Opinión · Monstruos Perfectos
La verdad que no se espera
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Leo, entre la incredulidad y un ataque de risa floja, que la octogenaria Duquesa de Alba quiere volver a casarse en breve con un funcionario cincuentón con quien mantiene desde hace bastantes años una entrañable amistad. Lo publican un confidencial online y la página web de la cadena televisiva que emite el programa basuriento que lanzó el rumor explosivo con el cual intenta mantenerse despierta ante el sopor de estos días de agosto, cuando los reporteros abandonan los puertos deportivos ibicencos para apostarse ante las puertas de los hospitales, donde se hacen ortográficos; atentos a los puntos del parto de la nueva musa de Garci recién madre de una niña que se apellidará Bustamante, o al coma de un noble europeo accidentado la semana pasada.
“La verdad que no se espera no tiene sitio donde meterse”, palabras de Vergílio Ferreira en su Pensar, una relajante dosis de reflexiones más o menos acertadas que leo estos días de transición en Barcelona antes de viajar a Helsinki, que leo a ráfagas mientras deshacemos el equipaje, ponemos lavadoras, intentamos ordenar los libros y organizamos cenas en la Costa Brava con amigos que están allí de veraneo estos días.
La mentira inesperada sí encuentra su sitio. Entre confidencias y rumores, estrategias desesperadas para salvar los trastos, ahora que los vientos del Sahara mezclan la arena del desierto al vuelo con la caspa marbellí, donde una fiesta VIP consiste en un torero retirado y su señora, ambos vestidos de faraones en tafetán dorado, y retratados junto a José Manuel Parada y Silvia Tortosa, esa gran autobiógrafa. Lo juro. Tengo las fotografías en mi poder. Y pienso enviárselas por correo electrónico a Madonna para que se lo piense dos veces antes de gastarse cinco millones de euros en una mansión en Guadalmina, tal y como aseguran en otros confidenciales del chisme que piensa hacer, por recomendación de su buen amigo Antonio Banderas. Ten amigos para esto; para acabar de madrugada en un jardín iluminado con antorchas, medio bolinga y sudorosa al lado de Jaime Ostos y Mariangeles Grajal vestidos como figurantes de una versión low cost de La Corte del Faraón, o para terminar acompañando a la Duquesa de Alba y a sus amigas en su despedida de soltera por Puerto Banús, tocadas todas con tiaras fálicas de peluche, bailonas al ritmo del Hung Up en versión Terremoto de Alcorcón. Tú verás, Madonna, tú verás. Yo me lo pensaría.
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“Pensar. ¿Y si pensar fuese una enfermedad, aunque de ella salga una perla?”, se pregunta Ferreira. No lo creo. Pensar es, para mí, una opción sexual. Como lo fue quitarse las gafas, afeitarse o fumar; elegir los parques, la ribera de los ríos en las ciudades, una plaza de noche, una sauna o un bar para ligar, en aquellos viejos malos tiempos cuando la la Duquesa de Alba era la señora casada, no yo. Quién nos lo iba a decir entonces. Cómo fue que, de repente, le encontré un hueco a esa inesperada verdad.
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