Opinión · Dominio público
Una conspiración inmensa
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NAOMI WOLF
Estamos en la Era de la Teoría de la Conspiración? Hay evidencias que sugieren que estamos viviendo una especie de era dorada de la especulación que cobra forma, habitualmente, en Internet y que se propaga de manera viral por todo el mundo. En el proceso, se extraen teorías de la conspiración que a veces llegan a inyectarse en el corazón mismo de la política.
Esto lo aprendí cuando di por casualidad, en mi búsqueda de nuevos proyectos, con historias on line que adoptan narrativas de manipulación. Existen algunos temas importantes. Uno frecuente en EEUU es que las elites globales están tramando –a través del Grupo Bildeberg y del Consejo de Relaciones Exteriores, entre otros– establecer un “Gobierno del Mundo”. A veces, entran en juego detalles folclóricos: los Iluminados, los francmasones, los Rhodes Scholars o, como siempre, los judíos.
Los sellos de esta narrativa son familiares para cualquiera que haya estudiado la transmisión de ciertas clases de historias en tiempos de crisis. En términos literarios, esta teoría de la conspiración se asemeja estrechamente a Los protocolos de los mayores de Sión, al describir una elite global esotérica con un gran poder y objetivos perversos. Históricamente, tiende a existir el mismo conjunto de temas: un cambio transformador terrible y descontrolado liderado por cosmopolitas educados.
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Los estudiosos de la Alemania de Weimar saben que las desarticulaciones y los traumas repentinos motivaron a muchos alemanes a volverse receptivos a teorías simplistas que parecían dar respuesta a su confusión y ofrecer un significado más amplio para su sufrimiento.
De la misma manera, el Movimiento de la Verdad del 11-S asegura que el ataque de Al Qaeda a las Torres Gemelas fue un “trabajo desde dentro”. En el mundo musulmán, existe una teoría generalizada de la conspiración según la cual los israelíes estaban detrás de esos atentados, y que todos los judíos que trabajaban en los edificios ese día se quedaron en su casa.
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Por lo general, estas teorías salen a la superficie en lugares donde la gente no tiene un buen nivel de educación y falta una prensa independiente y rigurosa. La explosión actual de teorías de la conspiración se ha visto alimentada por las mismas condiciones que provocaron su aceptación en el pasado: un rápido cambio social y una profunda incertidumbre económica. Un “enemigo” claramente identificado con un “plan” inconfundible es psicológicamente más reconfortante que la evolución caótica de las normas sociales y las acciones –o anomalías– de un capitalismo irrestricto. Y, si bien las teorías de la conspiración suelen ser claramente irracionales, las cuestiones que abordan son muchas veces saludables, aun si las respuestas, frecuentemente, no hay por dónde cogerlas o, simplemente, son erróneas.
Muchos ciudadanos creen, y con razón, que sus medios de comunicación no investigan ni documentan los abusos. Los diarios de la mayoría de los países avanzados están en crisis, y el gasto en investigación suele ser lo primero que se recorta. La concentración de la propiedad y el control de los medios alimenta aún más la desconfianza popular, lo que favorece un escenario para que la investigación ciudadana ocupe ese vacío.
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De la misma manera, en una época en la que los cabilderos corporativos tienen mano libre a la hora de darle forma –si no redactar– las políticas públicas, mucha gente cree, nuevamente con razón, que sus funcionarios electos ya no los representan. De ahí su impulso por creer en fuerzas ocultas.
Finalmente, hasta la gente racional se ha vuelto más receptiva a ciertas teorías de la conspiración porque, en los últimos ocho años, en rigor de verdad, hemos visto algunas conspiraciones sofisticadas. La Administración Bush conspiró para llevar a cabo una guerra ilegal apelando, para ello, a la evidencia fabricada. ¿Ha de sorprender, entonces, que tanta gente intente encontrar sentido en una realidad política que en verdad se ha vuelto opaca? Cuando hasta los comisionados del 11-S renuncian a sus propias conclusiones (porque se basaban en evidencias obtenidas a través de la tortura), ¿sorprende acaso que muchos quieran una segunda investigación?
La tendencia de los medios tradicionales de evitar corroborar lo que en realidad es noticioso en las teorías de la conspiración en Internet refleja, en parte, un sesgo de clase. Estas teorías son consideradas vulgares, de manera que hasta las cuestiones válidas o los datos bien documentados desenterrados por investigadores ciudadanos tienden a ser considerados como radioactivos por los periodistas formales altamente educados.
El problema real de estas teorías frenéticas de la conspiración es que deja a los ciudadanos emocionalmente agitados pero sin un cuerpo sólido de evidencia en el que basar su visión mundial y sin direcciones constructivas hacia dónde conducir sus emociones. Esta es la razón por la que muchos hilos de discusión pasan de la especulación ciudadana potencialmente interesante al discurso del odio y la paranoia. En un contexto febril, sin una buena validación editorial o herramientas para investigar las fuentes, los ciudadanos pueden ser fustigados por demagogos, como pudimos ver en las últimas semanas en los mítines de Sarah Palin después de que algunas teorías de Internet pintaran a Barack Obama como un terrorista o en connivencia con terroristas.
Necesitamos cambiar el flujo de la información en la era de Internet. Los ciudadanos deberían organizar nuevas entidades online en las que se pague un honorario por reportajes de investigación directos, sin presiones corporativas mediante. Estos investigadores deberían ser capacitados en periodismo básico: encontrar buenos datos, confirmar historias con dos fuentes independientes, utilizar citas de manera responsable y evitar el anonimato (es decir, estar dispuestos a estampar su nombre, como hacen los periodistas convencionales).
Así es como los ciudadanos pueden ser tomados –y ellos mismos tomarse– seriamente como investigadores. En un tiempo de mentiras oficiales, la energía investigadora saludable debería arrojar luz, no sólo generar calor.
Naomi Wolf es ensayista y cofundadora de American Freedom Campaign
Copyright: Project Sindicate, 2008
www.project-syndicate.org
traducción de Claudia Martínez
Ilustración de Patrick Thomas
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