Opinión · El dedo en la llaga
Trabajadores y vendidos
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Un amigo mío argentino que goza de notoriedad pública (o la sufre, según los casos) se quedó horrorizado una mañana, estando en México, cuando se puso a leer una entrevista que le habían hecho la víspera y descubrió que, donde él había contado al periodista que en su juventud fue “peronista de base”, aparecía publicado que había sido “terrorista de base”.
Quienes tenemos experiencia en entrevistar y ser entrevistados sabemos cuán problemático es el género y a cuántos errores, a veces cómicos, da pie. No digamos ya si de por medio hay cambios de idioma.
O sea, que no me tomo a pie juntillas las declaraciones de Javier Bardem a The New York Times en las que se cuenta que el actor califica de “estúpidos” a los españoles, en masa, por acusarle de haberse “vendido”. De haberlo afirmado así, tal cual, las objeciones me saldrían en tropel. ¿Cómo sabe cuánta gente le acusa de eso, de más o de nada? ¿Por qué da por hecho que todos los españoles tienen una opinión sobre él? Puedo asegurarle, ya para empezar, que no es mi caso.
Pero el punto que me parece de más interés es la acusación misma de la que se defiende. ¿Se ha vendido? ¿No se ha vendido? ¿En qué consiste ser un vendido?
Todo trabajador trata de vender en el mercado (de alquilar, más bien) sus capacidades. No se escapan a esa regla, ni mucho menos, los actores y las actrices, que se mueven en un medio impredecible. Son poquísimos los que pueden elegir qué papel aceptan y cuál otro rechazan, si es que les ofrecen alguno.
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Hay alguna gente que dice: “Pero ¿cómo puede aparecer Fulano en ese bodrio?” A lo que sólo cabe responder: “Y, si se hubiera negado, ¿le pagarías tú la hipoteca y el colegio de los niños?” O también: “¿No tienes tú nada que objetar al trabajo que te procura el sustento?”
La frontera está en otro lado. Una cosa es vender en el mercado la propia fuerza de trabajo, dicho sea por emplear la terminología clásica, y otra vender el fuero interno y humillarse sumisamente ante el poder de los que pagan, poniéndose a su servicio ideológico.
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Dicho lo cual, insisto: no tengo ninguna opinión formada sobre Javier Bardem, ni para bien ni para mal.
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