Opinión · Dominio público
Italia y España en blanco y negro
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GASPAR LLAMAZARES
Italia, igual que España, junto al eterno retorno de Silvio Berlusconi, ha amanecido y va a permanecer largo tiempo en blanco y negro. En la época de la globalización, de la diversificación productiva y del consumo de masas, la paradoja es que el mundo de la política se empobrece en el blanco y negro de sólo dos grandes opciones políticas. En un polo, aparece la derecha extrema; en el otro, una suerte de reformismo más o menos progresista.
La derecha italiana, en plena euforia política, declara el fin de la izquierda alternativa y de la coalición Arco Iris. Los reformistas de uno y otro país saludan al nuevo centro como alternativa al incombustible Berlusconi. ¿Se acabaron los colores?
No arrimo el ascua a mi sardina si digo que las elecciones italianas han demostrado que lo ocurrido en España va más allá de los posibles errores cometidos por Izquierda Unida –en primer lugar los míos como coordinador general– a lo largo de los últimos años.
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Asistimos a una estrategia muy amplia y de hondo calado de bipolarización de la representación política y de restricción de la pluralidad de las formaciones y las políticas de izquierdas en buena parte de Europa. El miedo al otro que agita esa derecha extrema, junto al miedo a la involución que esgrime una amplia parte de la izquierda sirven de caldo de cultivo a una especie de drama del que luego dan cuenta los medios de comunicación.
Aunque con leyes electorales distintas, el objetivo común repetido en los comicios de ambos países ha sido impedir la representación de las fuerzas políticas portadoras del cambio de izquierdas. También resulta significativo que en los dos casos cada sistema electoral sí se preocupe de dar protección a la representación de la diversidad territorial.
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La americanización de la vida económica y social corre pareja en Italia y en España, e impregna cada vez más el espacio político. Tal y como constata Bauman, la globalización del consumo de masas es cada vez más incompatible con la democracia pluralista y el cambio social y ambiental.
La segunda paradoja es que este empobrecimiento de la representación política se produce cuando los efectos, las necesidades y las resistencias al sistema –democráticas, económicas, sociales, ecológicas o de género– son más plurales y más urgentes. Y la consecuencia es que en muchos casos las contradicciones sociales no acaban resolviéndose con más derechos para los de abajo, todo lo contrario, ya que en más ocasiones de las debidas se acentúan la confrontación y la exclusión del otro, ya sea inmigrante, vecino de otro territorio o, simplemente, diferente.
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Valga un ejemplo. Las primeras medidas económicas del segundo gobierno de Rodríguez Zapatero ya anuncian con cierta claridad la orientación de la Legislatura: un giro a la derecha en las políticas de ámbito socio-económico y de medio ambiente, mientras se tratan de mantener y se publicitan hasta la saciedad las líneas de más o menos modernización de la sociedad en materia de igualdad de género o de derechos civiles. En resumen, se da carpetazo a la etapa de los proyectos políticos de cambio en cuestiones globales y fundamentales, como la paz, el medio ambiente o el modelo de Estado y se entra de lleno en la gestión, y en particular en la gestión neoliberal de la crisis económica. Veremos los resultados.
Todo ello nos obliga a proponernos un proceso constituyente de la Izquierda Alternativa en España y en Europa. Nos lleva a abrirnos aún más a la sociedad, a analizar sin dogmas el mundo de hoy para cambiarlo, a refundar nuestros proyectos en la pluralidad y en la participación políticas, a colaborar con los que son diferentes sin sectarismo. Y, mientras tanto, a hacer política concreta.
Ello no obsta para que IU supere, cuanto antes, insuficiencias y errores. Buena parte los asumo en primera persona, como la en ocasiones falta de correspondencia entre la dinámica social y la actividad parlamentaria-institucional, la crispación en la vida interna, los problemas para organizar la política en un ambiente de interiorización, las dificultades para normalizar la política de alianzas –en particular con el PSOE y con los sindicatos de clase–, o la necesidad de equilibrar como componente de la federalidad las competencias propias y la responsabilidad.
Los colores de la resistencia y la alternativa siguen presentes en la sociedad española, como en la italiana. Tanto Izquierda Unida como la coalición Arco Iris son proyectos políticos plurales de la Izquierda Alternativa con capacidad para representarlos. Sin embargo, para que la capacidad se convierta en realidad, no basta con recomponer lo existente, aunque es imprescindible. Es necesario abrir más Izquierda Unida a la sociedad y convocar el proceso constituyente para una nueva etapa.
Gaspar Llamazares es coordinador general de IU
Ilustración de Miguel Gallardo
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