 2007, está claro que aunque voluntaristas, a pesar de una gran cantidad de trabajo realizado, el Año de la Ciencia ha pasado de puntillas, sin llegar a ser noticia y que, por más que se haya deseado, seguimos sin tener una ciencia en sociedad como necesitamos. Y ello a pesar de que hay signos interesantes: se ha incluido para el Bachillerato la asignatura de “Ciencias para el mundo contemporáneo”, que puede ser una buena herramienta en el futuro para empezar desde la base; los programas nacionales de ciencia consolidan la vocación de difusión al público; ha comenzado a gestarse una red de agentes locales de ciencia y tecnología, aunque de manera mínima y experimental, pero que podría en el futuro configurar una red con gran capacidad de acceso a la población; nace dentro de unos días un servicio de noticias de ciencia, denominado SINC, que, tarde, intentará poner en contacto a comunicadores y científicos; se está estableciendo igualmente una red de museos y centros de ciencia que ya ha visto un primer fruto, la exposición “Museos para el futuro” ahora en la Domus, en los Museos Científicos Coruñeses, dirigida por Ramón Núñez, que será el director del nuevo proyecto del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología en A Coruña. Y hasta en la televisión pública, en La 2, ha aparecido un programa de ciencia bajo el auspicio de este año.

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Son algunos de los logros, como lo son los cientos de actividades por todo el país que han llevado el logotipo de ese año que, sin embargo, ha pasado desconocido y transparente para el público. Cierto que en Madrid se reunieron más de 500 congresistas hace un mes para debatir sobre la comunicación social de la ciencia, pero la ciencia sigue siendo una gran desconocida, y su comunicación, minoritaria. Ni siquiera la comunidad científica valora como algo necesario implicar a la sociedad en su proyecto. Compartimentalizada, desestructurada y sobreviviendo a los magros presupuestos de investigación y a una creciente desertización de la Universidad, la ciencia querría ser más valorada y mejor conocida, acabar con los estereotipos del científico loco o peligroso que le otorga la imagen popular. Pero no entiende que parte del trabajo del científico es, como reivindicaba Lewis Wolpert en La naturaleza no natural de la ciencia (Ed. Acento), explicar a la sociedad en qué invierte su dinero, y la importancia y consecuencias de su labor. Gran parte de los organismos públicos de investigación siguen pensando que se debería hacer más caso a lo que publican, que la información científica debería recoger esos nuevos conocimientos con denominación de origen, pero sin querer reconocer que para eso también ellos deberían poder ser analizados y criticados, que es la mejor forma de conocer algo. Y los comunicadores de la ciencia, que nos conformamos demasiado a menudo con intentar colar algo de ciencia en los medios o en los museos, tampoco sabemos hacer nuestra labor adecuadamente, ni nos centramos especialmente en aquello que es más importante, aunque sea menos espectacular o curioso. Caemos en la tentación de pensar que todo vale, si es por contar algo de ciencia.

El público quiere más ciencia, pero ciencia de calidad, comprometida con el mundo en que vivimos, que sea capaz de transmitir sin propaganda y con datos que es la herramienta de progreso que el Año de la Ciencia ha intentado mostrar. Sin conseguirlo. Una vez más. Y, por supuesto, sin contar con que en este siglo la Red sigue siendo el mejor instrumento de comunicación, a pesar de que el Año de la Ciencia no se haya esforzado casi nada en alentar el trabajo en ella.

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Javier Armentia es Director del Planetario de Pamplona

Ilustración de Iván Solbes

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