Opinión · Dentro del laberinto
Gertrude
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La familia tradicional no concebía que los dos miembros de la pareja trabajaran en igualdad de condiciones: la incesante labor de la mujer era de mantenimiento, invisible, no remunerada. Ha resultado cierto que resultaba peligroso que la mujer trabajara fuera de la casa: sobre todo, para ella. El problema actual no es, como se planteaba hace unas décadas, el cuestionamiento de la valía del varón si la mujer ganaba dinero. Ahora el tema gira en torno a quién se encarga de las tareas del hogar y de los hijos si no es la mujer la que lo hace.
Por supuesto, es la mujer la que continúa haciéndolo. Casi siempre, la madre trabajadora. Otras veces, una mujer contratada. Cada vez más, dicen los sociólogos de la Carlos III, son las abuelas. Aún jóvenes, muchas de ellas pertenecientes a una generación no formada, que por lo tanto ha sido siempre ama de casa, y educadas en una ideología de sacrificio y de falta de valía personal, las abuelas se han convertido de pronto en prendas cotizadas, aunque gratuitas. Madres de madres en su mayoría; las separaciones y la maternidad en solitario hacen que los abuelos paternos vean menos a los niños, y que no se involucren en el día a día de la gestión de los nietos.
Regresa, por lo tanto, y a la fuerza, el modelo de familia convencional, con tres generaciones. ¿No se librarán nunca las mujeres nacidas en los años treinta y cuarenta de trabajar en la casa, de criar niños, de servir para todo? ¿Podrán salvarse de la losa de una maternidad en la que una madre no puede negar ni cuerpo ni alma, porque ambas pertenecen a sus hijos?
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Hamlet, cuando su amado padre muere, no perdona a su madre que haya encontrado un noviete rico y fogoso. No entiende que la reina Gertrude, aún joven y de buen ver, sienta deseos carnales (a tu edad, el fuego de la sangre resulta fácil de apaciguar, le suelta el mileurista príncipe). Claro que Hamlet no era padre. Si no, el reproche hubiera sido otro, y Gertrude y Claudio pasearían a Hamlet III en un cochecito cada dos fines de semana y los miércoles noche, por las corruptas y apacibles murallas de Elsinore.
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